11 de marzo de 2005

11-M

Hoy hace un año de la masacre de Al-Qaeda en Madrid. No soy partidario de hacer demagogia de estos acontecimientos, pero en verdad aquel día fue bastante especial para mi, y para miles y miles de personas.

Aquella mañana salí de casa sobre las 8:15 de la mañana, rumbo al trabajo. Por aquel entonces, la autopista aún no estaba abierta y tenía que hacer un recorrido mucho más amplio, pues tenía que dar un rodeo impresionante.

Al salir de casa y meterme en la N-IV, vi que el tráfico que iba en dirección Madrid era tremendo... un atasco de impresión, y desconocía los motivos. Cuando llegué al trabajo y me puse con mis quehaceres, empiezo a oír los comentarios: "ETA ha cometido otro atentado". Y yo pienso para mis adentros: "Joder, otra vez". Pero nada más que eso. Llega un momento que oyes tantas veces que se ha puesto una bomba, que pese a que no se puede decir que sea corriente, en verdad llega a parecerlo. Lo mismo con los atentados a concejales. Es triste, pero la realidad es que cosas así llegan a dejarte el corazón como un iceberg.

Pero según va avanzando el tiempo, empiezo a oír cosas del tipo "Creo que ha sido gordo; Creo que ha muerto mucha gente" y demás. Finalmente, al poco, me hago consciente de la gravedad del asunto. Nos marchamos a ver la televisión y ver las imágenes, y nos quedamos aterrados, al menos yo.

Pienso en personas que puedan haber tomado ese recorrido. Porque yo mismo, menos de 6 meses antes, tomaba esa ruta en un intervalo horario similar, y en verdad sentí una congoja de impresión. Llamé a mi amiga Cristina, sin éxito. Los móviles estaban saturados. Empiezo a recibir llamadas de mucha, mucha gente, preguntándome si estoy bien.

Y entonces, me llama mi madre, llorando. Me preguntaba si estaba bien, pese a que ella sabe que no tomo esa ruta. Está muy afectada y me dice que me quiere. Yo me quedé muy afectado ante el estado anímico de mi madre, y mi jefe llegó hasta a pedirme que marchara a casa para estar con ella. Pero no lo hice. Mi madre se fue con mis tías y juzgué que era más apropiado. En lugar de ir con ella, la llamé sucesivas veces durante el día. En el trabajo, en ese momento, me necesitaban con urgencia, pues no quedaba mucho para la apertura de la autopista.

Mi primo hermano Ángel estaba en el tren. No en los vagones afectados, pero sí en el tren. Y posteriormente me contó que lo que vio no se le olvidará en la vida, un horror sin precedentes. Y yo, solo de pensar en verme en una situación así... bueno, creo que el pánico podría conmigo.

Nos fuimos antes del trabajo. Se formó la gran manifestación en el centro y todos queríamos ir. Aproximadamente sobre las 17:30 salimos de allí. Pero no pude ir al centro, porque para entonces era literalmente imposible hacerlo, salvo a pie. Y llovía intensamente, como si fuera un gran llanto por todo lo acontecido.

Y me quedé en casa toda la tarde viendo la tele, y con un frío que no solo se limitaba a lo físico.
Odio el mundo en que vivimos en muchos sentidos, y sobre todo en lo referente a la estupidez humana. No creo que exista ninguna causa, sea económica o religiosa (especialmente porque la religión ha demostrado a la larga ser un mal más que un bien), o de cualquier otra índole, que justifique matar gente inocente. NINGUNA. No hay mayor bien que la vida. Y pensar que la mía es algo insignificante me da miedo. Soy prescindible. Nadie sabrá que estoy o no estoy, salvo mis allegados.

El sábado día 13 participé en la manifestación contra el PP frente a su sede. Y, pese a lo que digan muchos, yo sí fui a esa manifestación por causa de la casualidad y el boca a boca. Y me sentí mejor, porque si bien no me considero una persona identificada por ningún partido político, sí lo estoy contra la hipocresía, el despotismo y la mentira. Y de eso, los Señores del por suerte ya no gobierno, estaban sobrados.

