2 de mayo de 2006

Olores y Sabores de Galicia


Pasar estos días con María, Jose y peque-Paula ha sido una cura de salud. No creí que podría disfrutar así, pues en cierto modo hemos redescubierto nuevamente una amistad últimamente agostada en largas y monótonas tardes en casa de ellos hablando y viendo la televisión. Nada malo, simplemente monótono. Y ahora hemos reído, hemos ido a ver Cambados, Pontevedra, O Grove, Sanxenxo, Portonovo… hemos comido mucho y bien, y no paramos de hacer tonterías. En medio de una de estos actos de espontaneidad, María me pidió que la abrazara y me recordó que me quería mucho. Y yo le dije que también. No hacía falta venir a Galicia para saber eso mutuamente, pero la verdad es que adoro a este matrimonio y, muchas veces, las cosas hay que decirlas y no darlas por supuestas. Los conocí el día de su boda y ahora me lo paso pipa con la enana de Paula, su niña, además de con ellos. El tito Dani está siempre con ella, y ya la coge sin miedo y la lleva de paseo. Y Paula se ríe con su tío. Han sido cuatro días de comer, beber, divertirnos, pasear y recordar. Recordar las cientos de cosas que ya he vivido aquí, las que quedan aún por vivir. Porque soy adicto al olor de Galicia, y a su sabor.

Sanxenxo, en primer lugar, huele a mar, a norte, al inconfundible aroma de las costas gallegas. La maravillosa brisa fresca que lleva sal en su vaivén procedente de las rías baixas es otro de esos olores sensacionales que te deleitan cuando llegas aquí.

No recuerdo ya el número de veces que he venido aquí, a Noalla, cerquita de Sanxenxo y Portonovo, pero cada vez me gusta más. Y pienso en todo lo que he visto, sentido, olido, saboreado y experimentado entre estos maravillosos paisajes a lo largo de los años. Y pienso, de igual modo, en todo lo que aquí ha acontecido y cómo ha llegado a establecerse una curiosa cadena de vínculos a partir de la casualidad más absoluta.

Conocí a Jorge de la forma más fortuíta, un día en un Chat, hace ya la friolera de 8 años, y empezamos a chatear. Con el paso del tiempo ese chateo se convirtió en amistad en la distancia. Y finalmente, en 2002, él vino a Madrid y nos conocimos. Y pocos meses después yo vine aquí a Galicia a pasar unos días en su casa. A raíz de ahí, esa cadena de vínculos extraños empezó a crecer. Yo hablé de este sitio a mis amigos. Ellos vinieron a la casa de apartamentos de alquiler de los padres de Jorge e hicieron amistad. Estos amigos, a su vez, hablaron de este lugar a otros amigos. Y la historia se repitió. Y cuando pienso en la de gente que conozco que ha venido aquí y ha establecido un vínculo especial con Sanxenxo, pienso… ¿y si nunca hubiera chateado aquel día con Jorge?. Qué curioso, en verdad. Yo hoy en día no soy amigo de Jorge. Ni siquiera él está aquí. La vida trae estos cambios tan extraños. Aquí estoy, con María, Jose y la pequeña Paula, por primera vez juntos en Sanxenxo aunque ellos ya han estado aquí sin mí. Y veo que, efectivamente, ellos tienen la misma sensación de felicidad, de familiaridad, con este lugar.

Recuerdo una noche de verano en la playa de hace 4 años con Jorge y Javi, a las 3 de la mañana en la playa, tocando la guitarra y cantando canciones, mientras escuchaba y sentía las olas del mar, el sabor de la carne y la tarta del mesón Don Camilo, los largos paseos por la playa de La lanzada ya sea haciendo sol, lloviendo, con o sin gente. Recuerdo hacer el amor cariñosamente. Recuerdo las risas y los buenos momentos en la terraza por el día y por la noche, los delirios al estar extenuado y haber tomado demasiado café. Recuerdo la tortilla de Isa, el puente de la isla de la Toja, las calles de O Grove, los helados del puerto, el paseo con Sergio por San Vicente del Mar, o los deliciosos e incomparables atardeceres en la playa de Bascuas. Me acuerdo de las cenas con Jose, Lorena y Ángel en los sitios más estrambóticos, de los paseos por la zona peatonal de Pontevedra al atardecer, las horas de espera en la estación a que Javi cogiera el tren a Coruña, de la bocadillería de la plaza, los locales de Vigo, y también recuerdo el café mañanero por el centro de Santiago de Compostela, además del sabor de un buen vino Alvariño en cualquier reunión social.

Oh Dios, de cada una de estas cosas que he mencionado podría contar mil batallas, mil historias y matices. Pero todo está dentro de mi cabeza, descuidad. Tantas emociones, tanto vivido en esta maravillosa región. Isabel dice que me estoy volviendo un poco gallego (si no lo soy ya), y puede que tenga razón. La última vez que estuve aquí fue en Septiembre y fue maravilloso, y necesitaba volver. Y lo necesitaré nuevamente cuando de aquí me haya ido. Me siento, aunque suene raro, en casa. Estoy en casa. Ahora mismo, mientras escribo estas palabras, estoy sentado tranquilamente en mi habitación y puedo observar por la ventana el huerto de Isa y Rubio, los orreos de los vecinos, las enredaderas, el brillo del sol al reflejarse en la ría baja, y al fondo, la fabulosa playa de La Lanzada.

Galicia huele a nostalgia, a vida, a calor y frío, a tierra mojada y aire fresco y perfumado. Y sabe a buena comida, a pulpo, a sepia con arroz, a las tortillas de Isa, a cualquier cosa que nuestro paladar disfrute como algo exquisito y único. Y sobre todo huele a recuerdos, a muchos recuerdos que no se irán nunca de mi mente.

Un abrazo.

¡Peque-Paula y Dani se van de marcha!