23 de abril de 2010

Día 4: Recorriendo la isla de Oahu



Nuestro cuarto día de estancia en el paraíso nos llevó al aeropuerto de Honolulu una vez más (consejo: id en Taxi, los autobuses son una pesadilla por lo lentos y tediosos para distancias tan cortas), pero no para irnos de allí, sino para alquilar un coche. De este modo, estaríamos motorizados hasta el mismísimo momento de abandonar Hawai. Así lo hicimos, y desde ese momento y hasta nuestra partida tuvimos un vehículo estupendo para campar a nuestras anchas por todo Oahu.

Tras superar el shock de conducir por primera vez en mi vida un vehículo automático (luego me costó un poco readaptarme a las marchas al regresar a España), no perdimos un segundo y comenzamos un tour fuera de las comodidades de Waikiki recorriendo todo el perímetro de la isla, que todo sea dicho, no es más grande que, por ejemplo, la comunidad valenciana. Es decir: si quieres, un día te basta para dar una vuelta a la isla sobradamente. Dependiendo de cuánto te pares, claro.


Nuestra primera parada nos llevó al parque natural de la Diamond head, que es un importante punto de referencia en la isla y que es una vista muy significativa desde Honolulu y Waikiki. No estuvimos mucho tiempo allí, apenas lo suficiente para echar un vistazo, sacar unas fotos, y chapurrear algo de japonés con unas simpáticas chicas de Fukuoka. El sitio, con tiempo, merece la pena para pasar todo un día haciendo senderismo. Pero nosotros, lamentablemente, teníamos la agenda algo más apretada.


Tras hacer una parada en la famosa playa donde se rodó De aquí a la eternidad entre otras, nos dirigimos al norte por el lado este de la isla recorriendo la costa. Hicimos algunas paradas cuando veíamos zonas especialmente bonitas, como la playa que podéis ver en la foto. El azul zafiro, el clima y el entorno iban in crescendo hasta unos puntos casi surrealistamente hermosos. Realmente merece la pena, y mucho, no quedarse en las zonas turísticas: la verdadera belleza de Hawai es sin duda su privilegiado entorno natural.


Vimos muchas partes de la isla, entre ellas una que tenía especialmente ganas de ver: el rancho Kualoa, lugar de culto para los fans de Lost y los amantes del cine en general, pero prefiero dejar todo lo referente al mismo para otro momento, ya que quiero hacer un recopilatorio de lost-calizaciones en un post aparte.


Terminando el día, es decir, después de comer (en Hawai se hace de noche en marzo algo después de las seis de la tarde), fuimos a ver un sitio especialmente encantador que me recomendó Guido: las famosas plantaciones de piña Dole, que por si no lo sabíais, es poco menos que el producto estrella de la isla junto con las nueces de macadamia. En Hawai te sirven piña en TODAS partes; incluso en el McDonalds junto con las patatas y la bebida tienes una deliciosa ración de piña natural la mar de rica. Creo que yo jamás había tomado tanta piña en tan poco intervalo de tiempo.


Pero volviendo a Dole, se trata de un megaemporio de la piña cuya sede se encuentra junto a una carretera local que está también en medio de kilómetros y kilómetros de plantaciones de piña. La visita resultó sumamente interesante porque jamás pensé que se pudieran vender tantos productos derivados de esta fruta: helados, galletas, cremas, y un largísimo etcétera. Me compré unas galletas y un fabuloso helado de piña natural cuyo sabor aún recuerdo inténsamente.


Y ya tocando la noche y regresando por el lado oeste hacia el sur, nos metimos de lleno en un pequeño atasco a la entrada de Honolulu que nos permitió disfrutar de un impresionante arcoiris. Otra de las características de Hawai es su loco clima, que pese a ser siempre muy estable y cálido, hace que tenga lluvias localizadas a intervalos cortos de forma constante. Es decir, que aunque haga un día soleado, es posible que justo donde tú estás y no 1000 metros más adelante te caiga un buen chaparrón durante unos minutos. Al final te acabas acostumbrando a ello y hasta te gusta.