El 14 fui a votar, y lo hice por el PSOE. No porque estuviera a favor de ellos, pero supongo que me parecían la mejor de las opciones frente al desastroso PP, y los únicos capaces de vencerles. Algo que, finalmente, ocurrió para suerte de este país desde mi punto de vista. Y no porque el PSOE entrara en el poder, sino porque saliera el PP. Porque creo que el poder corrompe, de forma natural. Y es bueno que los partidos "roten" cada x tiempo.

Y, finalmente, por la tarde quedé con Jose y me fui a Atocha. Compramos unas velas el día anterior y fuimos a depositarlas en memoria de las víctimas. Es curioso cómo ver las imágenes de estas cosas por la televisión te causan una ligera sensación de indiferencia, pero cuando estuve allí y con mis propios ojos lo vi todo, también respiré la emoción del ambiente, de las gentes que allí estaban. Y reconozco que me emocioné ante tanto calor humano, pero también me invadió una profunda sensación de tristeza, la sensación de lo efímero que se desvanece, el deseo de una promesa frustrada. No es fácil expresar lo que sentí, en absoluto. Pero sí fue algo especial.

Veo lo que aparece actualmente en la televisión y me da la impresión de que se está en exceso "mitificando" el asunto. Supongo que es un hecho histórico, pero a veces creo que ralla lo demagógicamente absurdo. Es posible, no obstante, que mi repulsión por los reportajes emotivos o la saturación de información al respecto tenga que ver con mi rechazo natural ante las campañas de histeria colectiva que los medios de comunicación suelen "ofrecer" al público. Nos quieren meter miedo, y por cierto que lo consiguen. Y aunque sea absurdo mencionar una frase de Star Wars en este momento, hay una que me viene a la cabeza: "El miedo conduce a la ira, la ira conduce al odio, el odio conduce al sufrimiento".

Hoy hace un año de aquel día. No voy a decir que mi vida cambió, pero sí que fue algo importante y digno de recordar el resto de mis días.

9 de marzo de 2005

Expresión

Nunca me he considerado una persona especialmente inteligente o con personalidad completamente definida. Es más, no me interesa ni una cosa ni otra. Ni deseo tener la claridad de mente de una persona capaz de racionalizar coherentemente todos los aspectos de su vida (que, al menos para mi, la convierte en una persona "Fría"), ni deseo tener la capacidad de reacción adecuada ante cada una de las situaciones que nos encontramos en el día a día. Al final, lo único que en la vida me ha servido verdaderamente para algo es confiar en los pálpitos de mi corazón. Es algo que tengo muy claro.

Pese a estas palabras mías, me considero una persona "creativa". Y cuando invoco esta palabra lo hago en el sentido más amplio de la palabra. Siempre hay ideas rondando por mi mente... proyectos, ilusiones, deseo de "expresar" muchas cosas.

Pero no siempre llevo a cabo los cometidos. Las ganas o el deseo casi siempre se quedan por el camino. Es más el deseo de crear que la creación en sí. Dibujar, escribir, pintar, realizar... no existe un "algo" concreto.

Cuando era niño no podía dejar de dibujar. Recuerdo largas horas al mediodía en el colegio con mi carpeta y mis folios, haciendo garabatos.

Cuando yo iba al colegio, mi madre no podía ocuparse de mi al mediodía, así que optó por apuntarme al comedor del colegio. Esto implicaba comer todos los días a las 12:30 de la mañana, y cerca de las 13:00 horas, los alumnos del comedor teníamos un "largo" recreo hasta las 14:30, cuando volvíamos todos a clase.

En ese intervalo de tiempo aprovechaba para hacer deberes, escribir cosas y, sobre todo, dibujar. Lo adoraba: pintaba caras, paisajes... y personajes de ficción que me gustaban, como los de Dragonball. Mi único problema es que yo no tenía mucho talento para el dibujo, y aprendí a hacer cosas algo decentes únicamente gracias a mi desmesurada insistencia.

Una vez, una chica llegó incluso a "pagarme" por hacerle muchos dibujos. Me dio 200 pesetas por hacer 20 dibujos (para mi entonces eso era mucho) y gracias a ello me di un atracón de golosinas por la tarde cuando salí del cole.

