28 de junio de 2005

Salto al vacío

Anoche tuve una horrible pesadilla de la cual no puedo acordarme claramente. No sé qué me pasó, no sé por qué la tuve, pero pese a sonar muy cómico, reconozco que me desperté lamentándome en voz alta con un sonoro Ay ay ay ay ay. ¡¡Menos mal que mi madre ya se había ido al trabajo, pues de lo contrario se hubiera preocupado, como suele ser habitual en ella, sobremanera!!.

Luego pude volver a conciliar el sueño un rato, hasta la hora de tener que irme al trabajo. Pero no fue un consuelo: me levanté profundamente triste y afligido por razones que no soy capaz de explicar. Supongo que tenía dentro de mi aún el sinsabor del desagradable sueño o la perspectiva de un día bastante grisaceo.

No me gusta guardarme las cosas para mi. Casi siempre tengo la necesidad de sacar lo que me guardo dentro, sea bueno o malo. Porque mi propia naturaleza me impide tener confidencias conmigo mismo (salvo las justas y evidentemente necesarias, y no de buen grado las tengo), y las veces que percibo claramente que no debo contar ciertas cosas me incomoda sobremanera, sea por la causa que sea.

El caso del sueño de esta noche (del cual, por suerte, no me acuerdo en absoluto) me ha recordado aquella vez que tuve otro sueño que sí recordé claramente pero en su síntesis y desarrollo podía sonar completamente absurdo excepto para aquel que lo cuenta. Y lo conté. Y la reacción fue tan decepcionante que en ese mismo momento me dije que no me podría permitir el lujo de contarle mis inquietudes en el reino de los sueños a esa persona. Y quizá, sólo quizá, pensé que nadie comprendería los recovecos de mi mente. Tiene su lógica: ¿Cuántos nos conocemos de verdad a nosotros mismos?. Bastante tenemos ya con intentar comprender nuestra propia forma de ser, al menos los que pretendemos tener la buena voluntad de psicoanalizarnos.

Pero yo no soy una persona que necesite psicoanálisis, o al menos eso creo. En verdad siempre llego a la misma conclusión: soy SIMPLE. Los móviles de mis actos o de mi día a día se basan en rutinas de lo más mundanas, y yo en sí no aporto nada especial ni a la sociedad en la que vivo ni a aquellos que me rodean, salvo obviamente el halo afectivo que nos rodea. Pero eso no me convierte, en términos objetivos, en una persona especial. ¿Que mi familia me quiere?. ¡Bueno, es que es mi familia!. ¿Que mi novio también me quiere?. Bueno, a saber por qué, pero lo hace... y a mi me llena de orgullo, pero insisto: NO soy nadie especial, ni para bien ni para mal. Tan solo soy yo.

La razón por la que escribo todas estas cosas es, igualmente, simple: estoy preocupado por la necesidad afectiva que últimamente siento respecto a todo. Lo del sueño de anoche me ha recordado que más de una vez he intentado abrir mi corazón a alguien y he recibido indiferencia a cambio, lo cual es realmente doloroso. Y me he visto obligado a crear una coraza en mi que hace que muchas veces me haga aparentar una entereza que no existe. Pero esa entereza, verdadera o no, es necesaria para mi.

Desde hace unos años, esa entereza a la que me refiero me ha protegido mucho, de manera que puedo decir (con orgullo, pese a que parezca lo contrario) que hace ya bastantes años que no necesito a nadie para mantenerme orgulloso e íntegro. Es más, cuanto más me pongo a mirar en la evolución de mi persona, no puedo evitar pensar que quizá me estoy volviendo demasiado independiente de mí mismo. Salvo muy pocas personas, es cierto que en verdad NO NECESITO a nadie. Y según el momento, esto me produce una inmensa alegría o una inmensa tristeza. Qué le vamos a hacer...

Lo único en este mundo que me asusta no es quedarme solo, ni ser demasiado solitario, sino perder a aquellos a los que amo. También es un hecho que mi extremada falta de confianza en mi mismo es uno de mis grandes defectos.

