7 de febrero de 2006

El campo de tiro

Me resulta tremendamente sorprendente comprobar cómo las personas tenemos una tendencia casi obscena a volver siempre a indagar en temas escabrosos que nos afectaron en su momento que ya no tienen cabida (o al menos eso creemos). Normalmente este tipo de situaciones se dan sobre todo en el ámbito familiar, aunque también en el terreno de las amistades.

¿Quién no se ha visto en la situación de escuchar dos versiones de un mismo tema, y tener que soportar la incomodísima situación de no poder tomar partido por ninguna, y casi parece que te estén presionando por ambos lados?. Pues es, figuradamente, como si te estuvieran tirando de los brazos hacia lados opuestos. Hace daño.

Ayer viví esa situación una vez más. Y lo pasé fatal. Yo siempre me he mantenido en este tipo de situaciones en una posición neutral, de comprensión, de consenso… pero nada, en ciertos asuntos es completamente imposible. Cuando nos ponemos obstinados y orgullosos, las personas somos capaces de convertirnos en auténticos monstruos. ¡Es abominable!.

Llegué a casa con un nudo en el estómago. Y no he dormido bien. No hay nada peor que estar en medio de un campo de tiro entre dos bandos que se odian, y tú eres a su vez parte de los dos. Supongo que lo más elegante será marcharme en hacia arriba de modo que al final me aleje de ambos sin torcerme ni a la izquierda o a la derecha. Nada mejor que una deserción a tiempo.

Un abrazo.

Alteraciones químicas

En el día de ayer quedó patente que el ser humano, y más concretamente yo, estamos condenados a estar al completo antojo de la química de nuestro propio cuerpo. En cuanto algún elemento del mismo queda alterado, nuestra propia forma de comportarnos varía irremisiblemente.

Yo llevo ya bastantes días muy raro, y me estoy ya hartando de lo lindo. Ayer de repente, sin venir a cuento, empecé a pensar que la forma en que me he movido por el día a día en los últimos días es casi demencial, en el sentido de que estoy de un cariñoso subido que casi roza lo insoportable con casi todo mi entorno. Voy a empezar a llamarme Mr. Abracitos, o Mr. Te quiero mucho. El colmo de los colmos vino cuando hace unos días llamé a un buen amigo mío simplemente para decirte Jo, que te quiero mucho y me gusta que seas mi amigo. ¡Como si no lo supiera ya!. Tanto cariño fuera de lugar al final me consta que incomoda, y el caso es que yo lo hago con toda la legitimidad del mundo. Un buen ejemplo es el texto tan edulcorado que escribí ayer mismo. No me malinterpretéis: reconozco perfectamente al autor de esas palabras, pero simplemente me digo Joer, Dani, eres peor que el peor de los culebrones.

¡Tiene narices la cosa!. Yo, que soy tan afectuoso por naturaleza, de repente me veo en la tesitura de necesitar serlo menos. O al menos no de una forma tan exagerada. Parece casi irreal, o demente.

No sé qué estará influenciando este tipo de actitud (de verdad que no lo sé), pero ya estoy hartándome de ser un Oso amoroso. Bueno, miento: nunca podría dejar de serlo, porque es lo que soy, pero me gustaría poder ser más comedido.

¿Encontraré la fórmula mágica que me lo permita?. ¡Ay, dichosa química!.