Al día siguiente seguiríamos viajando por zonas que aún no habíamos visto, pero ese es ya otro capítulo

20 de abril de 2010

Día 3: Honolulu


Como podéis ver en la foto de arriba, no lo pasamos precisamente mal al desayunar nuestro tercer día... y es que Guido me llevó a una (aparentemente) famosísima cadena de restaurantes especializada en desayunos llamada Denny's y que yo no conocía en absoluto. A la vista está que el atracón que nos pegamos fue mayúsculo y, en nuestra defensa diré que comimos tanto esa mañana que ya no pudimos hacerlo hasta bien entrada la noche y tras una buena paliza caminando el día entero.

Tras ver Waikiki, decicimos hacer una visita completa a Honolulu, que como ya se ha mencionado anteriormente, están pegadas una a la otra. Así pues, cogimos un autobús hasta allí, y el resto nos lo pateamos a lo largo del día.


Lo primero que hicimos fue dar un agradable paseo por el famoso centro comercial de Ala Moana, situado en la avenida del mismo nombre, y el centro comercial por excelencia de la ciudad. La verdad es que tenía una distribución curiosa, pero era excepcionalmente variado y con una cantidad descomunal de ofertas gastronómicas (¡hasta había una tienda especializada en mochis!), de compra de ropa, electrónica, etc. Estuvimos allí un par de horitas.


La zona céntrica de Honolulu cercana al Downtown o centro financiero se compone de un montón de edificios emblemáticos de la ciudad, así como de museos históricos. Todos están ubicados en una zona rodeada de parques y realmente amplia. Lo mejor es la sensación de no estar demasiado saturado de turistas, al contrario que en otros lugares.



Inevitable fue la visita a la famosísima estatua dorada del gran rey Kamehameha (sí, señores, igual que en Dragonball, solo que fue Akira Toriyama quien bautizó el ataque más famoso de Son Goku en honor a este caballero). Este es uno de los puntos calientes de la visita a la ciudad.



La Aloha Tower, situada cerca del puerto, es una bonita torre y centro comercial (de chorradas para turistas, todo hay que decirlo) por donde suelen parar los numerosos cruceros que vienen de la península o de distintos lugares del mundo. Es un sitio muy agradable de ver, pero no demasiado interesante a la hora de ver su oferta.


En lo que se refiere al Downtown en sí: poca cosa. Es como todos los Downtowns de América, este si cabe más aburrido de lo normal porque la ciudad no tiene una enorme cantidad de habitantes. Los edificios son preciosos y la zona es tranquila, amplia y agradecida al pasear por ella... pero nada más. La verdad es que, en general, Honolulu es una ciudad muy tranquila, y sobre todo si la comparamos con el gran bullicio que hay en Waikiki constantemente.


Un poco más adelante, nos encontramos con el ya típico Chinatown de las ciudades americanas. Nada nuevo esta vez tampoco: tiendas que parecen calcos una de la otra, mucha venta de comida oriental y, también bastante típico de estos barrios, una higiene nula en la apariencia.


En resumen, Honolulu me pareció una ciudad bastante aburrida, pero entiendo perfectamente su funcionalidad. Aquí la gente viene a trabajar (hay muchas empresas y ministerios, todos ellos concentrados en la ciudad), y se va a vivir fuera a cualquiera de los multiples y ostentosos barrios residenciales de Oahu, dejando todo lo referente al ocio en Waikiki. En ese sentido, se puede decir que la organización es sumamente práctica. Todo está a mano, y todo el mundo suele desplazarse en coche, así que... ¿por qué no dejar cada zona para una función específica?.

Honolulu merece mucho la pena para aquel que desee empaparse de historia del lugar, ya que hay numerosos museos dedicados a ello. Al margen de eso, y si buscas algo más emocionante, es sin duda mucho mejor que te alquiles un coche y te dediques a pasear por todo Oahu, que es lo que hicimos nosotros. Pero eso ya es otra historia...

Un abrazo.

14 de abril de 2010

Día 2: Waikiki


Me parece cuanto menos increíble pensar que llevo más de mes y medio sin escribir una sola entrada en el blog y, lo que es más grave, que dejé de hacerlo justo cuando comenzaba el que ha sido sin duda uno de los viajes más emocionantes que he hecho nunca y que más ganas tenía de realizar. Evidentemente, este parón no se debe simplemente a que esté desmotivado (que no es el caso), sino a la enorme carencia de tiempo que tengo para sentarme un rato y sacar las ideas de mi cabeza. Pero como este tema tiene mucha, mucha miga y que prefiero dejar para más adelante, mejor será que simplemente me limite a hablar (mejor dicho, a continuar) de mi viaje junto a mi querido Guido a las islas de Hawai, concretamente a la de Oahu.