Pero no dejan de ser simples anécdotas de las cuales quizá hago un exceso de trascendentalidad. Ayer me dijeron que a veces me escudaba demasiado en la aparente simplicidad de las cosas que pienso o digo, como intentando decirme que no sacaba todo aquello que realmente pienso. Mi respuesta fue: A veces es verdad que no estoy pensando más de lo que revelo; otras, obviamente, no deseo contarlas, y otras no puedo hacerlo por los motivos que sean. Creo que esa fue una respuesta acertada y, sobre todo, sincera. Es cierto que casi siempre hay mucho más detrás de todo lo que hago o digo, y que a veces me hago el loco, pero no puedo evitarlo: debo preservar algo de mi identidad para mi mismo, pues he comprobado que a veces es tóxico no hacerlo.

Y con todo lo que digo, parece que soy reservado: ¡¡Ni de lejos!!. Ni soy reservado, ni insensible, ni misterioso: todo aquel que me conoce sabe que soy un espejo, claro como el agua, y que raras veces puedo evitar mostrar lo que siento, lo desee yo o no.

A veces creo que sentir, tener la capacidad de contar las cosas a los demás, de tener la confianza en sí mismo que requieren ciertas cosas en la vida, es como un salto al vacío: nunca sabes qué va a pasar al final del trayecto. Pero si no saltas, nunca alcanzarás tu meta. Y yo me jacto de lanzarme al vacío muchas veces, todos los días, con ganas y con determinación.

¿Debo sentirme mal por tener necesidades afectivas, o de ser muy sensible a todo?. Supongo que no: es inherente a todos; lo que ocurre es que a veces te intentas convencer a tí mismo de que la integridad y la entereza sólo se alcanza cuando se llega a la independencia del sí mismo. Y ahí, las necesidades afectivas externas a veces sobran. Se convierten en dependencia. Una compleja palabra de la que ya hablaré más detalladamente.

Feliz día del orgullo gay a todos/as.

22 de junio de 2005

Un refugio contra el cinismo

Ayer me levanté tranquilamente a las 9:30 de la mañana, pues ¡oh maravilla! no tenía que trabajar gracias a uno de esos días de convenio colectivo entre trabajadores. Con mucho sudor y con algo de falta de respiración, sin duda motivado por la ola de calor que recorre estos días la península, me fui directo a la ducha, de donde salí con una nueva forma de entender el día. Era una buena hora, estaba recién duchado y me sentía muy fresco, alegre, dicharachero. Hice la cama, me acicalé un poco y me dispuse a tomarme un buen café con leche y una tostada. ¡Un panorama inmejorable!. Me esperaba un día de gestiones sin prisas (cosa muy extraña, en verdad) y una estupenda perspectiva de ir al cine por la tarde con mi chico.

Pero cuando me dio por poner la televisión y comencé a escuchar, un día más, las noticias de nuestra sociedad, mi ánimo volvió a decaer. No por una sola causa ni dos ni tres: eran prácticamente todas las cosas que veía las que provocaban en mi un sentimiento de rabia, impotencia, desespero, estupefacción.

Honestamente, no hay día que no sienta que este mundo se mueve por demasiados intereses que se podrían considerar inhumanos, partidistas, egoístas. Y lo peor de todo es que en términos generales la población no hace sino demostrar una gran ignorancia en muchos casos, y pasivismo y conformismo en otros.

No hablo ya de términos políticos, ni de los innumerables ataques que últimamente recibe de forma descabellada e injusta el colectivo homosexual, o que un dinosaurio vuelva a ganar las elecciones gallegas, ni los asuntos de presupuestos europeos... no son más que minucias. Lo que me carcome es, en su síntesis más básica, ese CINISMO que hay en cada uno de los ámbitos de esta sociedad.

Supongo que quizá últimamente mis blogs son algo monotemáticos. Cada día es lo mismo y cada día, a su vez, es distinto el sentimiento que albergo acerca de todos estos menesteres. Es por eso que, quizá, a veces no soy capaz de discernir, distinguir o recalcar las diferencias entre los comentarios que escribo de tanto en tanto.

