12 de marzo de 2007

El coco

La una de la madrugada. Era hora de dormir, que mañana había que trabajar y el despertador de manera implacable sonaría a las 7:45 para recordar que ha llegado un nuevo lunes y que uno debe cumplir con sus obligaciones.

La casa estaba silenciosa, tranquila, oscura. Él ya había apagado la luz del foco que utilizaba cada día antes de sumirse en un profundo sueño porque le pesaban los párpados. La casa era nueva, llevaba poco tiempo viviendo allí. Había puesto una alarma de esas que saltan si entra algún extraño para sentirse más seguro en esos primeros días, algo normal en los tiempos que corren.

Se duerme, como era de esperar, de manera casi inmediata. Pasan las horas dentro de su mente… tic, tac, tic, tac… y de repente pega un salto espantoso y se despierta sudoroso para descubrir que el tiempo se ha congelado, que apenas han pasado unos minutos desde que cerrara los ojos y que hay una luz en el pasillo encendida. Se asusta mucho, sobre todo porque aún se encuentra aturdido y aún no sabe si está despierto o dormido. Pero no, está muy despierto. Se levanta y descubre que la luz del baño está encendida, de ahí el hilo de claridad que percibía desde su enorme cama bajo la puerta de la habitación.

Y entonces se dice a sí mismo Vaya, antes no apagué la luz. Y vuelve a la cama. Pero cuando se encuentra nuevamente en ella, se dice a sí mismo que jamás se le olvida apagar la luz. También se da cuenta de que parece que hubieran pasado muchas horas desde que se acostó, y que lleva durmiendo muchísimo; pero no, tampoco; Sólo han pasado unos minutos. ¿Qué demonios ha pasado?.

Se pone nervioso. Cansado pero despierto, extenuado pero intranquilo, empieza a pensar que hay alguien acechándole. No puede dormir. La parte racional intenta decirle al resto de sus partes que tan solo ha sido un mal sueño y que su intranquilidad se debe a fantasmas infundados. No sirve de nada, claro: el miedo es miedo porque sí, es que es así, no tiene lógica o sentido, y esa es su naturaleza. Y siente miedo, porque de repente, en ese instante, se da cuenta de que está absolutamente solo en una casa que a veces es tan grande y a veces tan pequeña, pero igualmente expuesta a un sinfín de peligros. ¿Qué es lo que hay ahí, en esa habitación, a los pies de la cama, observando y casi diría disfrutando ver los delirios de quien intenta descansar en ella? ¿Es el propio miedo el que hace ver ese ser o verdaderamente existe?

Al poco, quedó dormido nuevamente hasta que, por fatalidades del destino, despertó por su propia cuenta tres minutos antes de que sonara el despertador. Qué amarga sensación es esa, el saber que tienes una cuenta atrás tan corta y casi sin avisar. Pero también tiene su parte buena: al levantarse, se dio cuenta de que no había pasado absolutamente nada. Todo estaba exactamente igual que cuando se acostó, solo que ahora el sol asomaba por la ventana. El coco se había ido.

Sí, es que cuando somos niños (al menos yo) siempre nos hablan del coco, ese monstruo indefinido sin forma ni apariencia tangible pero que todos nos imaginamos como algo muy malo y horrible. Esta noche yo no era un niño, pero el coco ha llamado a mi habitación. Y he vuelto a asustarme como cuando tenía cinco años. Vaya por Dios.

Un abrazo.