17 de mayo de 2005

El valor de la vida

El viernes pasado sufrí un accidente de tráfico. Sí, y uno de los que podrían haber sido muy gordos. Desconozco qué fue lo que me salvó de hacerme daño, pero así fue: no he sufrido ni un solo rasguño. Pero mi coche ha quedado destrozado. Y, aún a la espera de que pase el proceso de peritación, es muy posible que lo declaren siniestro total.

Es curioso cómo me he visto en diversos accidentes de circulación en los 6 años que llevo conduciendo sin haber sido "responsable" de ninguno de ellos. Pero este último se lleva la palma. Yo conducía camino del centro de Madrid, y estaba tomando una curva incorporación a la M-30 a unos 60 o 70 Km/h, la velocidad adecuada en ese tipo de curva (me jacto de conducir muy prudentemente), cuando el eje de las ruedas delanteras se partió y mi rueda delantera izquierda salió despedida. Perdí el control del vehículo y choqué fuertemente contra el quitamiedos, y reboté para acabar estrellado en la mediana de enfrente, dándome otro golpe.

Me llevé un gran susto. Mi chico y mi madre llegaron al lugar del accidente lo más rápido que pudieron, y por suerte yo ya me había calmado bastante. También tuve suerte de que las personas que amablemente se pararon a socorrerme fueran realmente maravillosas. Este tipo de gestos me devuelven una fe en las personas que fácilmente pierdo.

Estoy sufriendo mucho las consecuencias a nivel material (gastos, seguros...) y reconozco que me siento muy triste y nervioso. Muchísimo más de lo que me atrevo a expresar o contar a nadie de mi entorno.

Todo sucedió demasiado deprisa. Desde que la rueda salió despedida (yo averigüé lo que había pasado solamente cuando abandoné el vehículo) hasta el golpe, no pasó ni un segundo, pues estaba en medio de la curva. Desde el primer golpe hasta que me di el segundo, momentos en los cuales el coche iba a la deriva conmigo dentro, mi mente tuvo un millón de pensamientos, y aunque podría escribir más de 100 páginas sobre esos pensamientos, lo resumiré con algunos de los pensamientos más importantes que me rondaron la cabeza: Pues aquí acaba todo, ¡Dios mío!, Sergio, Mamá, Papá. Pensé en mucha gente que quiero en milésimas de segundo y quería o pretendía mentalmente hacerles llegar el mensaje de lo mucho que les quería. Curiosamente no pensé en ningún momento "Quiero vivir, por favor". En esos 4 segundos asumí que si ese era mi momento, ese tendría que ser. Y no sentí miedo. Nada de miedo. Eso llegó después.

Porque cuando todo pasó tardé en reaccionar. Un chico y un chica se pararon delante de mi y acudieron a socorrerme. No podía salir por mi puerta, porque estaba destrozada y no se abría, así que me ayudaron a salir por el otro lado. Tardé unos minutos en recuperarme, y comencé a ser consciente de lo que había pasado. Y lloré. En ese preciso momento fue cuando estallé.

Llamé a mi chico y después a mi madre. Mucha gente me reclamaba: la policía, la gente que me socorría, y los otros implicados en el accidente (no chocaron conmigo: dieron un volantazo al asustarse de ver lo que me pasaba), que tuvieron daños menores y tampoco tuvieron daños. No supe de su implicación hasta salir del coche.

Al margen de todo el papeleo legal que he tenido que arreglar y ver cómo va a terminar esta historia (ahora me toca sufrir las consecuencias materiales), quedan unas ligeras consecuencias psicológicas de las que, afortunadamente, sé que desaparecerán pronto, según los días vayan pasando y mi mente se vaya enfriando.

Cuando digo "consecuencias" me refiero al pensamiento de lo que ha ocurrido y lo que quizá podría haber sido. ¿Y si hubiera muerto?. ¿Y si hubiera quedado gravemente herido?. Y lo que es peor: ¿Y si hubiera hecho daño a alguien?.

Está claro que el pensamiento que más invade mi mente es el primero, principalmente porque es del que quizá soy más consciente. Una vez pasó todo me di cuenta de lo mucho que quería a esas personas que hacen que mi vida es lo que es, y sobre todas esas cosas está el hecho de que aún deseo vivir muchas experiencias por mi mismo y para mi mismo. La vida se vive en buena parte por los demás, pues somos una especie que se sostiene mutuamente entre aquellos a los que amamos. Y yo tengo a algunas personas que deseo tener a mi lado el resto de mis días, y yo estar al lado de ellas.

Pero sigo aquí. Y esas personas también. Y espero que, aunque sea sólo algunas veces puntuales, esas personas también tengan el pensamiento de que me necesitan tanto como yo a ellas.
La conclusión a todo esto es una pregunta: ¿Qué valor tiene la vida?. Para mi, el valor de la vida consiste en saber apreciar cada momento, cada vez que respiramos, cada vez que observamos algo hermoso y, ante todas las cosas, cada vez que sentimos algo hermoso en nuestros corazones.

Junto a aquellos que amamos.