12 de febrero de 2007

Espacio

Hoy lunes me he levantado antes de que sonara el despertador. Tras pasar una noche francamente dispersa, de dormir pero no de descansar (por nada en particular, la verdad), a las 7:40 he hecho la cama, me he dado una buena ducha y afeitado, y me he ido a trabajar no sin antes ir a echar gasoil al coche y de paso comprarme un par de Croissants recién hechos aprovechando la vespertina hora para tomármelos en la oficina con un buen café con leche. Me he puesto un jersey nuevo, recién estrenado, pero que me había comprado hace la friolera de año y medio y estaba perdido en medio de los cajones. Manda narices. El color: rosa chicle, para dar un toque de alegría a tanto negro. Creo que no voy mal, ¡hasta Concha me ha dicho que estoy muy guapo!. Y nada, a la tarea del día a día.

Este fin de semana pasado ha sido relativamente movido, pues desde el mismísimo viernes, en el que recibí la visita de Alex en casa y esperé en vano la entrega de mis esperados muebles para montar mi estudio (al menos ya tengo el teléfono fijo, aleluya) y vimos Little Miss Sunshine, todo ha sido como una espiral de agua imparable. El sábado limpia que te limpia, coloca que te coloca, y cuando llegaron los muebles nos pusimos yo y mi Josito a montar estanterías. Acabamos cansados, cenamos tranquilamente en casa de este y jugamos un poco al Trivial junto al resto de los presentes, Miguel, Dany y Gemma. El domingo me di la gran panzada a mover cajas, colocar películas y discos, comer con la familia, y enseñar la casa a mi amigo Manolo, que aún no había ido.

Cuando anoche me encontraba viendo Aída mientras montaba nuevamente todas las figuras de Caballeros del Zodiaco que estaban en cajas por la mudanza (creedme, no os recomiendo el montaje masivo de estas figuras por mucho que te gusten, es agotador) empecé a dar unas vueltas por la casa para hacer esto y aquello y de repente me recorrió un fuerte escalofrío: la casa empezaba a convertirse en hogar. Era mi espacio. MI ESPACIO. Cada rincón se perfilaba, olía, se sentía a mí mismo. Casi de manera obscena sentí un profundo orgullo de que poco a poco esas paredes estuvieran convirtiéndose en algo más. De hecho, ya son mucho más. No sabría describirlo, no me resulta sencillo, pero de repente me sentí tan profundamente libre, sin ataduras… fue sencillamente abrumador. Por primera vez en la vida tengo algo que es completa y absolutamente mío. Lamento si estas palabras suenan prepotentes, pero no puedo evitar sentir un gozo indescriptible cuando hago mención a ello.

Anoche me llamó mi amigo Jorge y le transmití telefónicamente todas estas sensaciones… creo que le dejó algo aturdido tanta verborrea magnificente. En fin, defecto profesional que dirían algunos.

Hoy, tras recoger esos croissants y aguantaba la manguera del gasoil, me daba cuenta de que ciertas cosas de muchos años en el pasado han quedado muy atrás. Hoy soy un Dani diferente, nuevo, mayor, crecido, adulto. “Adulto”. Vaya, es que esa palabra es un asunto mayor. Pero sí, supongo (y lo digo con la boca pequeñita y susurrando) que lo soy. Vaya por Dios.
Un abrazo.

Ganadores y perdedores

Este pasado fin de semana he visto, por fin y tras mucho tiempo queriendo verla, la deliciosa Pequeña Miss Sunshine, revelación de la temporada y una de las películas destacadas de 2006. Este sencillo film protagonizado entre otros por Toni Colette, Greg Kinnear y el (a mi gusto) atractivo Steve Carrell junto con la sorprendente niña Abigail Breslin y el abuelo cachondote Alan Arkin es un maravilloso relato sobre la sabiduría, los anhelos y obsesiones acerca del ganar y perder en la vida, y cómo a veces una derrota supone la mayor de las victorias y no a la inversa.

Secuencias como la del helado en el restaurante, el discurso de Greg Kinnear al comenzar la película o el propio concurso de Miss Sunshine dejan a uno maravillado por la certeza y profundidad que trascienden más allá de lo aparente. Si a eso añadimos que toda la película tiene un ritmo narrativo de matrícula de honor, unos personajes extremadamente bien definidos encarnados por unos actores en estado de gracia (con mención más que especial a la encantadora niña, Abigail Breslin, que es simplemente maravillosa), y todo en clave de humor sencillo y familiar, tenemos como resultado este pequeño diamante extremadamente bien pulido.

Personalmente, esta película me ha hecho reflexionar mucho acerca de lo estúpidos que podemos llegar a ser, y al mismo tiempo ver que nuestros defectos se convierten en nuestras máximas virtudes (como ese estupendo personaje del abuelo Alan Arkin), ese elemento especial que nos convierte en seres insustituibles. La capacidad de cambiar, rectificar, la visceralidad de nuestros impulsos que nos hacen sentir más vivos, grandes, únicos, el deseo, el anhelo, la presión de los que queremos y de lo que esperan de nosotros. ¿Cómo pueden converger y convivir tantas emociones de tan diferente naturaleza a la vez?. No sé como, pero el caso es que esta película consigue hacer encajar todas las piezas.

No dejéis de verla. Os encantará esta road-movie clásica, innovadora y sorprendente, a ritmo de furgoneta amarilla que necesita ser empujada para ser arrancada. Si podéis, haced como yo y vedla en V.O. Le deseo la mejor de las suertes en los oscar, a la cual tiene nada menos que 4 nominaciones de las gordas (Actor de reparto – Alan Arkin, Actriz de reparto – Abigail breslin, Mejor guión original y Mejor película).
Nota: 9.

Un abrazo.