23 de febrero de 2005

¡¡Márchate!!

¿Por qué eres tan cruel?. ¿Por qué no me dejas en paz?.
¿Por qué no me dejas vivir?. ¿Por qué, dime, por qué?.

Nunca me has abandonado. Siempre, durante toda mi vida, has estado ahí. Y yo nunca te llamé. Apareciste una noche en mis sueños, una noche cualquiera, y me asustaste. Porque yo no sabía quien eras. Y lloré. Y llegó mi madre y le conté que te había visto. Pero ella no quiso escucharme.
Estaba aterrado, confundido. Comenzaste a atenazarme, a asfixiarme, y yo no podía escapar de ti. No tuviste piedad. Sentía como si me estuvieran acuchillando, o casi diría que era algo peor. Y ese día no pude dormir.

Ese día se convirtió en dos, y ese segundo día en tres, y así sucesivamente.

Cada vez que llegas, de improviso, cuando menos lo espero, vuelvo a llorar. Y es que llegó un momento en el que no te conformaste con aparecer en mis sueños, sino que me visitabas con más frecuencia y en cualquier momento. Y me costaba aparentar delante de los demás que tú no estabas con nosotros, y que estabas quitándome la vida.

Oh no, no estoy loco, ni demente, en absoluto. Sé que estás ahí, y por desgracia tengo asumido que ahí vas a estar hasta que todo termine. Tengo que vivir día a día con la conciencia de que no me vas a abandonar nunca. Y te odio por ello. Porque por tu culpa a veces siento que no puedo vivir, ni disfrutar, ni llegar a ser tan feliz como querría. Y nada podrá alterarlo. NADA. Eso hace que te odie aún más.

Hace tantos años que nos conocemos que ya te conozco perfectamente. Puede que nunca hayas recibido ningún tipo de comprensión o aprecio por mi parte, pero es que cuanto más te he conocido, menos me has gustado. Es más, te detesto. Eres sin duda alguna lo que más aborrezco de mi vida.

¿Por qué tuviste que escogerme a mi?. Estoy seguro de que tienes a cientos de miles de personas a las que también visitas y ellas te odian igual. Nunca tendrás amigos. Como mucho, llegarán a aceptar que te tienen que soportar. Pero yo no puedo hacerlo. No me culpes por ello: tú te lo has ganado.

Te odio. Por favor, si esto sirviera de algo, sólo hay algo que deseo decirte:

¡¡MÁRCHATE!!

22 de febrero de 2005

75 pesetas al día

Cuando era niño, me gustaban mucho las "maquinitas". Se me viene a la cabeza ahora un verano de mi infancia, que no sabría determinar cuando fue exactamente (pues lo que recuerdo son apenas resquicios), en los que hice una pequeña jugarreta a mis abuelos. En verdad creo que yo debía tener 9 o 10 años.

Yo me pasaba los días en casa de mis abuelos Pepe y Pilar, y mi madre me dejaba allí cuando ella se iba al trabajo por las mañanas. Y mi madre dejaba 20 duros encima del frigorífico para que yo fuera con ese dinero a comprar una barra de pan para la comida. Pues yo llegaba a casa de mi abuela dormido, y así seguía durante un par de horas más.

Por aquel entonces estaban muy de moda los salones de juegos recreativos en los barrios, y el único que me interesaba era un videojuego de las Tortugas Ninja que había en los recreativos de barrio de Oroquieta. El problema es que yo era tan pequeño que no me dejaban ir allí solo.

Todas las mañanas me iba sobre las 10 y algo de la mañana de casa de mis abuelos, diciéndoles que me iba al parque de al lado de casa a jugar, y a comprar el pan. Era mentira, claro está, pues en verdad lo que hacía era escaparme a los recreativos para gastarme 75 de las 100 pesetas en la maquinita de videojuegos. Y al volver compraba la barra con el dinero restante. Esto funcionó muy bien durante un mes. De hecho, mi ilusión del día a día era que llegara la mañana para irme a jugar a la maquina.

Cuando me preguntaban qué hacía con el dinero que faltaba, yo decía "Me he comprado un helado". Y al final acabaron asumiendo que cada día me compraba un polo por las mañanas cuando iba a por el pan.

