8 de septiembre de 2005

Agujetas

Hoy he dormido de fábula... hacía muchos días que no dormía 8 horas y media de un tirón y plácidamente. Supongo que el hecho de que el calor haya descendido notablemente ha tenido algo que ver... de hecho, me he puesto pijama y me he tapado en la cama. ¡Ojo!. No un pijama de invierno, que si no podía achicharrarme.

Sin embargo, esta mañana me he levantado muy achacoso. Ayer regresé al gimnasio por primera vez en unos meses (entre mi accidente y las vacaciones de verano, lo había dejado bastante atrás), y me pegué una paliza a correr, hacer bici-remo y mi tanda correspondiente de abdominales. El resultado: unas agujetas bastante incómodas que por fortuna sé que se me pasaran según vaya retomando la costumbre de ir. Sorprendentemente, ayer hice más de lo que pensé que sería capaz: media hora de cinta a paso ligero y 10 minutos a Sprint que terminaron por darme flato (esa falta de costumbre, ay...).

Lo peor vino por la tarde-noche: también he retomado mi dieta y ayer comí una tortilla y dos tomates, junto con un yogur y el café de rigor de después de comer. Eso hizo que a las 8 y media de la tarde, hora en que llegué a mi casa, me subiera por las paredes del hambre que tenía. Y para más inri, mi madre parece empeñada en que justo cuando me pongo a dieta ella se pone a comprar lo que menos me conviene. Así pues me encontré nada más entrar en la cocina media barra de pan tierno de Baguette, un cazo de macarrones con chorizo, y al abrir el frigorífico lo veo lleno de embutidos varios, queso de tetilla, Mousses de Chocolate, Pizzas, Cocacola... en fin, que me dio un ataque de ansiedad psicológico y se me pasó por la mente el comerme todo aquello de golpe. Pero no lo hice. Esperé pacientemente hasta una hora prudente y comí 3 salchichas de pollo y una ensaladita. ¡Pero qué duro fue, madre mía!.

Esto me ha hecho pensar en lo terrible que es todo esto del sobrepeso, de ser esclavos de una dieta y de un gimnasio, y como todo unido es capaz de exprimir lo mejor y lo peor de nosotros como personas.

Me considero una persona poco agraciada físicamente, aunque tampoco un espanto, y tengo una tendencia peligrosa a ponerme como una vaca en cuanto me descontrolo, cosa que sucede más de lo que yo quisiera. Y hace un tiempo llegó un momento en que llegó a deprimirme muchísimo. Lo pasé realmente mal y lloraba mucho. Eso desembocó en una sensación de rabia y asco que canalicé en fuerza de voluntad. Y lo conseguí. Perdí mucho peso. Pero como todo en la vida, hasta este tipo de sensaciones acaban templándose y las perdí. Y engordé de nuevo con el paso del tiempo hasta que incluso llegué a pesar MÁS de lo que pesaba antes de comenzar la dieta. No tuve ya berrinche, pero volví a actuar. Y así hasta el día de hoy.

Creo que en esta ocasión estoy actuando más calmadamente: si engordo unos kilos no pienso agobiarme, pero tampoco voy a abandonarme hasta llegar a pesar una barbaridad. En todo caso, lo que más me duele es sentirme esclavo de mi cuerpo. Es, según el momento en que me pille anímicamente, un auténtico coñazo. Odio el culto al cuerpo; y más cuando yo nunca seré el prototipo de belleza que se nos vende en los medios audiovisuales.

En fin... creo que tendré que marcharme a hacer más abdominales.

Un abrazo