Pero también estaban "aquellos" que deseaban mis dibujos gratis. Porque al mediodía llegaba también al comedor un grupo de gitanos de otro colegio, que entraban a comer justo después que nosotros, y compartíamos el recreo. Y algunos de ellos amenazaban con pegarme si no les hacía dibujos. Finalmente creo que se cansaron de mi (era su diversión del mes). ¡Menos mal!.
Según me he ido haciendo mayor, me he dado cuenta de que todo ese tiempo invertido en lo que aparentemente era una nadería me ha resultado mucho más útil de lo que pensaba no ya en mi vida práctica, sino en la interior. Porque creo que según mi mente se ha ido agudizando con el paso del tiempo, también lo ha hecho mi sensibilidad ante lo que consideramos "arte", visual, audiovisual, incluso lo que no es ni una cosa ni otra.

Y es que no hay nada más bonito que tener un corazón sensible.

4 de marzo de 2005

Cuestión de enfoque

Ayer fue un día duro. Tuve un percance laboral que me llegó a agobiar bastante. Sin entrar en muchos detalles, básicamente el problema fue que mi jefe se empeñó en que "había que hacer algo importante" antes de que nos marcháramos a casa. Conociendo las razones y la gravedad de la situación, llegué a la clara conclusión de que ni había razones ni había gravedad. Era pura cabezonería por su parte, porque él es así.

Eran más de las 21 horas de la noche, y llevaba en el trabajo desde las 9 de la mañana, y aquello no tenía pinta de terminar. Y estábamos a la espera. Como ya he dicho en muchas ocasiones, soy incapaz de ocultar mis emociones, y en este caso estaba disgustado. Porque soy un buen profesional, y si efectivamente hay algo importante que arreglar, me quedo con gusto. Pero no era el caso: estaba desperdiciando horas de mi vida privada en la obstinación individual de mi jefe. Y me dolía. Quería ver a mi chico, o simplemente olvidarme de tanta oficina.

Cuando llegó un momento determinado, mi jefe me dijo que me podía marchar. Sobre las 21:15, más o menos. Y ellos se quedaron a terminar la tarea, porque en verdad yo ya no iba a hacer nada más. El resto era de su competencia. Y me fui disgustado, porque mi compañero Quique se quedaba y parecía que yo hacía de menos.

Pero no es así. Quique se quedaba porque le daba la gana. Porque él y mi jefe, me consta, viven una etapa en sus vidas en la que no tienen vida propia, y no les importa lo más mínimo hacer de su vida el trabajo. Pero esa no es mi situación. Mi vida comienza cuando salgo por la puerta de la oficina. El resto es sólo trabajo, aunque muchas veces lo disfrute y, efectivamente, sea importante para mi.

Hay una frase en la película Matrix que tengo abanderada en mi vida: "Tu enfoque determina tu realidad". Qué gran verdad. Para Jesús y Quique, trabajar es todo lo que son capaces de ver o quieren ver, mientras que mi mirada se posa en otros horizontes. Y ellos no podrán entender, obviamente, que me disguste por el hecho de que me estoy quedando más horas de las que debería.

Ayer por la noche me disgusté mucho por lo ocurrido y por haberme ido antes pese a no tener culpa de nada, y vi que muchos de los funestos pensamientos que recorrían mi cabeza no eran sino fruto de mis propios enrevesamientos. Y no me hubiera ido bien a la cama de no haber recordado que en mi vida tengo un bien muy superior a todos los problemas mundanos.

Al llegar hoy, vi que se habían marchado ellos también a los 10 minutos de haberme ido yo. Porque uno de los procesos que a priori parecía rápido, se iba a alargar varias horas, y ya hubiera supuesto quedarse en el trabajo hasta altas horas de la madrugada. Estoy seguro, no obstante, de que mi jefe decidió no seguir adelante tan solo por Quique. A él le veo capaz de quedarse incluso empalmando con el día siguiente.

Me siento un poco tonto por haberme agobiado ayer por nada. En el fondo actué acorde con mis creencias y sentimientos, y creo que eso está por encima de todas las cosas. Además, tengo la certeza de que mi postura era correcta, al menos desde mi punto de vista.

Todo depende del punto de vista. Creo que debo aprender a asimilar bien este tipo de situaciones, pues seguramente en el futuro cercano se presenten muchas. Porque de lo contrario lo voy a pasar realmente mal. Lo que me carcome no es la situación en sí, sino una pregunta:
"¿Por qué debo ser yo el que cambie de actitud y de enfoque ante mi visión de la vida?"