Pero un día me pillaron. En mi avaricia caí en una trampa que me tendí yo mismo. Porque un día mi madre dejó 200 pesetas, y yo, inocente, pensé que era un "aumento de asignación". Y me gasté el dinero, y resultó que estaba destinado a otras cosas. Cuando me preguntaron dije lo de siempre, y se enfadaron tanto conmigo que decidieron que el pan, a partir del día siguiente, lo compraría mi abuelo. Que no podía gastarme 200 pesetas al día, porque era impensable para un niño de mi edad el gastarse tanto dinero.

Tenían toda la razón. La verdad es que no hice bien, y aprendí de aquello que no se puede ser una persona tan egoísta ni mentir tan descaradamente y sin remordimiento.

La excusa que me pongo a mi mismo es que esas 75 pesetas iban destinadazas a la felicidad dentro del mundo propio de un niño pequeño.

21 de febrero de 2005

El cambio esperado

Corría el año 1999, y se acercaba el caluroso mes de Julio. En una casa más de un barrio más de Madrid un chico se dedica en cuerpo y alma a estudiar selectividad. Hacía un año que sólo cursaba dos materias, Matemáticas y Electrotécnia, pues suspendió estas asignaturas durante el año anterior, y se tuvo que poner al día en todas las demás, algo que le estaba resultando especialmente duro.

Como las clases terminaron a primeros de Junio y el examen no era hasta finales, entre medias tenía tiempo de examinarse del práctico de conducir... ¡y aprobó!. Su felicidad era grande, pero lo fue más cuando su madre le regaló su primer coche, uno muy viejo y de segunda mano, pero que salió muy barato y le valía de sobra para soltarse.

Pero llegó la selectividad, y no consiguió pasar los exámenes (por poco, eso sí). Y sus esperanzas de estudiar informática en la Universidad se disiparon; No obstante, ya decidió hace un año que no volvería a tener una depresión en caso de suspender. Porque siempre le quedaba la alternativa de estudiar un módulo de grado superior. El tiempo le daría la razón, y su actitud y elección fueron las mejores que pudo escoger.

¿Qué hacer ahora, con 18 años, habiendo dejado recientemente un pequeño trabajo de ayudante por las tardes que no le gustaba nada, pero que le vino muy bien para pagar las clases de conducción?. "Bueno, debería buscar un trabajo para sacarme algunas perrillas y, si es posible, seguir estudiando cuando llegue el momento" – Pensó para sí mismo.

La solución llegó de mano de su profesora de Mates, Montse, quien en una agradable despedida en la cafetería del instituto, le entregó un periódico y le recomiendó que buscara algo. Y ahí había algo que sonaba interesante: Comercial de venta de ordenadores en EI System. "Vaya, creo que esto suena bastante bien". – Se dijo.

No pasaron ni dos semanas antes de que le llamaran para hacerle una entrevista, y al día siguiente uno de esos "debates de grupo" con temática absurda entre candidatos a los puestos. Pero aún así, finalmente le llamaron para una tercera y última entrevista con el jefe de la tienda, que estaba ubicada en Majadahonda. Y allí, el Sr. Antonio Sánchez le entrevistó, y le dijo claramente que podía empezar en unos días si así lo deseaba.

Así fue como un joven estudiante se descubrió a sí mismo, en un margen de tiempo muy corto, de un modo que siempre había querido y deseado. No conocía los límites más allá de su abono transporte, o un viaje de estudiante puntual, no sabía lo que era poder disponer de una tarjeta de crédito, y hasta ese momento tenía que pedirle la paga a su madre. Y no es que sintiera que debía cambiar todo aquello, pero sí que era un niño con ganas de crecer, quizá porque era el momento para ello.

Porque para que una persona comience a florecer, o empezar a vivir la vida que desea, debe comenzar por buscar un camino en el que no deba ir agarrado de la mano de nadie. Y así lo hizo: quizá un poco aposta, quizá un poco llevado por las mareas del siempre cambiante tiempo que a todos nos arrastra sin compasión.