Pero para que este blog no se convierta en el mismo de la semana pasada, añadiré un matiz: una conclusión a tanto desatino. Me gusta MI mundo, no el mundo que me rodea.
Esta mañana me he levantado bastante mal. Anoche me acosté con muy mal cuerpo y he dormido en medio de delirios, sudor y mucho, mucho calor. Y al llegar al trabajo, sorprendentemente, me he encontrado de manera muy diferente.

No sé qué me ha impulsado a ello, pero de repente mis sentidos han pasado a un estado distinto al que la percepción habitual de las cosas están habituados, y cuando he dado los buenos días a las chicas en la cafetería, un calor ha invadido mi cuerpo. Cuando la gente ha empezado a pedirme informes, también. Ha sido como si, de repente, en cada bocanada de aire que daba, en cada palabra que intercambiaba con la gente, en la forma en que podía expresarme o en la que se expresaban hacia mi, hubiera algo más que lo aparente.

¿Qué era eso que percibía?. La familiaridad. El contacto. La confianza. No en todos ni de la misma forma, pero ahí estaba. Y empecé entonces a pensar en Sergio y la agradable tarde de sábado que pasamos con su hermana y el novio de esta, paseando por Nuevos Ministerios en el carnaval de Carlinhos Brown, en la comida que tuvimos con mi madre el domingo, en la tarde de charla con María y Jose, en la sincera amistad que mantengo con Jose y que se manifiesta en cada una de las palabras que intercambiamos, en la alegría de poder compartir una tarde de compras y cine con Javi... y por encima de todas estas cosas está el poder sentarme en el sofá de la casa de mi niño, y tomarle la mano mientras hablamos de miles de cosas, vemos la tele, o nos miramos a los ojos...

Pero me temo que estoy volviendo a divagar en mis pensamientos. No es por ahí donde deseo que todas estas líneas acaben dirigiéndose.

Lo que quiero decir es que el mundo puede ser un auténtico desastre en su base social y en su visión más aparente, pero mi mundo, aquel con el que despierto y aquel con el que me voy a la cama, es mucho más bonito de lo que a veces quiero creer que es, o simplemente soy capaz de ver. Y ese, ese pensamiento, que está presente en mi mente menos de lo que quisiera, es el que quiero expresar. Lo hermoso de saber que en medio de un océano enorme, la pequeña burbuja en la que se desarrolla mi existencia es mía, sólo mía, y es un oasis en medio del desierto, un cálido refugio en medio de la nieve, un consuelo para el espíritu atormentado.

Me gusta mi vida. Y por ende, todos los que están en ella.

16 de junio de 2005

Hasta siempre, compañero

Hace casi 5 años fui a buscarte para que te quedaras conmigo. Recuerdo lo emocionado que estaba. Hubo uno antes que tú, al que nunca llegué a querer en absoluto. Y tampoco lo llegué a considerar parte de mi, pues me fue regalado y tan solo me sirvió para poder iniciarme. Una muy calurosa tarde de julio me dirigí al lugar donde me estabas esperando. Me acompañó mi amigo Iván a recogerte. Cuando te vi por primera vez me emocioné sobremanera como un niño pequeño con un juguete nuevo. Y te cogí. Los primeros metros que recorrimos juntos los recuerdo como uno de los momentos más hermosos de mi vida.

El tenerte significaba para mi un montón de cosas bellas: eras, en primera instancia, uno de los primeros grandes frutos de mi esfuerzo en mi aún reciente vida laboral como adulto. También significabas libertad, independencia, un punto de inflexión en mi vida. No es trascendentalismo: es, simplemente, la pura verdad y realidad. Fuiste importante para mi desde el comienzo de nuestra andadura juntos.

Si tengo que comenzar a rememorar flashes de vivencias a tu lado, tengo cientos de ellos, y por eso escribo esto: para rendir homenaje a los momentos a tu lado y, en consecuencia, a ti.

Estuviste ahí la primera vez que paseé junto al mar contigo en un dorado atardecer en la costa de San Juan.

