17 de noviembre de 2008

Miyazaki vuelve a sus orígenes

La impresión que uno tiene al finalizar de ver 崖の上のポニョ (Gake no ue no Ponyo), que a falta de un título definitivo en España yo me refiero a ella como Ponyo en el acantilado es que Miyazaki-san ha hecho una regresión dentro de su cine. Y es que Ponyo no tiene mucho que ver con sus obras recientes; de hecho uno apenas podría pensar que este Señor ha parido tanto esta película como esa sobrecogedora y violenta historia que es La princesa Mononoke. Pero es inevitable cuando uno ve Ponyo pensar en Totoro (ver mi review aquí), y es que ambas historias tienen mucho que ver. Argumento simple a más no poder, sin un solo personaje realmente malvado, muchos sentimientos de amor y de amistad enternecedores, argumentos ecologistas y solidarios de trasfondo y, sobre todo, mucha inocencia y buenas intenciones.

Lo que diferencia a Miyazaki de las películas de Disney es tanto la forma como el fondo. A diferencia de Disney, los niños para Miyazaki tienen tanta importancia como los adultos. Como leí no sé exáctamente dónde ahora, es de los pocos que en vez de mirarles desde arriba, se agacha para poder verles directamente a los ojos.

Si bien Ponyo es una película que podría parecer menor en su filmografía, tengo la clarísima impresión de que como la mayoría de sus títulos envejecerá muy bien y se convertirá en un nuevo clásico. Animación clásica en toda su definición (nada de efectos por ordenador), un argumento de fantasía basado en las leyendas de los Dioses del mar y la inocencia y buena fe de los niños, escenas realmente enternecedoras, imágenes descomunalmente preciosas y coloridas (las tomas del fondo del mar son increíbles, así como las escenas de las tormentas), personajes a los que se toma afecto desde el principio (Ponyo es la pez más mona y adorable que he visto nunca), y una música de Joe Hisaishi que, como siempre, es de oscar. Recalco este último punto, como ya hice hace unas semanas en este mismo blog: la banda sonora de Ponyo es una auténtica obra de arte.

El argumento (tranquilos, no hay spoilers) nos sitúa en un pequeño pueblo de la costa, donde vive el pequeño Sosuke con su madre, Lisa en una casa sobre un acantilado. Ambos pasan mucho tiempo solos porque Koichi, padre y marido respectivamente de ellos, es marinero y pasa mucho tiempo fuera. Lisa trabaja en un asilo de ancianitas (que son todas adorables, todo sea dicho) y Sosuke va allí a diario a la guardería. Una mañana antes de salir, Sosuke baja el acantilado y se encuentra un pececito rojo al que bautiza como Ponyo. Bueno, más bien una pececita, porque es una chica. Aunque Ponyo es una pez-niña que no es solo lo que parece. El encuentro de ellos y el cariño que se toman es el desencadenante de todo lo que viene después...

Estoy deseando ver esta película en castellano, aunque como siempre seguro que tardarán aún una barbaridad en estrenarla y, como pasó con El castillo ambulante, a saber en qué condiciones lo hacen. Le pongo un notable alto a esta deliciosa película, que no llega al sobresaliente porque es una película muy simple. Miyazaki, como siempre hace, no me ha defraudado.

Un abrazo.

P.D.: No puedo quitarme de la cabeza la cancioncita esa de Ponyo, Ponyo, Ponyo, sakana no ko...

Operación Palillo #15

Masa corporal: 29,7

Bueno, Roma no se construyó en un día...


Hace dos años...