Pero cuando, una noche, pocos días después, volvía del trabajo, en una cálida velada de verano, vestido con la indumentaria de comercial, y con su madre esperándolo para cenar, en ese momento, con la luz de las farolas de la carretera iluminando su rostro, con el ruido incesante de los coches alrededor, con el Sway de Bic Runga sonando por su cassette, con ese calor embriagador que sólo las noches de verano poseen y que te hacen sentir de un modo especial, aquel chico se dio cuenta de que se había producido ese cambio del que era consciente que algún día llegaría, pero del que no esperaba una manifestación en esas circunstancias. ¡Pero tampoco sabía cuales eran las circunstancias!.

No importa; Sea como fuere, ahí estaba: una época de cambio, SU época de cambio. El momento en que iba a florecer. Y así fue en verdad.

En cada paso de la vida se pierde algo (como también pudo comprobar después), pero en esos días de su existencia, que nunca olvidará, se dio cuenta de que comenzaba a vivir de verdad.

A ser feliz.

A ser él mismo.

19 de febrero de 2005

Las horas

Ayer volví a ver esta maravillosa película de Stephen Daldry, protagonizada por actrices que tanto me gustan: Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman, además de un impresionante elenco de secundarios entre los que están Jeff Daniels, Claire Danes o Miranda Richardson.

La película trata de la historia de tres mujeres en tres épocas distintas, pero todas ellas unidas por ciertos paralelismos. Así pues, Nicole Kidman interpreta a la escritora Virginia Woolf en los años 20, mientras escribe su novela La Señora Dalloway. En los años 50, Julianne Moore es Laura Brown, una ama de casa embarazada y que vive en un aparente mundo feliz y sin problemas. Laura está leyendo La Señora Dalloway. Y finalmente, en el año 2001, Meryl Streep es Clarissa Vaughan, una madura y culta editora que es el vivo reflejo del personaje de la Señora Dalloway. En un solo día sucede toda la acción, pero como bien dice la escritora Woolf, en ese día está toda su vida.

Lo que más me gusta de esta película es que, en cierto modo, refleja muchos de los miedos inherentes al ser humano, así como sus defectos. Las tres mujeres viven con parejas que, como buenamente pueden, las intentan hacer felices. Pero lo hacen desde un punto de vista egoísta. De ahí que Virginia se sienta oprimida en el pequeño pueblo de Richmond, o que Laura defina como la muerte en vida el estar en una urbanización de ensueño y con un marido e hijo que la quieren. Tampoco se libra Meryl Streep, cuyo mejor amigo la considera una persona trivial.

Pero las cosas no son tan sencillas. El pasado, de algún modo, nos tiene atrapados a todos en sus redes, y nos aferramos a su felicidad de antaño, como añorando momentos que no volverán y, en cierto modo, cegando un presente que es más especial de lo que podemos percibir a priori. Esa es una lección que se acaba aprendiendo de esta película.

A lo largo del metraje hay algunas frases que me gustaría remarcar, porque encierran una gran verdad o porque, simplemente, me parecen hermosas.

Las personas nos mantenemos vivas por los demás

Hasta los locos queremos que se nos consulte, pues así definimos nuestra humanidad

Alguien tiene que morir para que los demás apreciemos la vida; así se establece el contraste

En aquel momento creí que era el comienzo de la felicidad, pero no es así; ERA la felicidad

La vida hay que mirarla a la cara, y quererla por lo que es

Podría exponer algunas frases más, pero creo que ya es suficiente. Básicamente concluiré diciendo que películas como esta hacen, a mi buen juicio, que el cine tenga el calificativo de arte.
Yo soy alguien que, en cierto modo, también vive anclado en el pasado. La mayoría de las cosas que ahora recuerdo de él no son buenas, pero hay algunas que, al pensar en ellas, me entristecen. Porque siento que esos momentos no volverán jamás. La carga creciente de los años no hacen sino agudizar esta sensación de nostalgia, al menos en mi alma. Lo que más echo de menos, es, sin, duda, a mi padre.

Recuerdo nuestros largos paseos por Escalona cuando él y yo estábamos solos allí, y él trabajaba en un bar. Recuerdo amaneceres y atardeceres fríos con él cogido a mi mano, mientras me explicaba su forma de ver ciertos aspectos de la vida. Recuerdo cuando ibamos a cenar, al cine, recuerdo cuando todos los sábados él se iba al bar de mi tío a ver el futbol mientras yo jugaba al billar con un amigo. También acude a mi mente las veces que iba a verle a Aranjuez en el tren. Incluso recuerdo cuando aún vivía en casa y los domingos salíamos a dar un paseo por las mañanas.

