Dejémonos de tonterías: el tiempo es lo que uno percibe que es, sea ilusiorio, real, o lo limite nuestra más que condicionada perspectiva de las cosas. La única realidad respecto a que tú y yo nos hayamos encontrado es que el tiempo lo es todo y no es nada, que simplemente has aparecido de forma fortuita (llámalo casualidad si quieres) y ambos tenemos mucho que celebrar por ello.
Sea como fuere, desde que me conociste estuviste a la puerta del camino. tal y como tú dijiste de mi, esperando pacientemente, con tu corbata amarilla y tu camisa blanca a cuadros de manga corta, esperándome a mi nada menos. Yo te lo agradecí, no pude llegar antes. Pero llegué. Finalmente llegué. Y los dos, por fin y cogidos de la mano de una maldita vez, hemos dado un paso juntos, en paralelo y a la vez.
Yo aún no sé cómo va a desarrollarse ese camino. No sé siquiera si el camino transcurrirá paralelo o no (eso, me temo, solo lo podremos ver conforme avancemos, y para eso me consta que hay voluntad mutua), pero no puedo o quiero dejar de reflejar en este mi blog las sensaciones tan preciosas que me ha despertado andar ese pequeño paso, pase lo que pase a posteriori.
No quiero extenderme, ni decir nada que ya no sepas de mi propia boca y aliento. Tan solo, a modo de agradecimiento (ese que tanto aborreces que te profese), decirte que me pareces un ser excepcional, realmente un grano de oro en un desierto de arena, y que tienes mucho que aportar al mundo. Yo, humildemente, me abro paso para admirarte y, si puedo, cogerte de la mano. Quédate con esa escena de ambos mirando al cielo tumbados en la hierba, la similitud de las palmas de la mano por fin unidas, las conversaciones y la música en el tren y todo aquello que tú ya sabes.
Y lo que tenga que ser (o no) será. De momento, ahí queda eso. Nada más… y nada menos. Que ya es mucho en los tiempos que corren.
Gracias, Antonio.