17 de agosto de 2007

Japón

A solo tres días (aún no puedo creerlo, tengo esa sensación de haber esperado tanto tiempo algo y tenerlo a un metro de mi, y por tanto, incapaz de asumirlo) de marchar hacia Japón junto a mi primo Rubén y un amigo de este, Dani, necesito hacer una pequeña reflexión y punto de inflexión respecto al significado de este viaje para mi.

Desde niño siempre he sido un apasionado de Japón. Más allá de mis gustos por el Manga, anime y demás, que es lo que siempre viene primero a la mente en personas de mi generación, lo cierto es que la propia cultura en sí, además de su historia, siempre ha sido algo que ha revuelto mi estómago de manera sana. El respeto y la disciplina, el sintoísmo, lo extraño (para un occidental) de sus costumbres, el atractivo vestuario tradicional, las diferentes etapas de su historia (Edo, Nara, Kamakura), su aislamiento durante varios siglos del resto del mundo, lo avanzado de su sociedad y su elegancia cuando el occidente era un caos, el código tan peculiar del honor, y un larguísimo etcétera que no es cuestión de enumerar aquí, son algunas de las razones de mi atracción por este país.

Para cualquiera que me conozca o haya leído un poco este blog, sabrá que soy un chico de barrio bajo. Que ahora que soy adulto empiezo a despuntar un poco a nivel económico y que no hace demasiado que empiezo a hacer y ver lo que siempre he deseado. Imaginad, por un pequeño instante, a un chiquillo de diez años leyendo cosas sobre Japón y de otras muchas cosas en el patio del colegio, observando esos dibujos tan raros que escriben los japoneses. Imaginad la idea de un chaval al que durante casi toda su infancia no dejaban cruzar la calle que separaba un barrio de otro, como encerrado en una isla. Del cual se reían cuando hablaba de cosas que iban más allá de las cosas del día a día del colegio y de las calles del barrio y los cotilleos de amigos y vecinos. Imaginad, por tanto, a un chico que alimentó la idea de ver el mundo como algo tan idealizado, distante, imposible y lejano, que era lo más cercano a un verdadero sueño. Volar, en definitiva. Volar como un pájaro y ver las miles de maravillas que este mundo podía ofrecer, en un sinfín de imágenes y sensaciones a modo de festín para los ojos y el espíritu.

Eso, para alguien como yo, que ha vivido siempre en uno de esos barrios denominados marginales, en los que no hay mucha salida para la gente joven, era algo más que un sueño: era una meta a alcanzar, una empinada cuesta arriba que subir. Y tras muchas caídas y golpes, parecía en cierto momento que nunca llegaría arriba.

Pues ahora puedo volar. He llegado arriba. Volaré, de manera literal y figurada, este lunes. Llegaré pronto a Tokio y me moveré por sus calles. Y veré lo moderno y lo antiguo, y visitaré Nikko, y Kyoto, y Miyajima, y subiré al Fuji-San… y… en fin, disfrutaré de cada segundo allí como si degustara el más delicioso helado.

Japón está cerca. Japón está a mis pies. Es un sueño hecho realidad. Así, sin más.

Intentaré hacer un diario de viaje lo más fidedigno posible, e intentar transmitir casi en tiempo real lo que viva o sienta. Qué menos puedo hacer, ¿verdad?.

日本へ行きます。日本が好きです。

Un abrazo.