El paso del tiempo es muy doloroso, y juzgar con equidad cuan felices somos es algo complicado. Yo creo, honestamente, que hoy en día soy una persona feliz en todos los sentidos, pero siempre voy a tener el peso de la nostalgia sobre una felicidad pasada, que quizá atesore más en mi corazón por el mero hecho de ser algo que nunca volverá. Y seguramente esto me ocurrirá dentro de un tiempo respecto a esta época que estoy viviendo ahora. Pero el ser humano es así, imagino. Al menos yo sí.

Vivir de recuerdos es hermoso, pero un dolor constante. Y el dolor y la alegría van siempre de la mano.

Un abrazo

14 de febrero de 2005

Las bofetadas son necesarias

Es curioso cómo a veces nos vemos obligados a dar bofetadas (figuradamente, se entiende) a aquellos que queremos para que, al menos, intentemos hacerles reaccionar ante algo que indudablemente están haciendo mal y les está haciendo sufrir. Y por consecuencia lógica, a ti también, aunque sea de un modo distinto.

Voy a ser sincero: odio ser violento. Y cuando tengo que serlo, bien por obligación o bien por necesidad, no lo hago con gusto. Pero es necesario hacerlo en muchas ocasiones.

Supongo que todo el mundo se identifica con la situación en la que estás viendo a una persona que, a priori, es querida (o incluso muy querida) para ti y ves cómo se está hundiendo en un mar de mierda por pura estupidez. Entonces parece que, aunque le des tu brazo para agarrarla, el empeño de esta persona por meterse en ese mar es tan fuerte que bien te hundes con ella o bien la dejas marchar. Esa segunda opción es la que siempre debemos escoger, por nuestro bien.

Ya me ha pasado en más de una ocasión y con más de una persona en concreto, y cada vez he aprendido más lidiar con este tipo de situaciones. Lo cual no significa que en cada ocasión en que tengo que ser rígido, no sienta una especie de puñal atravesando mi corazón.

Supongo que cada persona tiene una personalidad que la identifica como la una o la otra en este tipo de situaciones. Yo tengo la suerte o la desgracia de pertenecer a ambos bandos, y por eso quizá puedo hablar con más conocimiento de causa. Porque alguien que nunca se ha visto en el lugar de otra persona, por mucho que lo quiera, no puede entenderla. Y es una cosa terrible el sentir esa desagradable sensación de morbosa alegría al dar lástima. Y lo peor de todo es que te avergüenzas de darla, y no eres capaz de admitir que lo haces conscientemente. Es una contradicción en toda regla.

Ya hace mucho que no me veo en esa situación y, honestamente, no creo que vuelva a darse por mi parte. Han pasado ya demasiadas cosas que me impedirán estar en ese lado, entre ellas el haber aprendido a quererme por cómo soy (ahora, de hecho, me cuesta pensar que no siempre ha sido así), y a encarar los problemas y buscar una solución en vez de lamentarme por ellos (arrastrando a los que quiero en el camino), aunque la entereza me llegue a duras penas.

Y en conclusión, aunque pueda sonar egoísta, el único favor que se puede hacer a un amigo en una situación así es... abrirle los ojos, aunque sea a bofetadas. Y desvincularse emocionalmente. Sólo así, a la larga, si ese amigo tiene la capacidad de comprensión suficiente, entenderá tu actitud. Y aunque no lo entienda, sabrás de todas maneras que ese es el mayor favor que puedes hacerle: apoyar y escuchar (y hacerlo de verdad), pero no alimentar su desdicha.

