19 de febrero de 2005

Las horas

Ayer volví a ver esta maravillosa película de Stephen Daldry, protagonizada por actrices que tanto me gustan: Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman, además de un impresionante elenco de secundarios entre los que están Jeff Daniels, Claire Danes o Miranda Richardson.

La película trata de la historia de tres mujeres en tres épocas distintas, pero todas ellas unidas por ciertos paralelismos. Así pues, Nicole Kidman interpreta a la escritora Virginia Woolf en los años 20, mientras escribe su novela La Señora Dalloway. En los años 50, Julianne Moore es Laura Brown, una ama de casa embarazada y que vive en un aparente mundo feliz y sin problemas. Laura está leyendo La Señora Dalloway. Y finalmente, en el año 2001, Meryl Streep es Clarissa Vaughan, una madura y culta editora que es el vivo reflejo del personaje de la Señora Dalloway. En un solo día sucede toda la acción, pero como bien dice la escritora Woolf, en ese día está toda su vida.

Lo que más me gusta de esta película es que, en cierto modo, refleja muchos de los miedos inherentes al ser humano, así como sus defectos. Las tres mujeres viven con parejas que, como buenamente pueden, las intentan hacer felices. Pero lo hacen desde un punto de vista egoísta. De ahí que Virginia se sienta oprimida en el pequeño pueblo de Richmond, o que Laura defina como la muerte en vida el estar en una urbanización de ensueño y con un marido e hijo que la quieren. Tampoco se libra Meryl Streep, cuyo mejor amigo la considera una persona trivial.

Pero las cosas no son tan sencillas. El pasado, de algún modo, nos tiene atrapados a todos en sus redes, y nos aferramos a su felicidad de antaño, como añorando momentos que no volverán y, en cierto modo, cegando un presente que es más especial de lo que podemos percibir a priori. Esa es una lección que se acaba aprendiendo de esta película.

A lo largo del metraje hay algunas frases que me gustaría remarcar, porque encierran una gran verdad o porque, simplemente, me parecen hermosas.

Las personas nos mantenemos vivas por los demás

Hasta los locos queremos que se nos consulte, pues así definimos nuestra humanidad

Alguien tiene que morir para que los demás apreciemos la vida; así se establece el contraste

En aquel momento creí que era el comienzo de la felicidad, pero no es así; ERA la felicidad

La vida hay que mirarla a la cara, y quererla por lo que es

Podría exponer algunas frases más, pero creo que ya es suficiente. Básicamente concluiré diciendo que películas como esta hacen, a mi buen juicio, que el cine tenga el calificativo de arte.
Yo soy alguien que, en cierto modo, también vive anclado en el pasado. La mayoría de las cosas que ahora recuerdo de él no son buenas, pero hay algunas que, al pensar en ellas, me entristecen. Porque siento que esos momentos no volverán jamás. La carga creciente de los años no hacen sino agudizar esta sensación de nostalgia, al menos en mi alma. Lo que más echo de menos, es, sin, duda, a mi padre.

Recuerdo nuestros largos paseos por Escalona cuando él y yo estábamos solos allí, y él trabajaba en un bar. Recuerdo amaneceres y atardeceres fríos con él cogido a mi mano, mientras me explicaba su forma de ver ciertos aspectos de la vida. Recuerdo cuando ibamos a cenar, al cine, recuerdo cuando todos los sábados él se iba al bar de mi tío a ver el futbol mientras yo jugaba al billar con un amigo. También acude a mi mente las veces que iba a verle a Aranjuez en el tren. Incluso recuerdo cuando aún vivía en casa y los domingos salíamos a dar un paseo por las mañanas.

El paso del tiempo es muy doloroso, y juzgar con equidad cuan felices somos es algo complicado. Yo creo, honestamente, que hoy en día soy una persona feliz en todos los sentidos, pero siempre voy a tener el peso de la nostalgia sobre una felicidad pasada, que quizá atesore más en mi corazón por el mero hecho de ser algo que nunca volverá. Y seguramente esto me ocurrirá dentro de un tiempo respecto a esta época que estoy viviendo ahora. Pero el ser humano es así, imagino. Al menos yo sí.

Vivir de recuerdos es hermoso, pero un dolor constante. Y el dolor y la alegría van siempre de la mano.

Un abrazo