2 de agosto de 2007

Christina Ricci en Grey's anatomy

En medio de mi periplo por ver la (hasta ahora) apasionante segunda temporada de Grey's anatomy, ayer vi los que posiblemente y hasta la fecha que yo haya visto son los mejores capítulos de la serie, concretamente un capítulo doble apasionante y emotivo como pocos recuerdo en una serie de televisión. En estos brilla especialmente la actriz Christina Ricci, invitada especial en el que interpreta a una paramédica llamada Hannah Davies.
Hannah llega al hospital de Seattle, literalmente, con la mano dentro de un hombre, pues en el momento de atenderle era lo único que paraba su hemorragia. Una vez en el quirófano, se descubre que el individuo no es lo que parece a simple vista, y no diré más por no estropear la sorpresa de los que no hayan visto el capítulo.
Tan solo diré que se trata, como ya he mencionado, de unos capítulos francamente brillantes en todos los sentidos, tanto a nivel de guión como de calidad de las actuaciones, una auténtica joya televisiva que te hace sentir reverencia por este tipo de momentos audiovisuales.
Recomiendo a todos que vean, cuanto menos, estos fabulosísimos capítulos, titulados (en inglés, que yo no lo veo en castellano) As we know it y The end of the world, respectivamente.
Hoy, buscando información al respecto de este capítulo, he sabido que Ricci, francamente IMPRESIONANTE en su pequeño papel, fue nominada a un Emmy por este papel, en la categoría de Mejor actriz invitada en una teleserie. Ahí es nada.
Chapeau!
Un abrazo.

No escuches

Recientemente me he visto en ciertas situaciones que me han resultado harto incómodas, y llevo pensando o meditando sobre ello unos días. Hablo de la a veces irritante situación de saberse en desventaja, y de sentirse ignorado y vilipendiado por alguien de quien te preocupas, pero que claramente no es correspondido: la gente incapaz de escuchar otra voz o ego que no sea la suya propia.

Creo, como ya he comentado en más de una ocasión, que uno de esos rasgos que me caracterizan y que puedo considerar virtud/defecto a partes iguales es la de preocuparme en exceso por la gente a la que profeso un cierto sentimiento de importancia, amor o afecto. Cuando digo en exceso quiero decir exactamente eso: mimar demasiado, hacer el sufrimiento ajeno el mío propio, mimetizar y sintetizar el problema ajeno hasta hacerlo mío. La parte positiva es que me implico sinceramente; la negativa, que a veces se vuelve contra mí.

Pero obviemos por un momento ese factor y centrémonos en una situación específica: un amigo tuyo, al que quieres, lo está pasando mal por una razón, la que sea. Quedáis, habláis, dejas que se desahogue contigo o simplemente escuchas lo que tiene que decir, para que después, evidentemente, intentes ser amigable, ofrecer el consejo que más buenamente puedas ofrecer desde tu postura e, inevitablemente, relacionar la experiencia ajena con la tuya propia y decir qué hiciste tú en una situación similar.

Y de repente te das cuenta de que tú estás escuchando, pero no a la inversa. Te das cuenta de que esta persona solamente está hablándote como a una pared, que solo busca vaciarse de negativismos, pero que no solo no te escucha, sino que no tiene intención de siquiera valorar lo que tengas que decirle. Es un vociferador, no una persona que expone y asimila. Porque a veces, es inevitable tener la expectativa de que todo sea un enorme Quid Pro Quo, que tú también estás inmerso en ello y que tú también eres escuchado. Grave error.

Odio la gente que pretende hacer el paripé de ese modo. Yo soy plenamente consciente de que alguna vez nos hemos visto en esa situación, que no podemos ni queremos escuchar a alguien porque estamos pasando por una situación compleja, y que no siempre somos conscientes de que eso puede hacer daño. Otras, por suerte, rectificamos a tiempo. Pero no se puede hacer eso por sistema, no se puede ser tan cuadrado, no se puede acudir a alguien pidiendo ayuda, consuelo o consejo, si no se tiene esa intención. No es decente o sensato ser tan egoísta. Con lo fácil que sería mirar a los ojos, calmadamente, y dejar que las sensaciones, las ideas o la dulzura de las palabras nos inundara. Qué fácil sería dejar a un lado el egoísmo y el ego, pero es una maldita utopía inalcanzable. Personalmente, me frustra el saber escuchar sin que también me escuchen a mi. Es la anti-comunicación, el límite del desentendimiento.
Todo se reduce a un yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo... que no lleva a ninguna parte, que se queda hueco como una pelota.

Y esto lo dice alguien que, inevitablemente, se ha visto en ambos lados del ring en algún momento.

Sigamos luchando.

Un abrazo.