28 de abril de 2006

Una pequeña reflexión acerca del bien y del mal

Toda mi vida he sido una persona honrada, honorable y llena de buenos valores como el respeto, la educación y la tolerancia. Una mente abierta, un alma bondadosa. El aplicarse tales epítetos a uno mismo puede interpretarse como egolatría, pero yo soy de los que cree que la falsa modestia es donde reside el verdadero ego. Uno es verdaderamente una persona honesta consigo misma cuando sabe aceptar tanto sus virtudes como sus defectos a la vez. Y casi nadie lo consigue del todo. Tan malo es no ver qué se hace mal en la vida como las cosas buenas que se tienen dentro, o que se hacen.

Pero yo hoy no estoy aquí para hablar de mis virtudes, sino todo lo contrario. He hecho mención a ciertas partes de mi de índole positiva y (todo el que me conoce lo sabe) son ciertas. Pero también tengo una enorme cantidad de defectos.

A lo largo de mis 25 años de vida, he hecho mucho mal. Muchísimo. Desde que era niño hasta hoy mismo. Unas veces intencionadamente, otras no, y otras simplemente llevado por las circunstancias. Y eso, concretamente hoy, me ha llevado a plantearme muchas cosas. ¿Qué por qué hoy?. No hay razón, simplemente necesito expresarlo con una necesidad imperiosa. Extraño.

¿Puede el mal tornarse en bien?. En la mitología de Tolkien eso no ha pasado nunca. Para él, el mal es el mal y el bien es susceptible de corromperse, pero no al revés. El único caso de evidente redención (y aún así muy moderada, pues apenas se había corrompido) fue la traición de Pippin al robar el Palantir a Gandalf. En la película no se ve el siguiente fragmento, pero sí en el libro, de lo más interesante, y dice así:

Ojalá lo hubiera sabido antes –dijo Pippin-. No tenía idea de lo que estaba haciendo.

Oh, sí que la tenías –dijo Gandalf-. Sabías que estabas actuando mal y estúpidamente; y te lo decías a ti mismo, pero no te escuchaste. No te lo dije antes porque sólo ahora, meditando en todo lo que pasó, he terminado por comprenderlo, mientras cabalgábamos juntos. Pero aunque te hubiese hablado antes, tu tentación no habría sido menor, ni te habría sido más fácil resistirla. ¡Al contrario! No, una mano quemada es el mejor maestro. Luego cualquier advertencia sobre el fuego llega derecho al corazón.

Es cierto –dijo Pippin-. Si ahora tuviese delante de mí las siete piedras, cerraría los ojos y me metería las manos en los bolsillos.

¡Bien! –dijo Gandalf-. Eso era lo que esperaba.

Este texto, extraído del capítulo El Palantir de El Señor de los anillos: Las dos torres es un buen ejemplo de lo que intento expresar. Yo, como persona inconsciente en determinados ámbitos, he necesitado de quemarme la mano muchas veces para poder aprender algo en consecuencia. Es decir, tornar el mal en bien.

Hay veces que hacemos cosas en la vida y no queremos darnos cuenta de por qué las hemos hecho. Son a veces temas muy serios, y otros meras estupideces, pero siempre tienen un patrón común: son errores que jamás debieron cometerse.

Perdón, ¿he dicho jamás?. Mmmm… es posible que en este punto me haya excedido. ¿Cómo aprender a hacer las cosas bien si antes no se han hecho mal?. ¿Cómo no darse cuenta de la tamaña estupidez que se ha cometido hasta que se comete?.

Hacer cosas malas en la vida no siempre está en nuestras manos. Es más, el propio concepto en sí de hacer bien o mal es absolutamente relativo. ¿Qué es hacer algo bien o algo mal?. A veces, es solo y únicamente nuestra mente la que nos dice que hemos hecho algo mal, en base a nuestras hasta entonces férreas creencias respecto a algo. Y la mayoría de las veces solamente estamos excediendo la trascendentalidad de nuestros actos. En cristiano: nos comemos demasiado la cabeza y creemos haber hecho más mal del que en realidad hemos hecho.

Es más: a veces no nos damos cuenta hasta mucho después de que toda experiencia o acción realizada es siempre algo que actúa en nuestro propio beneficio. Porque adquirimos CONOCIMIENTO DE CAUSA. Eso es algo siempre positivo, algo bueno que nos ayuda a crecer como personas y a hacernos más sabios.

Yo soy un humano muy humano, es decir: cometo faltas constantemente, cometo errores graves o menos graves cada dos por tres, y después, como con todo, me doy cuenta de que me he preocupado en exceso. Siempre me excedo, no lo puedo evitar, es parte de mi.

Lo que nos diferencia de los seres sin inteligencia es esta capacidad de discurrir, de crecer, de ver cosas en nuestra mente que no creíamos posibles. Y a veces esa capacidad de discurrir se convierte en arma de doble filo. Para ello, la constante tortura de las emociones, de las acciones, del bien y del mal en su concepto más básico, tienen forzosamente que estar presentes. Me niego a pensar que soy un obtuso a la hora de evaluar mis actos: sí, es cierto que si hago algo mal debo aceptar mi responsabilidad, pero también intentar utilizarlo para ganar algo a cambio.

El bien y el mal no pueden definirse como blanco y negro. Son opuestos, pero ante todo hay que recordar que no hablamos de términos absolutistas. Por ejemplo: a veces ha sido necesario hacer algo que considero mal para poder apreciar con toda mi alma algo o a alguien. Entonces, solo entonces, te das cuenta de que no es mal, sino un bien disfrazado.

Porque al final, señores, todo se reduce a lo mismo: crecer por dentro, abrir nuestra mente a posibilidades que no pensáramos posibles que existieran (es lo más bonito de caminar por la vida) y, sobre todo, sentirnos cada día más humanos. Porque lo somos.

Un abrazo.