7 de mayo de 2006

No quiero

Son algo más de las 12 de la noche de un domingo que si bien puede caracterizarse por una palabra es redondo. Completo, tranquilo, sin alardes ni momentos bajos, pero tampoco exento de tranquilidad y paz. Pero como suele ocurrir muchas veces, y como ya he mencionado en alguna ocasión en este Blog, La promesa de la mañana se va disipando a lo largo del avance del día. No diré que ha pasado eso, pero sí que he tenido una extraña sensación en las últimas horas. Son dos palabras las que no dejar de martillear mi cabeza: no quiero.
Me rodea un silencio absoluto, tan solo turbado por el sonido de las teclas al ser pulsadas y el ligero ruido de mosquito que emana el ventilador del ordenador. Nada más. Es tan densa esta sensación de vacío material que casi parece algo que se pueda tocar. Y en cambio yo me siento lleno repleto de emociones positivas y de ideas llenas de fuerza. Estoy en un momento raro, que no malo. Simplemente, no quiero.
Y no, no quiero. Me he dado cuenta de ello cuando, siendo más de las diez de la noche y me encontraba con mi coche por el paseo de Recoletos, llevaba a Carlos a su casa. Ha sido extraño: de un instante a otro me he dado cuenta: no quiero. Tan simple como eso. No se si ha sido algo dentro de la banal conversación que mantenía en ese instante con él, o simplemente que, de repente, algo en mi interior se ha abierto como una compuerta... pero lo he visto todo claro. Y no, nada de esto tiene que ver con el pobre Carlos. Es que simplemente...
No quiero.
Ha sido como mirar a través de un arco, ver la trayectoria de la flecha, y, como suele ocurrir siempre, al dispararla esta cambiar su rumbo. Mi flecha no ha ido por el lugar que creía que iría. Se ha difuminado y extraviado en el viento. No, no quiero. Qué sensación tan extraña, de tener plena consciencia de sí mismo y no saber quién eres en verdad. Qué extraño es saber lo que hay que hacer, pero no por dónde comenzar. Qué extraño es tenerlo todo claro pero al mismo tiempo no encontrarle ningún sentido.
No quiero.
Auguro una noche llena de pensamientos relajados que me ayuden a comprender por qué no quiero. Sé que voy a dormir apaciblemente y en paz, sabiendo que un bloqueo mental ha desaparecido, pero que lleva a que otros aparezcan. Y mañana lo volveré a tener claro de nuevo, espero: no quiero.
No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero. No quiero.
No, no quiero. No lo deseo, no lo acepto, no me apetece.
Simplemente... no quiero. Nunca. Jamás. Y utilizo Jamás sabiendo, como decía Bárbol, que "Jamás" es una palabra demasiado larga incluso para un Ent.
Un abrazo.