Antes de cerrar este post de hoy, me gustaría recalcar que hoy es el día de los enamorados. Pese a que, como la mayoría de las celebraciones hoy en día, se han visto completamente frivolizadas por la sociedad en que vivimos y, en cierto modo, ya no tiene valor real... en fin, me gustaría declarar que estoy profunda y emocionadamente enamorado. Y ya que sé que leerás esto, quiero que sepas una vez más lo importante que eres para mi. Porque solo a tu lado me siento pleno. Porque no puedo creer aún lo que has conseguido en mis sentimientos. Porque eres principio y fin. Porque lo que hay entre nosotros es puro, sincero y sin condiciones.
Y en definitiva, y aunque ya lo sepas... porque te quiero.

Un abrazo

10 de febrero de 2005

Falta de visión

Un día más en la ofi. Hoy me encuentro especialmente agobiado, ya que no paran de abrirme frentes de trabajo. En particular me la acaban de meter doblada con un asunto que ya creía más que cerrado acerca de unos informes estadísticos que se definieron hace tiempo.

Me molesta mucho, MUCHÍSIMO, que ciertas personas que ocupan cargos importantes no tengan ni idea sobre lo que consiste su trabajo, y su única labor sea pedir, pedir y pedir a gente competente (y ya no estoy hablando sólo de mi), y pese a no entender muchas de las cosas que solicitan, tengas constantes quejas y cambios que realizar. Y no, no creo que estas personas tengan visión de lo que tienen debajo de ellas.

La verdad es que soy feliz en mi trabajo y me gusta mucho, pero muchas veces tengo la sensación de ser demasiado bueno, o demasiado sumiso (porque no tengo elección). Pero en todo momento me siento como el personaje del Sr. Celofán de la película / musical Chicago. Porque pocas veces se notan, se ven, o se aprecian los enormes esfuerzos y el cariño y empeño que pongo en las cosas que hago. Porque, al menos a nivel profesional, me jacto de ser eficiente y de hacer las cosas en todo momento lo mejor posible y, si puedo, aún más.

En el momento en que escribo estas lineas me estoy tomando un respiro mental y físico, y escribir esto me ayuda a liberar algo de estrés, y procuro pensar en cosas bonitas que nada tienen que ver con todo este tinglado para levantar un poco el ánimo.
De todos modos, es muy injusto ver día a día a personas que claramente no tienen capacidad competente para desempeñar cargos de cierto nivel. Y no es que yo vaya de juez o sienta envidia, tan solo creo que es lo evidente.

Pero supongo que yo no puedo cambiar el mundo... ¿verdad?

7 de febrero de 2005

Irene y Victor

Es curiosa la forma que tiene de manifestarse el amor. Cuanto más pasa el tiempo, más te das cuenta de que lo que definimos como amor es aún más enorme de lo que creemos que es. Hoy en día descubro cada día en mi emociones y sentimientos que nunca antes había experimentado.

Es lo que me ocurre con Irene y Victor. Son dos personitas que en mi vida son lo más parecido que he tenido nunca a hermanos pequeños, pero casi diría que actualmente ese sentimiento se ha transformado en un amor paternalista. Son mis primos hermanos.

Irene tiene 10 años y es la hija de mi tía Juli y mi tío Antonio. Recuerdo que cuando nació yo no pude verla hasta pasados 7 días, pues ella nació un domingo a las seis y media de la tarde de un domingo, y ese día no pude ir a verla. Yo tenía 13 años y al día siguiente me marchaba al viaje de fin de curso de octavo de EGB. Por tanto, no vi a la pequeña en unos cuantos días.

El paso del tiempo me ha demostrado que mi pequeña es una de las cosas de esta vida que más quiero. Porque la he visto nacer, y la estoy viendo crecer, y poco a poco veo cómo se está haciendo mayor. Es a ese sentimiento de ver crecer a alguien que has querido desde el primer día al que me refería.

Mi pequeña se parece a mi, y no solo en apariencia física. Aunque a veces me ría de la tontería de que la llamen los demás "Daniela" por ese parecido que nos caracteriza, en el fondo me siento muy orgulloso de que así sea.

Victor es esa otra personita que atesoro en mi corazón de forma especial. Es el hijo mayor de mi tío Angel y mi tía Pepa, y actualmente tiene 8 años. Cuando yo iba al instituto, y al tener muy cerca la casa de mis tíos, me iba a ver al pequeñín. Y luego hubo un tiempo en el que apenas le veía porque, como muchas veces ocurre en la vida, los caminos que no unen a las personas de nuestro día a día se separan.