2 de marzo de 2005

Philadelphia

Ayer estuve viendo nuevamente esta película de Jonathan Demme, y protagonizada por Tom Hanks y Denzel Washington. Es una de mis películas favoritas desde que la vi por primera vez, cuando tenía 12 años. Recuerdo que la primera vez que vi la película fue en casa de mi abuelo, en VHS. Por aquél entonces, mi madre había comprado uno de esos coleccionables de dos películas en plan oferta de lanzamiento, y estas eran El silencio de los corderos y la película de la que estoy hablando.

Para empezar, es inevitable que me identifique con Tom Hanks en esta película por múltiples razones. Punto uno: es homosexual. Punto 2: tiene el SIDA. Y yo, por fortuna, no tengo esa enfermedad, pero ha estado vinculada a mi vida desde siempre. Y hace poco pasé por una experiencia bastante dura al respecto.

La película habla de un exitoso abogado entregado a su trabajo y que ha sido recientemente promocionado, felicitado por todos sus superiores. Pero es homosexual, y además tiene el SIDA, y esto no lo sabe el resto de la gente hasta que es descubierto. Entonces es despedido mediante un sabotaje de los directivos de la empresa, y con todo su cinismo le acusan de incompetente. Andrew Beckett (Hanks) se embarca entonces en una lucha judicial contra su antigua empresa, mientras la enfermedad le va devorando.

De esta película me gustaría destacar sobre todo el papel de Hanks, que resulta tremendamente humano y sincero, más que todo el elenco de actores que le acompaña (Denzel Washington, salvo en un par de escenas, está insoportable, así como la tediosa Mary Steenburgen). Me gusta también el hecho de que se enfatice al personaje de Hanks como alguien muy familiar, buena persona, y llena de principios. Casi hasta extremos demagógicos. La familia de Hanks está unida y todo es felicidad en ella. La verdad, creo que no existe tal modelo de familia y, si es así, yo no lo conozco.

La película está ambientada en el año 1992, y ayer, al volver a verla, me doy cuenta de cómo han cambiado las cosas en 13 años. Es cierto que la película peca de un exceso de tópico (homófonos muy homófonos, intolerantes completamente intolerantes, gays tremendamente buenos y humanos, relaciones familiares perfectas), pero aún así, veo qué distinto se veía el asunto del SIDA o el mundo Gay por entonces. Hoy por hoy ya no se escuchan muchos de los insultos que proclama esta película, ni la gente está tan desinformada acerca del VIH. Y eso supongo que es bueno, por la parte que me toca.

Porque para mi el ser homosexual ha dejado de ser un problema hace relativamente poco, pues el ambiente en el que he crecido siempre me ha empujado a negarlo. Y eso unido a mi personalidad visceral sólo hicieron que tuviera un serio conflicto conmigo mismo que me llevó a sufrir varias depresiones cuando era adolescente de las cuales nunca hablaba con nadie. Ese tiempo, por suerte, ha quedado muy atrás en mi recuerdo, que no en el tiempo.

Cuando este invierno pasado temí haber contraído el VIH, lo pasé muy mal. Ya he tenido gente en mi familia con la enfermedad, que llegaron a desarrollar hasta... el fin. Y si hubiera sido el caso, la vida que llevo ahora desde hace unos meses quizá llevaría derroteros muy distintos. Me alegro de que no sea así.

Puede que Philadelphia no sea de lejos un modelo de película a seguir (¿y qué película lo es, y quien lo decide?), pero a mi me ha calado toda mi vida, incluso antes de que acontecieran los hechos que me hicieron identificarme con ella. Y a veces, me siento como Tom Hanks cuando relata a Denzel Washington la gloriosa canción de La mamma morta, cantada por la incomparable María Callas.

Porque incluso cuando acontece la escena final de la película, con la familia de Hanks reunida viendo videos de él cuando era pequeño, y suena la tristísima canción de Neil Young, Philadelphia, entre tanto dolor siempre queda la sensación de que el poder de la vida, los sentimientos y el amor están por encima de enfermedades, tabús sociales y familiares, hipocresías religiosas, y, sobre todo, de la ignorancia.

Ya lo decía María Callas en la canción citada: Yo soy el amor.

Un abrazo