18 de octubre de 2005

Caracter, ese gran desconocido

Ya he comentado en más de una ocasión que a veces me siento realmente mal cuando veo el colegueo que se traen mi más inmediato jefe, Jesús, con mi a veces extraordinariamente peculiar compi, Quique. De todos modos no se si soy el más indicado para señalar con el dedo las peculiaridades de nadie, ya que yo mismo soy extravagantemente peculiar. No obstante, ahí está: a veces tengo la sensación de que Quique, por su constante interés en todos los asuntos en los que se puede meter si tiene posibilidad, parece tener mucha más miga en todo lo relacionado con la empresa. Al menos tengo el consuelo de saber que mi trabajo también tiene una muy importante parte en la empresa, sin el cual muchas cosas no podrían funcionar como lo hacen.

Sin embargo, hace unos días sucedió algo que me puso el nudo en el estómago: siempre había imaginado que algún día me vería enfrentado a esa situación, pero llegó inesperadamente y me pilló por sorpresa. Mi jefe tuvo una oferta de trabajo para marcharse (hoy nos ha confirmado que no la ha aceptado), pero hablando de ello... salió un nombre para su posible sustituto en caso de irse. Entre Quique y yo... ¿adivináis quien era el elegido?.

Indagando en mi cabeza el por qué Jesús tenía claro que Quique sería su sustituto, barajé muchas posibilidades: el rollito macarra-colega que se traen, sus afinidades en muchas cosas. Aunque sea una chorrada, su rollo machito-cómo-me-gustan-las-tías también me hacen sentirme fuera de ese círculo que parece sólo pertenecerles a ellos...

Pero creo que ninguna de esas cosas era la respuesta. La respuesta es, evidentemente, mi falta de carácter. El otro día mi chico me dijo que tener más carácter que yo era algo realmente fácil. Y él es el último de una larga lista de personas que me ha dicho lo mismo. Y yo sólo puedo asentir como los tontos, pues es evidente que es verdad.

Desde niño he tenido una carencia de carácter, de rudeza, en parte porque quizá me rebelaba contra ello: mi madre siempre era muy agresiva conmigo (figuradamente, para aclarar las cosas) y siempre me instaba a no ser tan blandengue. Y en el colegio eso me trajo también muchos problemas. Y también de adulto: por ser educado, por no subir nunca el tono, por dejar las cosas ir a su libre albedrío, por no querer meterme en camisas de once varas... siempre he salido perdiendo. Y lo del otro día es nuevamente otro revés más.

Yo me pregunto: ¿el carácter está inherente en nuestra naturaleza única como persona o es algo que se hace?. Yo creo lo que pienso de todas las cosas: que la verdad es verdad a medias. Es decir, que si bien tengo muy claro que mi falta de carácter es parte de mi propio ser, sin ninguna actuación externa, también es cierto que esto se ha forjado así a lo largo de mi vida. Tanto por mi parte débil como por la fuerte. Pero yo sé que soy débil esencialmente: y tengo tendencia a sufrir, tanto si lo hago por mi mismo como por los demás. Es duro tener que decirlo así, pero si alguien se propone dominarme o hacerme sentir mal, lo puede conseguir con muchísima facilidad.

Muchos me dirán que es porque yo quiero, que tengo que ser más fuerte, más duro, pero es evidente que quien diga esto sólo sabe mirar desde su propio ángulo. Y el que lo comprenda pero aún así sepa y de hecho se aprovecheche de esta debilidad mía tiene doble delito, además.

¿Estoy condenado a quedarme estancado en la vida por culpa de mi falta de carácter?. ¿Debo ser una persona más dura, más determinada, mostrar un lado más agresivo?.

Lo siento mucho: no puedo. Quien me quiera, que me quiera así o que no lo haga. Quien no sepa ver más allá de las rudezas y los caracteres fuertes, que no me reclame si no aprecia lo que hay después. No me importa.

¿Qué culpa tengo yo si el mundo en el que vivo la mayor parte de la gente se rige por la dureza de carácter?. Es decir, ¿dónde queda el espacio para la gente sensible?.

Un abrazo.