16 de octubre de 2005

Paula

Ayer viví uno de esos momentos emocionantes como pocos. Una de esas cosas que te hacen replantearte todo en su concepto más básico: el poder de la vida.

Tengo dos amigos, María y Jose, que son matrimonio. Les conocí hace casi 6 años, y desde entonces somos buenos amigos.

Con el paso del tiempo, María y Jose se convirtieron en esas personas entrañables con las que he hecho un sinfín de cosas: ir de vacaciones, cenas, cine, excursiones… y les llegué a querer muchísimo. Eso hasta hoy, por supuesto.

Anteayer, día 14, a las 23 horas, llegó al mundo Paula, su primera hija. Y por descontado, al día siguiente fui a visitar a los felices papis al hospital. Paula es una niña tan bonita y tan despierta… la vi cuando aún no tenía un día de vida y se me hizo un nudo en el estómago, unido a la más que evidente felicidad de mis queridos amigos. María estaba bien, pese a todo lo que supone una cesárea.

He visto la evolución como personas y como matrimonio de María y Jose, y ayer sentí una inmensa alegría y una inmensa tristeza, porque esa alegría de ellos nunca podré celebrarla yo.

Ya se que mi vida es buena, que lo de tener hijos no es estrictamente el orden de las cosas, ya se que la felicidad no se mide por los convencionalismos… y que se puede adoptar y todo eso, pero… no se, siento una especie de vacío virtual.

Siempre he querido ser papá. En parte por poder darle a un hijo mío lo que yo nunca tuve, en parte por ser la otra parte en la mágica relación que tuve con mi padre… y, por ridículo que parezca, porque tengo instinto paternal.

Hace unos meses hablaba con una compañera de trabajo sobre este asunto. Y le dije que le tenía envidia, porque ella, aunque tiene 33 años, es soltera, y no tiene planes para ser madre, tiene indudablemente la POSIBILIDAD, la capacidad de ELECCIÓN. Yo no tengo esa posibilidad en ese sentido: alternativas sí, pero no la libertad de hacer mi propia voluntad.

¡Que no se me malinterprete!. Soy muy feliz con mi vida y, sobre todo, con lo que espero de ella, en la que actualmente no entran los hijos. Lo que pretendo es, simplemente, expresar mi sensación de desasosiego antes lo que se me va de las manos y nunca podré acariciar.

Ay Paula, que bonita eres, qué dentro me has llegado en nuestro primer encuentro, y qué de cosas has revuelto en mi. Soy muy feliz de verte en este mundo loco en que vivimos. Pese a eso, sé que tienes los mejores padres del mundo y que serás feliz. Bienvenida a la vida.

Un abrazo.