9 de abril de 2006

El reencuentro de Mathilde


En lo que ella denominaría más tarde La expedición de Milly, el sol, el cielo y toda la naturaleza estaban de su parte. Haciendo gala de su feminidad, se arregló lo mejor que pudo. De blanco, el color de la pureza...
Se pintó los labios para la ocasión.
Las cejas perfiladas, y nada de rimel que alargara las pestañas. Sabía lo que pasaría si perdía la compostura.

Al encontrarle, Mathilde permaneció erguida, apoyada en el respaldo de la silla, con las manos sobre su regazo.

Y le miró.
Bajo la armonía que les envolvía, bajo la luz del jardín, Mathilde le miró.

Le miró.
Le miró…