11 de octubre de 2005

Valinor

En la mitología de mi adorado J.R.R. Tolkien existe un lugar divino, un lugar bendecido, un paraíso terrenal llamado Valinor. Para poneros en antecedentes, os contaré brevemente la historia de este mágico lugar.

Cuando los Valar (Dioses) entraron en el mundo para darle su forma definitiva, cuando todas las cosas eran jóvenes, establecieron estos su residencia definitiva en este lugar que llamaron Valinor. Estaba emplazado dentro del mundo visible, atravesando un muy ancho mar que lo separaba de la Tierra Media, donde el Señor Oscuro Morgoth tenía todo el dominio. Y fortalecieron esta tierra haciendo emerger unas poderosas montañas en las costas orientalas, las Pelori.

El lugar se convirtió en un sitio de belleza incomparable, pues los Valar consagraron todas las cosas que allí existían: las aguas, los árboles, las piedras... y como era la tierra de los inmortales, nada allí se marchitaba o moría. Y fue allí donde apareció por vez primera la luz divina de los dos árboles de Valinor, de gran renombre y cuya leyenda es imperecedera. De esos dos árboles proceden hoy nuestro sol y nuestra luna.

Cuando llegaron por fin al mundo los Elfos, los primeros nacidos y los que precedieron a los hombres, los Valar los guiaron a Valinor, y cerca de las costas vivieron junto a los dos árboles, el mar y los Valar. Esta región se llamó Eldamar, y se componía básicamente de tres ciudades para los tres linajes distintos de elfos. Sus nombres eran Tirion, Valimar y Alqualondë.

Tirion era una ciudad enorme donde residían los Noldor, alta y llena de torres y jardines. Como los elfos de allí no querían separarse del mar ni de la luz de los árboles sagrados, los Valar abrieron un hueco en las Pelori donde fue levantada la ciudad. Este paso fue conocido como el Calacirya, el paso de la luz. Y así, los elfos Noldorin vivían en un crepúsculo donde no perdían de vista ni las hermosas estrellas, ni el mar, ni la luz de los árboles.

Valimar estaba situada frente al valle donde estaban los dos árboles, y allí residían los Vanyar. No en vano se los llamaba los hermosos, y los más queridos por los Valar. Al vivir siempre cerca de la luz, eran los seres más hermosos que existían.

Por último y no menos importante estaba Alqualondë, hogar de los Teleri, marineros de corazón y enamorados del mar. Esta ciudad era sobre todo un gran puerto desde donde los Telerj navegaban sin cesar por las costas de Valinor y desde donde navegaban a Tol Eressea, la isla solitaria, cercana a Valinor y parte de este, donde residían más de los de su linaje.

Con el paso del tiempo y los acontecimientos en Valinor y la Tierra Media, el reino bendecido de los elfos fue retirado del mundo visible, y nadie más podía llegar a él salvo los elfos, quienes por derecho al ser inmortales podían reclamar un sitio allí, pues es su hogar secular. Si habéis visto El Señor de los anillos o leído el libro, cuando al final parte el barco desde los puertos grises, es allí a donde se dirigen, concretamente a Tol Eressea.

Y ahora llegamos al punto en el cual explico el por qué cuento la historia de este lugar: porque para mi es una de esas fantasías vividas en mi mente, un pensamiento al que recurro para sentirme mejor. El lugar de mis sueños es Tirion, y cuando quiero olvidarme de las cosas tristes, cuando me apetece sentirme un niño y desconectar de la crudeza del mundo real que tengo alrededor, me gusta soñar. ¡Qué bonito es soñar!.

Imagino que más allá de todo lo que se puede ver existe un lugar maravilloso, imperecedero, donde no existe el dolor, ni la guerra, ni la muerte, donde todo es inmutable y sólo reina la paz y la felicidad. Me gustaría poder ver con mis propios ojos la imponente ciudad de Tirion, un atardecer desde Alqualondë mientras observo la isla de Tol Eressea y, aunque ya no exista, ver la luz de los dos árboles.

Todo tenemos un mundo imaginario en el que nos refugiamos, sin excepción, aunque algunos hagamos más uso de él que otros. Porque tampoco podemos refugiarnos eternamente dentro de lo que indudablemente es ficción. Pero tampoco renegar de él como si no existiera.

Me encanta mi mundo interior. Es mi válvula de escape, mi esperanza. Y qué maravilloso es, sobre todo, cuando consigues encontrar el equilibrio entre tu mundo y el que te rodea.

Un abrazo.