7 de mayo de 2007

Cuestión de respeto

El juramento me ata. Y por tanto, nada puedo hacer ya. Porque me pediste que lo respetara, que respetara la decisión que habías tomado. Y, hasta la fecha, así lo hago. La petición no fue tal, fue un ruego y casi una necesitad. Era imposible negarse, y menos cuando hay un mínimo de ética dentro de mi. Bastante había ya roto mis propias creencias y mis bases existenciales.
Ahora, en cierto modo, me arrepiento de haber hecho el juramento. Me siento como los hijos de Fëanor, que para bien o para mal, no podían librarse de la maldición y lo perdieron todo a causa de ser fieles al juramento de su padre hasta el final. Así, me temo, acabaré yo.
Ha pasado un tiempo considerable ya, pero no puedo, de igual modo, hacerlo. Es como si todo hubiera sucedido ayer. No soy capaz de perdonarme a mí mismo. Lo he hecho ya todo, excepto eso. No lo consigo, y me siento atado con cadenas inquebrantables que cada vez me dejan la piel más malherida y magullada, ensangrentada. Por favor, que aparezca un doctor como el de Olvídate de mi y borre de mi mente todo lo acontecido. ¡Por piedad!.
¿Qué puedo hacer para encontrar la fuerza que me hace falta? ¿Cómo perdonarme a mí mismo si tú no lo haces ni lo harás nunca? ¿Qué derecho tengo a pedir la absolución? ¿Puede un acto malo eclipsar mil buenos?
No sé qué hacer. Cada vez siento que pierdo más no ya el juicio, sino las ganas de vivir.
Es tan frustrante...

La playa de mi vida

Todas las personas tenemos un lugar. No, perdón, tenemos EL lugar que despierta en nosotros nuestros sentimientos más profundos, más hondos, donde nos encontramos a nosotros mismos y conseguimos adentrarnos más dentro de nuestra a veces cerrada alma.

Existe un lugar en este mundo donde, en mi caso, esto se aplica. Pero nunca, hasta hace unos días, había ido solo a él. Este lugar es una pequeña playa, casi una cala, que se encuentra cerca de Sanxenxo, la playa de Bascuas.

Hace unos días, concretamente el miércoles pasado, fui por primera vez acompañado únicamente de mi memoria y mis pensamientos, para contemplar el que yo considero el atardecer más precioso del mundo, inigualable en su forma y concepción.

Allí, literalmente solo en la playa, me senté en una roca mientras el agua bañaba mis pies, y la brisa me acariciaba. Empecé a buscar las inquietudes en mi, y el iPod me volvió a jugar una mala pasada cuando comenzó a sonar Memory de Barbra Streisand. Al llegar a esa parte de Life was beautiful then eché a llorar. Me quité los cascos y sólo quedamos el sol, las olas, la arena... y mi piel, sangre y lágrimas entremezclándose con los recuerdos y las vivencias pasadas en ese lugar.
Me levanté y corrí hacia ninguna parte para sentir más vivamente el viento, y escribí la frase tonta de la semana en la arena, aunque como dice la canción, la persona a quien iba dirigida no estuviera para leerla en esa playa. Y volví a pensar en ella una vez más y en las promesas que no pudimos cumplir, y me entristecí.

Un abrazo.