5 de septiembre de 2006

Paremos el ritmo

Por fin lo puedo decir alto, claro y orgulloso: tengo UNA SEMANA DE VACACIONES, que comenzó el viernes y que he empezado a aprovechar como si cada segundo de esta fuera oro puro. No creo recordar en toda mi vida haber tenido tanta necesidad de un descanso prolongado como hasta ahora, y es que el trabajo ha empezado a copar una altísima cantidad de mi tiempo, tanto que casi me resultaba en los últimos días algo insoportable.

Yo soy de los que creen que en España se comete un error de base en lo referente a las condiciones laborales de la gente: los horarios imposibles, corporativos, de esos que te hacen comenzar desde que amanece hasta que ya ha entrado bien la noche no solo no tienen ningún sentido en ciertos puestos de trabajo, sino que son ridículos. Vale, reconozco que lo que yo he venido haciendo en los últimos meses era necesario si queríamos llegar a cumplir los objetivos. Pero luego me pregunto: ¿los objetivos de quién?. ¿De alguno de esos directivos desde su cúspide y que no me conocen ni entienden o quieren entender nada de lo que tienen por debajo?. Bueno, si quitamos ese pequeño matiz de en medio, volvemos a lo que comentaba sobre los horarios absurdos: ¿qué sentido tiene hacer horas por hacer?. Si una persona se ve forzada a convertir el 80% de su día a día en estar trabajando y no dedicándose tiempo a sí mismo y a su vida personal, creo que los que al final salen perdiendo son todos los implicados: empresa y trabajador. Un trabajador contento y con un equilibrio entre lo personal y lo laboral siempre rendirá mucho mejor que una persona tan entregada.

Las últimas dos semanas, mi ritmo de trabajo ha decrecido a causa de las vacaciones que se han ido tomando algunos departamentos. Y yo, que aún no me has había tomado, pensaba que todo iría mucho mejor y me relajaría. Ay, craso error. Me he sentido… como si todos estos últimos tres meses fueran un solo día de trabajo, y las últimas dos semanas fueran las últimas horas de ese día: sólo deseaba descansar, mi animosidad era nula, y mi capacidad de reacción aún menor. Y lo que es peor: mi carácter estaba sumamente alterado, obnubilado, disperso y extraviado. Lo cierto es que no hay nada peor para la frescura de la mente que sentir que cada día es una constante monotonía llena de los mismos elementos una y otra vez. La monotonía me gusta, siempre y cuando se atenga a ciertas normas. No soy persona que necesite cambios constantes para sentirse realizado, pero creo que una cosa es la monotonía de esa que te relaja y te hace sentir pleno, en la cual los días pasan sin prisa y las tardes se llenan de paz (como dice la canción Entre mis recuerdos de Luz Casal), y otra la que es chirriante, falta de armonía, tozuda y venenosa.

Tengo la esperanza de que cuando regrese las cosas tomen un cariz algo menos extremista y pueda permitirme el lujo de vivir un poco más despreocupado. Mientras tanto, aprovecharé estos 9 días con calma y disfrute. De momento he pasado dos días a la casita de campo de mi amigo Juan Carlos y disfrutado otros tres estupendos con mi amigo Sergiote en su pueblo (ay pondré fotos). Este resto de los días me dedicaré a arreglar asuntos por casa, ir a conciertos de Belén, de Luz Casal (que ironía, acabo de citar una canción suya) y poco más... me encantará pensar que mi máxima preocupación estos días sea decidir a qué hora voy a ir a comprar el pan por la mañana.

Ahora me viene a la cabeza algo que me pasó el sábado: me levanté bastante tarde… hacía mucho que no dormía 9 horas de un tirón… y nos marchamos yo, JC y Manolo a comprar al pueblo unas chuletitas para hacer una barbacoa por la noche. Y entonces fue curioso, porque entré al típico supermercado pequeño de pueblo e hice cola en la carnicería… la gente pedía al carnicero que le cortara el cordero, le diera unos choricitos, trozos de queso, pedían la vez… e incluso hablaban entre ellos sobre las fiestas del pueblo… y me pregunté a mí mismo ¿cuánto hace que tú no te molestas en hacer eso?. Cuando era niño acompañaba a mi abuelo al mercado del barrio y compraba cada cosa en la carnicería, pollería, frutería, panadería… con calma y sin prisas. Me tomaba a veces dos o tres horas para eso y luego iba cargado de bolsas a casa. De adolescente lo hacía yo mismo, cuando tenía las tardes libres y volvía antes de las 15:00h a casa, cuando no tenía coche y todo lo hacía en transporte público.

Pero ahora las cosas no van así. Todo se hace muy deprisa. ¿Para qué ir al mercado a pedirle al carnicero que te corte las cosas si puedes ir al Carrefour y ya lo tienes envasado al vacío?. ¿Para qué molestarte en comentar con nadie las banalidades del día a día si solo tienes que pasar por una de las decenas de cajas e irte directamente al coche para luego descargarlo cómodamente en tu casa?. Ese pequeño síntoma de inhumanidad es algo que desgraciadamente se ve día a día en las grandes urbes…

Y creo que todo está relacionado. Jornadas intempestivas, falta de tiempo para hacer hasta la más pequeña de las cosas… normalmente no se puede hacer más. Te levantas y vas al trabajo, sales y sólo puedes hacer la compra e irte a casa a cenar. Si no tienes que comprar, tienes que ir al gimnasio y si no vas al gimnasio tienes algún compromiso social o familiar. Los fines de semana tienes que limpiar la casa, planchar y poca cosa más. ¿Cuándo se tienen opciones verdaderas?.

No se, quizá estoy un poco estresado aún, y estoy en medio del proceso de despresurización. Quizá ahora empiezo a ver que hay otro tipo de vida que no recordaba bien por culpa de los avatares de mi día a día en los últimos meses.

Querría dejar una pequeña conclusión a esta parrafada: ojala las personas tuviéramos opción de poder escoger una vida más acorde a lo que desea nuestro espíritu. Ojala las personas nos pudiéramos dar el lujo de ir más despacio en un mundo que desgraciadamente va cada vez más deprisa. Ojala pudiéramos ir al mercado en vez de al Carrefour más a menudo.

Ojala la vida se volviera más humana.