20 de octubre de 2005

La pérdida de un amor

Ayer sucedió algo atípico en mi oficina, algo que aunque no me ha afectado ni de lejos directamente, sí me ha afectado bastante, y sobre todo, me ha hecho pensar muchas cosas.

Tengo una buena compañera de trabajo, Belén, una con las que quizá más he intimado desde el principio por razones circunstanciales. El caso es que es una persona a la que tengo mucho cariño y ayer pasó por uno momento realmente duro.

Belén tiene unos 33 años y es divorciada. Vivía con él en Tenerife, según sé yo, aunque era natural de Valladolid. No sé mucho más acerca de los motivos que les distanciaron y les llevaron a separarse. Es más, tampoco sé qué tipo de relación mantenían en la actualidad. Sólo sé que ella tuvo que volverse a Madrid con la cabeza baja, pero supo recuperarse y se levantó fuertemente ante un revés tan grande de la vida.

Pues bien, ayer me dirigía al lavabo para lavarme los dientes después de comer, y escuché un sollozo. Belén estaba en el lavabo de chicas llorando y hablando con alguien. No sabía lo que le ocurría, pero me dije a mi mismo "luego le preguntaré a ver qué le pasa”. Ella estaba muy bien, pero no hace aún demasiado que rompió con un chico por el que había apostado fuerte.

No penséis que me compadezco de Belén, en absoluto: todo el que la conoce puede ver que es una mujer con un par de ovarios, sensible, buena gente, cariñosa, y, sobre todo, sensata y de buen tino. Simplemente las cosas que le han ocurrido son aquellas que la vida nos pone por delante a todos de forma completamente aleatoria. El libre albedrío de las cosas, vaya.

Pues finalmente me enteré de lo sucedido por boca de mis compañeras de trabajo, a las cuales les dijo lo que pasaba antes de encerrarse en el baño: su ex–marido había fallecido en un accidente. Me quedé de piedra y se me hizo un nudo en la garganta.

Volví a mi despacho y no supe más de ella: salió pitando, evidentemente, y después yo le mandé un SMS para decirle que lo sentía y que contara conmigo. No iba a llamarla, claro está, pues entiendo que no debía tener humor para ello.

A la noche recibí la respuesta, y ella me agradecía el apoyo y a su vez me decía que estaba bastante mal y que era muy duro perder a alguien a quien había querido.

Me puse bastante triste. No sé lo que debe ser perder un amor, en este caso dos veces. Evidentemente no es lo mismo divorciarte de alguien que se te muera, y tampoco sé muy bien cómo debe ser la situación de perder a alguien que una vez fue tu vida pero en tu presente ya no lo es. Podría tener un buen ejemplo en mi propia madre, a quien le pasó lo mismo, pero me temo que son cosas distintas. Porque cada caso es un mundo aparte, un universo propio.

De todos modos, todo esto no hace sino hacerme tener muy claro que la vida es aprovechable mientras existe, mientras puedes respirar, mientras puedes sentir. Esta mañana, hablando de ello en el desayuno, yo mismo dije “No podemos estar siempre pensando en la fragilidad de la vida; nos volveríamos locos”. Y creo que es así. Y sin embargo, citaré esa maravillosa frase, dura pero una verdad a todas luces, que escuché en la película Las horas: “Alguien tiene que morir para que los demás apreciemos la vida, para que establezca el contraste”.

Doy gracias por tener todo lo que tengo, todo lo bueno, e incluso de lo malo. A mi familia, a mis amigos, y sobre todo, a mi querido Sergio. A veces es demasiado fácil olvidarse de la belleza de nuestro entorno. Celebremos la vida como se merece.

Un abrazo.