Pero hace ya de un año a la época actual he vuelto a recuperar de forma asidua mi relación con mis tíos y con sus ahora 3 hijos, pues ahora ya no es solo Victor, sino sus hermanitos Ángela y Jorge, mellizos, que aún son muy pequeñitos, pues tienen unos 5 años.

Cuando miro a mi pequeño Victor a los ojos, veo una inocencia pura y limpia, veo ternura y amor, veo humildad. Y también veo sabiduría. Veo que es un alma con deseos de aprender lo más bonito y lo más hermoso de la vida. Y me gusta hablar con él, y me gusta que me escuche, y adoro poder explicarle cosas, y que espontáneamente me de un abrazo y me demuestre que me aprecia y quiere.

Tengo muchos primos, a los cuales quiero mucho, pero a cada uno de una manera. Y en el caso de Irene y Victor, lo que destaca de ellos, y los que los vincula a mi alma, es un mismo sentimiento: el saber que darías la vida por ellos. Porque dos personas tan pequeñas son capaces de llenar mi corazón. Porque ahí están, ahí les ves crecer en cuerpo y mente, y ahí van a estar toda tu vida. Tengo mucha suerte de tener una Irene y un Victor en mi vida. En verdad soy muy afortunado.

4 de febrero de 2005

¿Apología del racismo?

Hoy voy a escribir acerca de una reacción a mi comentario de ayer, acerca del poder del conocimiento.

Mi chico lo leyó y me comentó que, pese a que al final del comentario voy acercándome a lo que realmente quería expresar, le pareció que era un comentario completamente parcial y clasista, y quizá con un tinte de racismo hacia la etnia Gitana.

Lo cierto es que en ningún momento he pretendido parecer un racista, pero tras releer detenidamente mi texto tras lo que mi niño me comentó, empiezo a darme cuenta de que, según se lea, efectivamente puede parecerlo.

No quiero andarme por las ramas: no soy un racista. Para mi, como dijo Martin Luther King, un hombre no debe ser juzgado por su raza, color, etnia o condición, sino por sus actos. Y nunca he sentido reacciones xenófobas hacia nadie.

¿Nadie?. No, no es cierto. Reconozco que tengo reacciones de rechazo hacia la etnia gitana, al menos la que me toca de cerca.

No deja de resultar ridículo que pese a tener claro lo que he expuesto anteriormente acerca del racismo, no pueda soportar la visión de un gitano estúpido. Pero es por el hecho de que sea un estúpido que no lo soporte, no por el hecho de que sea Gitano. Y hasta la fecha no hay nada que no me demuestre que la gran mayoría de ellos, al menos los que viven cerca de mi, lo sean.

He convivido con ellos desde que era un niño pequeño. Día a día. Y honestamente, casi nunca he encontrado nada bueno en ellos y casi todo malo o terriblemente malo. No dejo de asombrarme ante lo cerrados que son con su mundo (porque sí, su mundo es suyo y nadie entra en él), que hacen de la ignorancia su modo de vida, y porque para alguien como yo, me parece que viven en la prehistoria. Y aquí no oculto que esto es un comentario clasista. Pero no pretendo parecer mejor, simplemente destaco que yo me muevo a un nivel distinto, ni más alto ni más bajo. Tan solo diferente.

En el colegio, constantemente los gitanos me perseguían. Me robaban el bocadillo. Incluso me pegaban. Y siempre, constantemente, veía que los motivos de estas personas eran maliciosos. Una vez me llegué a hacer "amigo" de uno. Porque yo intentaba creer que no podía ser que la gente fuera mala por naturaleza... ¿y sabeis qué conseguí?. Llevarme un disgusto. Porque ya no por causa mía, este chico hizo algo horrible, y ví algo que nunca olvidaré. Un día, estando en el recreo con este chico, llegaron unos cuantos gitanos amigos suyos, y le recriminaron que se "estuviera juntando con un payo". Es más, le instaron a "pegale una hostia al payo este de mierda". Y así, sin más motivo que ese, el chico me pegó un puñetazo, y los demás se mofaron de mi. Y ahí acabó mi "amistad".

