16 de junio de 2005

Hasta siempre, compañero

Hace casi 5 años fui a buscarte para que te quedaras conmigo. Recuerdo lo emocionado que estaba. Hubo uno antes que tú, al que nunca llegué a querer en absoluto. Y tampoco lo llegué a considerar parte de mi, pues me fue regalado y tan solo me sirvió para poder iniciarme. Una muy calurosa tarde de julio me dirigí al lugar donde me estabas esperando. Me acompañó mi amigo Iván a recogerte. Cuando te vi por primera vez me emocioné sobremanera como un niño pequeño con un juguete nuevo. Y te cogí. Los primeros metros que recorrimos juntos los recuerdo como uno de los momentos más hermosos de mi vida.

El tenerte significaba para mi un montón de cosas bellas: eras, en primera instancia, uno de los primeros grandes frutos de mi esfuerzo en mi aún reciente vida laboral como adulto. También significabas libertad, independencia, un punto de inflexión en mi vida. No es trascendentalismo: es, simplemente, la pura verdad y realidad. Fuiste importante para mi desde el comienzo de nuestra andadura juntos.

Si tengo que comenzar a rememorar flashes de vivencias a tu lado, tengo cientos de ellos, y por eso escribo esto: para rendir homenaje a los momentos a tu lado y, en consecuencia, a ti.

Estuviste ahí la primera vez que paseé junto al mar contigo en un dorado atardecer en la costa de San Juan.

Aquella vez que iba junto a ti sobre la cordillera Cantábrica, mientras la imponente montaña se erguía poderosa a nuestra derecha poblada de árboles, el mar refulgía a nuestra derecha mientras el sol era testigo de nuestro viaje y nos miraba con toda su fuerza e intensidad. Las nubes, altas y poderosas y a la vez tan cercanas, contribuían a hacer que la escena no pudiera ser más parecida a un hermoso sueño. La sensación de movimiento dentro de esa escena, y el olor del aire y el viento, hicieron que me emocionara como nunca antes lo había hecho.

Lo mismo me ocurrió cuando recorría a tu lado la hermosa tierra gallega de Pontevedra. Y las desiertas tierras que se extienden por Castilla y León. Y los pueblos recónditos de Ciudad Real. Me permitiste ir por primera vez a mi querida parcela de Escalona sin depender de nadie para ello. Vi Santander, Albacete, Burgos, Alicante, Valencia... a través de tu ventana. Y también innumerables pueblos, regiones y parajes.

Viajé a tu lado varias veces a Marbella y Málaga, este año siendo la última de esas veces. Y recuerdo cómo hice varias mudanzas a tu lado... al chalet de Griñón, aquella vez que nos trajimos a Javi de vuelta a Madrid...

Qué emocionante fue cuando se inauguró la R-4 y fuiste uno de los primeros en recorrerla.

Y recientemente guardo algunos de los episodios más hermosos que he vivido en mi vida, estando tú como testigo único de todo ello: la primera vez que tomé la mano de Sergio fue estando dentro de ti. La primera vez que nos miramos y nuestros ojos se encontraron también. De igual modo sucedió cuando nos declaramos que queríamos estar juntos. Esos momentos jamás se borrarán de mi cabeza.

Pero todo eso ha terminado. Ya no estás. Hoy he sido testigo de algo que me ha partido el corazón: el ver cómo te remolcaban, sin tener el mínimo cuidado, en una grúa. Ya no funcionabas. Ni volverás a hacerlo.

Sé que parece estúpido, que no eres más que una pieza de ingeniería hecha de metal, cristal, electrónica, agua, gasolina, piezas... y efectivamente así es, no eres más que algo material, y, en apariencia y consecuencia, que careces de importancia real.

No obstante todos esos recuerdos sí que son algo digno de atesorar en mi cabeza, y tú eres tan partícipe en ellos que no puedo evitar referirme a ti como si fueras un ente vivo, como un fiel amigo y compañero. Y, si me acojo a una percepción más poética de las cosas, así ha sido.

Te echaré de menos. Cuando pase el tiempo te rememoraré. Y volveré a pensar en todos esos momentos de mi vida que han pasado a tu lado, y en lo que tú has significado para mi.

Hasta siempre, compañero de viaje.