15 de julio de 2005

Imágenes idílicas desfiguradas

¡Qué bonito es vivir de los recuerdos!. Quiero decir: las personas, por norma general, tendemos a mantener en nuestro corazón aquellos momentos en los que fuimos más felices y nos regocijamos cada vez que esas visiones, memorias, acuden a nuestra mente. Los recuerdos son, con toda certeza, nuestros tesoros no tangibles que con más celo cuidamos, a la par que amamos.

Pero como todo en la vida, no existe un Yin sin su Yan: a los recuerdos les pasa lo mismo. Existen muchas formas de hacer que un recuerdo pierda su validez: caer en el olvido o, el caso más común, que suceda algo posteriormente que altere el concepto del mismo en nuestros corazones. ¿Quién no se pone melancólico al recordar los momentos felices de un amor aciago?. ¿Quién no se siente atravesado por una espada al recordar a una persona que quisiste mucho y ya no está?.

Como acabo de decir, existen muchas naturalezas de desvirtuar un recuerdo hermoso, una inocencia perdida, una experiencia borrada, una vivencia truncada. Las peores son aquellas que nos van quitando la ilusión de unos momentos intensos de forma lenta, muy lenta. Es casi peor que cuando te quitan algo de golpe: porque es como si te estuvieran arrancando el corazón a cucharadas.

Ah, el cambio... el constante cambio de las naturalezas, de los magnetismos, los vientos cambiantes, el libre albedrío de las cosas... es posible que para muchas personas el mundo gire a una velocidad vertiginosa y en cambio para otras apenas se mueva. Y como han estado separadas, ¿dónde están las dos personas que coincidieron en el pasado?. Curiosidades del destino: ya no existen. Y lo gracioso es que ambas no saben en qué momento sucedió.

¿Y por qué me pongo así, preguntareis?. Bueno, ayer pasé una tarde entera con mi amiga Belén Arjona en el rodaje de su próximo videoclip (es cantante). Y pude apreciar todos los matices de la situación que acabo de describir. Y me apené. Pero a su vez, lo cual es lo más terrible, sentí una profunda indiferencia. Y eso sí es un problema.

Conocí a Belén en 2001 en unas circunstancias cuanto menos curiosas. Intimamos muy rápidamente y nos hicimos buenos amigos. Por aquel entonces yo trabajaba en PC City y ella estudiaba Historia en la universidad. Siendo polos opuestos nos cogimos mucho cariño y comenzamos a vernos muy a menudo. Y fue algo muy bonito, en verdad. Comencé a ir a verla a los conciertos que ella daba con su guitarra en bares de Madrid y yo soñaba con verla ascender como cantante. Y eso ocurrió. La ficharon a los pocos meses en Warner Music.

Y ahí comenzó el declive de una amistad: la típica separación en la cual no hay más que eso: distancia. Pero como se suele decir, Ojos que no ven, corazón que no siente.

Me he convertido en el Webmaster de su web y en el presidente de su club de fans basándome en las raices de nuestra amistad, con toda la ilusión del mundo. ¡Mi Belén, que tiene su propio disco!.

Pero aunque el paso de este tiempo ha traído consigo una mayor distancia en el tiempo cada vez que nos veíamos con la consiguiente falta de conocimiento de nuestras vidas, ha sido algo más que eso: me he dado cuenta de que el vínculo que nos unía ya no existe como tal. Ahora ya es otra cosa, la concepción de la naturaleza de nuestra amistad ha cambiado. Y es posible que yo ahora (al igual que ella) no consideremos esto como una amistad en sí, sino un mutuo acuerdo comercial.

En verdad yo no creo en algo tan frío como lo que acabo de decir, ni creo que ella me considere un mero objeto de interés, pero es innegable (a los hechos me remito) de que ella ya no necesita mi amistad. Ni yo la suya. ¿Por qué, entonces, se hace tal pantomima?. Creo que simplemente por el hecho de que eso es lo que hacemos con la mayoría de la gente que pasa en nuestras vidas: fingimos un mayor interés por ellas del que realmente tenemos tan solo por educación. O simplemente asumimos que mucha gente que nos rodea trata con nosotros lo justo y necesario, pero no le importamos.

A veces me siento mal con todo lo referente a Belén porque, en verdad, a veces parezco un objeto más de su campaña de Marketing sin dejar lugar a la persona detrás del cargo. Ayer me dijo nosequien que estaba allí bueno, chico, a ver si sigues siendo tan fan. ¿Fan?. ¿Yo?. ¡Pero si yo no soy fan de Belén!. Un fan ve a la persona que admira como alguien lejano y cercano a la vez, y la gracia reside en que en verdad sólo conoce a esa persona a través de su música. Pero no me pasa a mi eso con Belén. A Belén la conozco más allá de ese idealismo surrealista. Y conozco muchas de sus virtudes y defectos. Por eso me molesta que se me rebaje a ser un fan de ella. No es que un fan sea menos, es simplemente que mi relación con ella es otra cosa.

Ayer me sentí solo en medio de toda esa gente. Poco integrado. Fuera de lugar. Y lo peor es que me sentía más Sr. Celofán que nunca... ellos a su bola y yo el chaval que lanzaba fotos. No es que me ignoraran, tan solo es que no era parte de su grupo, ni parte de su onda. No había, en términos superficiales, el feeling que se precisaba.

Por eso me siento así. Porque la Belén del 2001 ya está en otro sitio. La vida ha distanciado nuestros mundos. Dos personas pueden ser muy distintas y sin embargo permanecer unidas, pero también puede ocurrir el caso de que los derroteros les lleven a parajes opuestos. Eso es lo que ha pasado.

No obstante, seguiré siendo parte de este juego-pantomima, en parte para ver qué ocurre... pues me intriga saber a dónde me va a llevar todo esto.

Ah, qué vida tan curiosa...