14 de septiembre de 2005

El amor está en el aire

Qué difícil y qué complejo es el amor... y sin embargo, qué bonito es cuando llega y vez a una persona disfrutar de esa emoción única e irrepetible que es la llegada de un amor sincero.

Ya he hablado alguna vez por aquí de mi querida amiga Dora. Desde hace dos años que se marchó a su pueblo natal, Montilla (Córdoba) tras una larga estancia de estudios en Madrid, donde nos conocimos, ha dedicado su día a día a dar alguna clase eventual de música en una escuela de su pueblo y, sobre todo, hincar los codos para aprobar unas oposiciones. ¡Cuantas veces habré pensado en cuanto la admiro por la constancia, la dedicación y el aplomo que ha demostrado!.

No siempre ha sido fácil para ella: más de una vez hemos hablado y me ha confesado la tristeza que le supone entregarse a un sueño que implica una gran incertidumbre, a la falta de amor en su vida... y yo siempre le decía Mi niña, todo llegará...

Y llegó. Ayer, tras varios meses de lapsus, hablé con ella. Y me dijo que había aprobado las oposiciones. Y que llevaba unas semanas viviendo en Sevilla, donde le habían dado una plaza provisional, que se sentía feliz, que vivía sola en un barrio estupendo. Y además me dijo que estaba con un chico al que yo ya conocía: Rubén, de Madrid. Es decir, que su historia ya venía de varios años atrás sin materializarse del todo.

Pero yo no pude evitar emocionarme. Mi pequeña Dora, con tesón y fuerza, ha logrado materializar su largamente esperado sueño. En poco tiempo se ha materializado todo aquello que anhelaba: el trabajo que quería, la independencia, el amor. Ayer parecía feliz, en base a sus palabras. Y por ende, yo también.

Me gusta ver felices a aquellos que quiero. Su felicidad es como un reflejo dorado dentro de un espejo en el que he visto numerosas vivencias agridulces, de las cuales he sido testigo.

Alegría y amor, pérdida o dolor, los amigos estamos para ser testigos de todo eso.

Me alegro por ti, Dorita.

Un abrazo.

El dilema de no saber cocinar

Pues no... no sé cocinar. Ni planchar. Ni siquiera sé poner una lavadora. Patético, ¿verdad?. A mis casi 25 años no soy capaz de hacer lo que se supone es imprescindible para un adulto. Y sin embargo soy capaz de hacer otra serie de cosas aparentemente mucho más complejas. Me resulta ridículo y patético.

Esta mañana me he puesto bastante triste cuando he empezado a pensarlo... estábamos desayunando mis compañeras y yo y ha surgido el tema de la comida: qué bueno está un cocido, o una lasaña casera... entonces he empezado a pensar en toda la gente que me rodea que es realmente apañada... mi chico es un cocinero excelente y también en todos los quehaceres caseros... es un amito de su casa. Y no sólo él: casi toda la gente de mi edad también es capaz de desenvolverse con todas esas cosas. Pero yo no. No porque no me vea capaz, sino porque no tengo la experiencia que debiera tener.

Mi madre es la razón. Es demasiado celosa de lo suyo. Si alguna vez he intentado decirle déjame hacer esto o lo otro, ella acaba mandándome a paseo. Si saco más de una sartén en la cocina, no para de merodear cual moscón cojonero y molestando más que otra cosa. Si le pido que me deje usar la lavadora, me recuerda que no tengo ni idea de cómo debo separar las prendas o cómo usarla. Si le pido que me deje planchar, siempre me responde sí claro, para que te cargues todas las camisas. Pero, ¿no se supone que debo aprender aunque meta la pata?. ¿No es ese el concepto del aprendizaje?. ¿O es que ella tiene que sentirse útil en ese aspecto para suplir otras carencias que ella misma posee?.

Hace ya bastante tiempo que me he resignado a interpretar el rol de niño bien con ella respecto a todas estas cosas, para no tener que aguantar el suplicio de su falta de confianza en mis habilidades, y esperar pacientemente al cada vez más cercano día en que me independice. Sería absurdo, a estas alturas, que me diera miedo enfrentarme a una vida independiente y hacer todas estas cosas que hasta ahora no he tenido ocasión de hacer.

El único problema, lo único que me carcome, es que siento que me estoy quedando atrás. Hay muchas veces en que me siento fatal, por no decir horrible, cuando se me recuerda que yo no tengo que dedicar tiempo a las tareas domésticas. Es otra forma de decirme Niño mimado, deja a los adultos que hagamos las cosas de los adultos, con cierto desdén.

Creo que todo esto va más allá dentro de mis propias emociones: en el fondo, es como si estuviera corriendo, me encontrara con un vallado, y sintiera rabia ante no poder atravesarlo. Algo que viene muy de atrás. Y no pretendo librarme de mi propia responsabilidad: es muy fácil decir es que no me dejan, pero tampoco lo es el enfrentarse a una persona que no razona...

Si muchos supierais las ganas que tengo que atravesar esa valla...

Un abrazo.