31 de julio de 2007

To forgive. To be forgiven.

Perdonar y perdonado. A veces, muchas veces todo gira en torno a esas dos palabras, y nada más. Los seres humanos sin excepción cometemos errores casi constantemente, siempre dentro de un caótico mar de virtudes y defectos que intentan convivir de manera más o menos pacífica. Algo que, lamentablemente, no siempre se da.

Y sin embargo, el poder de ambas palabras son las que casi siempre mueven el mundo, o lo condenan. ¿Quién no ha perdonado algo alguna vez? ¿Quién no ha pedido perdón por algo? ¿Quién no ha recibido la alegría del perdón cuando era lo que más deseaba? ¿Quién no ha sufrido las consecuencias de un perdón que nunca llegó ni llegará? ¿Quién no ha rechazado las disculpas de alguien?.

Perdonar y perdonado. Ojalá siempre se diera el idílico caso de un error perdonado. Siempre depende de la profundidad del mismo y de las condiciones y contexto donde se produzca, así como de las personas implicadas y la naturaleza de las mismas. Todo es tan delicado, todo se produce dentro de un equilibrio tan frágil que asusta. Todo es tan sumamente susceptible de irse a la mierda que vacía las válvulas del corazón hasta dejarlas sin sangre.

Porque la búsqueda del perdón pocas veces es correspondida como debiera o desea.

Porque hay quien desea perdonar, pero su orgullo se lo impide.

Porque hay quien anhela el perdón pero nunca lo recibirá, y esa idea le consumirá toda la vida.

Porque hay quien dice que perdona, pero no lo hace de verdad.

Porque hay quien tiene que vérselas con el peor de los males: perdonarse a sí mismo. No hay lucha más dura ni ardua que esa, y de difícil victoria.

Porque algunas personas no tienen la palabra “perdón” en su diccionario.

Porque a veces, el perdón solo es una máscara para obtener un bien superior.

Yo, sin alusiones ni referencias a ninguna religión (pues en verdad no profeso ninguna en concreto), creo que el perdonar es un milagro, un acto de pura y absoluta bondad, un soplo de aire y vida dentro de ese burdo equilibrio en el que nos vemos inmersos y al que hacía referencia hace poco. Casi nada en esta vida es imperdonable. Y a nivel personal, creo que mi defecto al respecto es ser demasiado compasivo con los demás, y nada o casi nada conmigo mismo. Eso, a veces, es doloroso.

Pero solo a veces. Cuando duele mucho.

Un abrazo.

Onanismo veraniego

Ambos estaban tumbados en la cama, desnudos, al atardecer, mientras los restos de la tenue luz solar que aún permanecía en el exterior se intentaban colar por la ventana. La cortina anaranjada sumía el ambiente en una especie de sueño onanista, pues se respiraba la pasión de un reencuentro largamente esperado.

Se miraban a los ojos. Se acariciaban la tez del rostro. Se les sonrojaban las mejillas. Se decían obscenidades, y también cursiladas sin parangón. Todo entremezclado, pero perfectamente estudiado, lleno de complicidad. Era lo que ambos querían.

Sudaban, se tocaban por todas las partes de su piel. No había necesidad de inhibición. No había, tampoco, prisa. Se necesitaban. Era su sueño, un momento en el que el mundo se paraba completamente, en el que el espacio-tiempo realizaba una parada transitoria. Era su momento, su sueño, no había más que dos cuerpos entremezclados entre sudor, piel, sangre, fluídos y aliento destilado de morbo y ansiedad satisfecha.

Te quiero, le dijo uno al otro. El receptor recibió el mensaje con escepticismo. Sabía que no era verdad. Lo sabía perfectamente. Era un cuento, un relato inventado, más la necesidad de poder decirlo y ser correspondido que una realidad tangible. No había amor en ese cuarto. Pero no importaba; sea como fuere, otro Te quiero salió de la boca del segundo implicado. Porque sabía que no había otra respuesta posible.

Se mentían. Sí, así de descarado. Se estaban engañando a sí mismos. ¿O quizá no? Porque la realidad de un momento es solamente establecida por las personas implicadas, por el contexto que ellos crean, un mundo independiente, un universo de sensaciones artificiales. Y nada más. Todo lo demás se esfuma bajo el velo de otras muchas realidades. Y así es como sucedió.

Se vieron. Hicieron el amor. Estaban enamorados, no había nada de falso en ello. Hasta que, a la mañana siguiente, con las primeras luces del alba y el despertar perezoso tras una noche veraniega de pocas horas de sueño, y sí de muchos roces menores y mayores, la realidad entró por la ventana nuevamente.

El sueño se había terminado, al menos por el momento, y quizá no volvería hasta transcurridos muchos meses. Y cuando ambos llegaron a sus respectivos lugares de trabajo, pensaron que crear una burbuja de irrealidad como esa era, posiblemente, de las cosas más sensatas que podían hacer en su vida.

¡Adiós, mi amor!

El pasado viernes me encontraba en casa viendo la tele y planchando (cual maruja con estilo, ea) y viendo uno de los pocos programas decentes que hay actualmente en TV, Sé lo que hicisteis... cuando de repente, mostraron este... bueno... es que no encuentro el adjetivo... dejémoslo en que se supone que es un videoclip de una supuesta canción.

En verdad, una cosa así no puede pasar desapercibida... si podéis aguantarlo entero, vedlo hasta el final. ¡Si hasta la letra es pegadiza, aunque el pobre Delfín no tenga ni puñetera idea de lo que es una rima!.

Un abrazo.

PD: Cuando me fuiiiii a Nueva Yoooooork, pensé encontrarme con mi amorcitooooo...