Aquella vez que iba junto a ti sobre la cordillera Cantábrica, mientras la imponente montaña se erguía poderosa a nuestra derecha poblada de árboles, el mar refulgía a nuestra derecha mientras el sol era testigo de nuestro viaje y nos miraba con toda su fuerza e intensidad. Las nubes, altas y poderosas y a la vez tan cercanas, contribuían a hacer que la escena no pudiera ser más parecida a un hermoso sueño. La sensación de movimiento dentro de esa escena, y el olor del aire y el viento, hicieron que me emocionara como nunca antes lo había hecho.

Lo mismo me ocurrió cuando recorría a tu lado la hermosa tierra gallega de Pontevedra. Y las desiertas tierras que se extienden por Castilla y León. Y los pueblos recónditos de Ciudad Real. Me permitiste ir por primera vez a mi querida parcela de Escalona sin depender de nadie para ello. Vi Santander, Albacete, Burgos, Alicante, Valencia... a través de tu ventana. Y también innumerables pueblos, regiones y parajes.

Viajé a tu lado varias veces a Marbella y Málaga, este año siendo la última de esas veces. Y recuerdo cómo hice varias mudanzas a tu lado... al chalet de Griñón, aquella vez que nos trajimos a Javi de vuelta a Madrid...

Qué emocionante fue cuando se inauguró la R-4 y fuiste uno de los primeros en recorrerla.

Y recientemente guardo algunos de los episodios más hermosos que he vivido en mi vida, estando tú como testigo único de todo ello: la primera vez que tomé la mano de Sergio fue estando dentro de ti. La primera vez que nos miramos y nuestros ojos se encontraron también. De igual modo sucedió cuando nos declaramos que queríamos estar juntos. Esos momentos jamás se borrarán de mi cabeza.

Pero todo eso ha terminado. Ya no estás. Hoy he sido testigo de algo que me ha partido el corazón: el ver cómo te remolcaban, sin tener el mínimo cuidado, en una grúa. Ya no funcionabas. Ni volverás a hacerlo.

Sé que parece estúpido, que no eres más que una pieza de ingeniería hecha de metal, cristal, electrónica, agua, gasolina, piezas... y efectivamente así es, no eres más que algo material, y, en apariencia y consecuencia, que careces de importancia real.

No obstante todos esos recuerdos sí que son algo digno de atesorar en mi cabeza, y tú eres tan partícipe en ellos que no puedo evitar referirme a ti como si fueras un ente vivo, como un fiel amigo y compañero. Y, si me acojo a una percepción más poética de las cosas, así ha sido.

Te echaré de menos. Cuando pase el tiempo te rememoraré. Y volveré a pensar en todos esos momentos de mi vida que han pasado a tu lado, y en lo que tú has significado para mi.

Hasta siempre, compañero de viaje.

13 de junio de 2005

Rendición inexorable

El pasado viernes ocurrió algo que hizo florecer mi vena visceral, y borré, literalmente, este Blog. Sin entrar en detalles, me invadió la sensación de que muchas de las cosas que escribo aquí son desvirtuadas de forma completamente evidente pero desintencionada por mi parte.

Por suerte, no tardé mucho en darme cuenta en que el error no estaba en cómo escribiera o no las cosas, sino el tener la desgracia de sólo haber visto lo negativo del asunto, en lugar de aprender de ello y mejorar.

El Blog ha cambiado nuevamente, de forma leve pero concisa y segura. Buenos oídos que tengo a mi alrededor me han intentado hacer ver que el hecho de la existencia de este Blog tiene mucho más de bueno que de malo y que, sin duda, me ofrece una vía de escape y de oportunidad de expresión que no tengo en ningún otro ámbito.

Rendirse es muy sencillo. Cómodo. A veces, inevitable. Pero yo, poco a poco, estoy aprendiendo a hacer frente a muchas facetas que antes me asustaban. Crecer interiormente es maravilloso, aunque a veces duela.

Un abrazo.

10 de junio de 2005

Soy gay... y estoy triste

Sí. Me siento bastante mal. Soy gay, o por las malas lenguas marica, y de forma directa o indirecta estoy siendo atacado por muchos frentes que consideran mi condición extraña, antinatural, aberrante.

