5 de enero de 2008

La muerte de Tokio

Aquí me encuentro, haciendo un breve parón en casa de mi madre escribiendo este post. Debería estar viendo la cabalgata de reyes en el centro de Madrid con Sera, Rosa y Ángel, pero aquí me encuentro... hablando de algo completamente distinto.

Llevo dando clases de japonés desde finales de septiembre, y mi profesora, Tokio (時雄), nativa de Okinawa y residente en España, había sido hasta hace poco la persona que me daba clase. Una chica joven, simpática, agradable, educada y encantadora, risueña y buena a la cual cogí cuanto menos afecto en poco tiempo.

A principios de diciembre dimos la última clase con ella. Estaba malita según sus propias palabras y todos pensamos que era un resfriado propio de la época. Tras faltar a dos clases, nos enteramos de que padecía Hepatitis y que estaba en coma, en una situación crítica. También nos enteramos de que sus padres habían venido desde Japón y que a ella la habían hecho un transplante de hígado, pero que debía permanecer un tiempo en la UCI para comprobar si el cuerpo aceptaba el transplante. Eso es lo último que supe, al no ser de su círculo familiar, y ni siquiera el de amistades.

Ayer recibí la noticia de su muerte. No sé cómo debo sentirme, es extraño porque apenas la conocía, pero habíamos pasado bastantes horas juntos dando clase y fue un tiempo en el que pude ver que, al menos, tenía todas esas cualidades que he mencionado al principio. Me sentí raro, confundido. Tenía poco más de 30 años. Y me parece injusto, muy injusto. Uno podía sentir al hablar con ella que era una buena persona, ilusionada con la vida. Eso se nota, se ve, se siente. Me cuesta pensar que ya no esté en este mundo.

Hoy, con mis compañeros, hemos ido al tanatorio, sin saber qué hacer o decir allí. Hemos preguntado por su novio, español, y hemos visto a su madre y hermana, a las cuales hemos tenido que dirigirnos con un torpe japonés que, afortunadamente, ha sido suficiente. Pero hasta ese momento yo no me he dado cuenta de que me afectaba tanto: no se la veía, el ataud estaba tapado, pero delante de este había incienso y una enorme foto de ella sonriente en un día cualquiera. Y creo que ver esa imagen frente al ataud ha sido lo más cruel de todo. Algo se ha roto dentro de mi y he sentido una profunda tristeza, no porque a mi me duela en profundidad, sino porque no se merecía una persona como ella un final tan triste. He llorado un poco, y sobre todo me ha hecho (y me hace) pensar mucho. ¿Quién le iba a decir a ella cuando volvió de Okinawa este verano que ya no volvería más allí en vida?. Es tan triste que me pongo malo solo de pensarlo... me hubiera gustado hacer algo, decirle adiós, decirle que la apreciaba y le agradecía sus enseñanzas. No sé... simplemente decirle que era una buena persona y que yo la apreciaba por ello.

Es extraño, es una persona que sin ser nada en mi vida, sí que era alguien... y ahora ya no está, mi mente lo entiende pero no lo acepta. Quiero hacer algo y no sé qué ni puedo. Seguramente sea esta la esencia de la vida en sí: una enorme impotencia ante asuntos contra los que nada podemos hacer.

En todo caso, quería dejar una vez más en estas lineas constancia de mis sentimientos.


左様ならです、時雄先生

有り難うございました

貴方を忘れりません