Ya de adolescente o adulto, los he tenido siempre enfrente de mi casa. Y sólo he podido ver escenitas, música a toda pastilla a altas horas de la noche, he recibido insultos, me han robado dos veces la radio del coche... y siempre, siempre he visto como ninguno de los vecinos pudiera jamás decirles nada, por miedo a represalias.

Es por esto que digo que estoy muy condicionado y no puedo ser parcial. Pero por otro lado mi corazón no siente que sea racismo, sino rechazo a una forma de entender la vida.

¿Sueno muy ambiguo?. Posiblemente. Lo mejor, para resumir, sería decir que no me considero en absoluto una persona racista, pero que el hecho de haberme condicionado tanto la etnia gitana en mi vida puede hacer parecer que lo soy con respecto a ellos.

Pero en todo caso, quiero recalcar que la mención de ayer a una persona gitana no fue más que anecdótica.

Un abrazo.

3 de febrero de 2005

El poder del conocimiento

Hace unos meses vi una película que, para ser honestos, no era una obra maestra. El motivo de que se realizara esa película tenía que ver con su protagonista, pues trataba de la historia de su vida desde un punto de vista concreto, y su figura era indudablemente importante en ciertos ámbitos de la cultura contemporánea en la Inglaterra del siglo XX.

Esta película se llama Iris, protagonizada entre otros por Kate Winslet, Jim Broadbent (que se llevó un merecido oscar), y Judi Dench. Trata de la historia de la extraordinaria escritora inglesa Iris Murdoch, que supuso una revolución en la literatura inglesa por su carácter libertino y sus gran talento como filósofa y novelista.

La película flaquea mucho en muchos aspectos, pero lo que la engrandece es, sin duda, la exposición de muchas de las ideas de esta apasionante escritora. Reconozco haber leído pocas cosas de esta mujer, pero creo que no es necesario cuando reconoces rápidamente el dogma que mueve sus pensamientos.

Y he aquí que llegamos a la reflexión que hoy quiero hacer. Iris Murdoch hacía la siguiente y aplastante afirmación, la cual comparto completamente: El poder del conocimiento es el camino hacia la libertad absoluta. Lo cual, en consecuencia, significa que la ignorancia es la peor de las cárceles.

¿Puede que lo que digo no sea algo que no se sepa ya?. Posiblemente no. Todos sabemos cuan importante es la educación, la cultura, el poder del raciocinio. Pero también eso conlleva muchas otras cosas, pues no hay Yin sin su Yan.

Ayer estuve cenando con la persona que más quiero, y detrás nuestro teníamos una pareja de gitanos con una niña pequeña. Y ver su actitud, su forma de hablar, las formas de estos... casi llegó a sacarme de quicio. No hay nada que menos aguante que una persona ignorante, pero en este caso (y no es el primero que me encuentro) lo que observé era la imagen de un ser humano sin ningún tipo de sustancia. La sensación que me invadió fue de lástima y rabia. Porque... ¿qué sentido tiene vivir si no eres capaz de apreciar absolutamente nada, que tu conocimiento, tu capacidad de comprensión es nula?. Creo que sería la muerte en vida.

Pero luego más tarde reflexioné y volví a encontrar una conclusión al respecto. Y siempre llego a la misma. Las personas encuentran la felicidad de acuerdo al mundo en el que se rodean, y lo que a mi puede parecerme algo deleznable, ellos ni se lo plantean. Todo va, como siempre, en base a los círculos en que te mueves y respecto a tu propio concepto del conocimiento y la capacidad de comprensión. Uno siempre está limitado por el poder de comprensión de sus propias ideas.

Creo que la verdadera sabiduría consiste no solo en la capacidad de asimilar conocimientos y verdades, sino también en comprender el resto de las realidades que nos rodean. Es posible que yo tenga un conocimiento mayor de las cosas que las personas que vi ayer, pero también yo estoy limitado. No soy mejor que ellos. Tan solo entiendo las cosas de un modo distinto. Y también estoy dentro de mi propia carcel, pues cuanto más conocimiento tiene una persona, más compleja, y por tanto más enmarañada se vuelve su mente.

¿Soy mejor o peor que estas personas?. Me temo que, humildemente, no tengo capacidad de responder a eso.