Todo es cuestión de aceptación, de tolerancia, de respeto. Cuando yo empecé a intuir mis tendencias sexuales mi primera reacción fue el rechazo. Y así continuó durante años, unos años en los que mi odio a mí mismo por ser así fue en aumento y acabé amargado. Porque mi desconocimiento era grande, porque el entorno en el que me movía consideraba que el ser gay era producto de una enfermedad mental. Tenía miedo a ser rechazado, agredido, y lo más importante: que los que quería dejaran de quererme. Tal era mi confusión.

Cuando finalmente decidí plantar cara a mis miedos, y de esto hace ya bastantes años, opté por hacer lo que mi corazón me dictara que debía hacer, y así he hecho desde entonces, y me he mantenido firme y coherente hasta cierto punto (nunca podré hacerlo del todo). Con el paso del tiempo aprendí a comprender que la normalidad o la no-normalidad no la define la persona con la que te vas a la cama, sino otros muchos factores, como la honradez, la honestidad consigo mismo, el ser bueno de corazón, la integridad. No es algo que nadie no sepa, lo sé, pero como se suele decir: "No es lo mismo conocer el camino que recorrerlo".

Pero eso muchas veces no ayuda. Da igual que seas íntegro, o buena persona, o inocente de corazón. Siempre va a haber alguien que te recuerde lo mucho que te odia por acostarte con otro hombre. O que se avergüenza de ti. O que prefiere que seas "discreto". Pero, ¿hablan de discreción o de ir con la cabeza baja o ocultarte?. Porque aunque te digan lo primero, en realidad te están pidiendo lo segundo. Y en la mayoría de los casos esto se aplica a los mismos gays.

Mi madre acepta de buen grado que su hijo sea homosexual, y esto lo sé perfectamente, pero no puede evitar que prefiera "ocultar" que lo soy delante de otros que quizá no lo comprendan. Como si eso a mi me importara. Pero yo hago lo que me pide, por ella. Y muchas veces cuesta.

Ahora llegamos realmente al momento de la cuestión: ¿Por qué estoy triste?. Recientemente se ha aprobado la famosa ley de matrimonios homosexuales, y ha llegado el momento en el que se están comenzando a radicalizar las posturas de aquellos que se oponen a dicha ley: sectores ultraconservadores, en la mayoría defensores de la familia tradicional o sectores católicos y de la iglesia, amén del partido derechista por excelencia: el PP.

El próximo 18 de junio (10 días antes del orgullo gay, curiosamente) hay una manifestación en contra de los matrimonios homosexuales. Hasta ahí todo me parece bien, pero comenzamos con el tema escabroso: los argumentos que se exponen para justificar esta oposición. Son de tal nivel de ignorancia, desconocimiento, homofobia, y todo ello impregnado de un tufo nazi, derechista, de cegamiento religioso, que asusta. A mi me asusta mucho.

En general, este asunto ha traído consigo una radicalización de posturas tan grande que parece que cualquier día podría abrirse una veda de caza de maricas. El término "vive y deja vivir" parece no existir.

Ya escribí sobre mi opinión acerca de los matrimonios gays y no voy a ser redundante. Pero creo que es un grave error llevar a extremos las cosas, sea lo que sea. Esta actitud por parte de los sectores conservadores es, a todas luces, sangrante. Y está abriendo muchas heridas dolorosas. Hasta yo las estoy sintiendo, que soy relativamente "nuevo".

Lo peor que puede ocurrir es que ese día se presenten los radicales Pro-Gays defensores de la causa, monten alguna gorda, y los Anti-Gays se escuden en ello y ataquen aún con más fiereza. Tengo la esperanza de que eso no ocurra.

En todo caso, qué asco da este mundo. Qué asco dan los prejuicios. Qué asco da no poder ser realmente libre. Muchas veces te dices a ti mismo "no pasa nada; tú haces de tu vida lo que quieres que sea". Pero otras veces te dices... "no, no es tan facil".