Tras cinco pesadas horas de avión (aunque la ida fue mucho mejor que la vuelta, todo sea dicho) desde el aeropuerto de los Angeles, aterrizamos en el aeropuerto de Honolulu. Nada más hacerlo, me llamó la atención un par de cosas: la primera, la enorme diferencia de temperatura, prácticamente veraniega, y que me hizo sudar de lo lindo hasta que llegamos al hotel y pudimos ponernos algo más adecuado. Y lo segundo, ese enorme ALOHA que se ve en lo alto de la Terminal del Aeropuerto. Ese espíritu Aloha se respira por todas partes, de alegría y de correspondencia y amabilidad entre las personas. Esto se mantuvo durante todo el tiempo que estuvimos allí, nada menos que 6 días.


Como estábamos cansados y no sabíamos exactamente cómo llegar al hotel, optamos por tomar un Taxi. El aeropuerto de Honolulu está muy próximo al núcleo urbano, y apenas gastamos 30 dólares por ir de puerta a puerta. Pero nuestro hotel no estaba en Honolulu, sino en Waikiki, la zona turística de Hawai por excelencia. Para que no haya confusiones: Waikiki pertenece a Honolulu y podría decirse que es un barrio del mismo, porque además están pegados, separados simplemente por un puente y un canal. Pero la diferencia entre Honolulu y Waikiki es abismal: mientras que el primero es un típico Downtown americano (es decir, solo rascacielos, industria y sitios culturales, además del clásico Chinatown), el segundo es un auténtico monumento al turismo: avenidas de tiendas, mercadillos, restaurantes baratos y caros, playas y paseos marítimos, puertos, centros comerciales, y sobre todo, hoteles para todos los gustos. Impacta desde la primera vez que uno pone el pie en Waikiki.

Tras vestirnos adecuadamente (es decir, pantalón corto, camiseta y gorra), paseamos largamente por la playa, y vimos la enorme devoción que se vive por el Surf (estatuas de surfistas, alquileres de tablas, cuerpos de escándalo, etc) pero, sobre todo, mucho mucho turismo. De todas partes, y especialmente de Japón. Hawai está más plagado de japoneses que de americanos. Fue divertido, porque en más de una ocasión pude chapurrear mi japonés con algunos de esos turistas.


De hecho, es precisamente esa exótica mezcla cultural la que hace a Hawai tan interesante: todos los elementos “buenos” de la sociedad americana (el lujo, el acceso a lo último de lo último, la economía), mezclados con un equivalente en fuerza por parte de cultura japonesa (casi diría que más incluyente que la americana), y un pequeño pero fuerte porcentaje de cultura local basada en el ya mencionado espíritu Aloha. Pero no nos engañemos: Hawai vive por y para el turismo. Y de hecho, los nativos más conservadores consideran que USA les ha robado su paraíso para que ellos lo disfruten por ellos. Este, evidentemente, es un tema interesante que puede ser visto desde muchas perspectivas.

Pero ciñendonos a Waikiki, que es de lo que estamos hablando, puedo decir que es uno de los lugares más encantadores que he visitado nunca: temperatura perfecta (22-26 grados todo el año) en un clima tropical, todo tipo de servicios y actividades culturales de primera categoría, las mejores cadenas de restaurantes de todo el mundo, una playa limpa y cuidada de aguas cristalinas, precios muy asequibles en general, no excesivamente superpoblada de turistas (y eso que fuimos en temporada alta) al contrario que en otros sitios de costa y, lo más importante, un trato humano por parte de la gente de allí realmente fantástico. Se nota que saben tratar a la gente.


En los días venideros pudimos ver las avenidas de tiendas en detalle, los indescriptiblemente hermosos atardeceres en la playa, pasear por la noche por ella mientras disfrutábamos de una rica piña colada, cenar un rico filete en uno de los restaurantes costeros, cruzarnos con algún que otro actor de LOST (concretamente con Titus Welliver, el hombre de negro), desayunar en Denny’s…


Waikiki fue un lugar fantástico en el que quedarse, aunque no nos limitamos a disfrutar de las ventajas de la gran ciudad… pero eso ya lo contaré en los próximos capítulos. Quedaba aún mucho Oahu por descubrir.

Un abrazo.