29 de marzo de 2006

Apreciar los gestos es importante

Sucedió que ayer me llamó un amigo por teléfono y estuvimos un rato hablando acerca de nada en particular, simplemente para ver qué tal nos había ido en nuestros respectivos días laborables. En concreto, hubo un momento en el cual él me dijo que iba a dejar de enviarme correos electrónicos para preguntarme cosas o simplemente decirme ¿cómo va?. Y ¡ojo! no penséis que lo hizo porque yo no correspondiera a estos correos, sino porque es una persona muy, muy reacia a escribir. Como muchas personas, cree fervientemente en la comunicación directa a viva voz como es el teléfono. Lo cual, evidentemente, es más que legítimo. A mi a veces también me pasa: pese a ser un tío excepcionalmente acostumbrado a escribir todo el día delante de una pantalla y, de hecho, alguien incapaz de pasar un solo día sin escribir algo (salvo excepciones contadas), no me veo en la tesitura de estar enviando correos a troche y moche, o con ganas de hacerlo. ¡Es que es muy pesado!.

Como yo sé que a este amigo mío le cuesta muchísimo lo de escribir, ha habido muchas veces en los últimos días que he pensado vaya, es muy loable por su parte, a sabiendas de lo que le cuesta. Y evidentemente, en nuestra conversación telefónica de ayer, le hice saber que aunque no se lo dijera de forma explícita, ese esfuerzo no pasaba desapercibido para mi y que, incluso, se lo agradecía infinitamente. Sin embargo, le dije que hiciera aquello con lo que se sintiera más cómodo. Si no le apetecía escribir, ¡que me llamara y punto!. Pero que no le venía mal de vez en cuando acostumbrarse a escribir un poquito, pues creo (desde mi punto de vista individual) sano para la mente, y un modo de expandir nuestra propia forma de comunicación.

Bueno, ¿y qué me ha hecho reflexionar todo este rollo que acabo de contar?. En que las personas tenemos un pequeño defecto a la hora de tratar con estas cosas, y particularmente con nuestra forma de hablar y comunicarnos con los demás. Muchas veces no decimos a alguien que nos importan las cosas que nos gustan de él porque presuponemos que ya lo sabe. Otras, no nos damos cuenta de que esta persona está haciendo algo realmente admirable o un pequeño o gran acto de amor (yo soy de los que creen que el verdadero cariño o afecto entre personas está en las cosas pequeñas y casi inapreciables) hasta que dejamos de recibir esos presentes.

A mi, personalmente, siempre me ha gustado recalcar mi afecto a las personas de mi entorno cuando han hecho algo por mi, o hacerles saber que esos gestos (pequeños o grandes) son algo que tengo en mucha consideración, que me demuestran mucho más de lo que a priori parece. Creo que es importante, el no obviarlas. De ese modo se renueva mucho esa sensación de amistad (o de lo que sea) entre dos personas. Lo de ayer creo que es un buen ejemplo: no por mitificar o magnificar algo tan simple, pero sí recalcarlo. Sin más. No hacerlo, desde mi propia perspectiva, es egoísmo o falta de visión. Y a veces no es por malicia, sino por simple dejadez o imposibilidad de verlo por circunstancias concretas. A mi mismo me pasa y luego me siento fatal por no haberlo podido ver antes.

También está el lado opuesto, el de la persona que se desvive en ofrecer estas cosas a sus amigos, a su familia, a las personas que quiere, y que aunque en principio lo hace por puro altruismo porque es una persona entregada, tampoco puede evitar tener la expectativa de recibir un agradecimiento a cambio. Un agradecimiento que, en la mayoría de los casos, nunca llega. Yo me identifico mucho con esta última parte, pues soy de naturaleza entregada, detallista, altruista... muchas veces demasiado, pero forma parte de mi y lo tengo asumido.

Sin entrar en detalles, me ha pasado muchas veces el sentirme realmente ofendido dentro de mi propio orgullo por darlo todo por alguien (no importa el tipo de relación que tenga con esa persona) y esta otra persona no se haya dado cuenta de ello, o simplemente no me lo ha hecho saber. Es el típico caso de no esperar nada y a la vez esperarlo todo. ¿Ilusión?. ¿Expectativa?. No sé, pero está claro que ese sentimiento llevado a extremo (como todo en la vida) no puede ser bueno para el espíritu.

Yo no creo llevarlo nunca al extremo, aunque soy plenamente consciente de que estar, está ahí. Y en el fondo me gusta por aquello de que no hay nada que te autoafirme más que saber que tú estás siendo tú mismo.

Conclusión, sin demasiada parafernalia, al respecto: Todos deberíamos ser más detallistas, darnos cuenta de las pequeñas cosas que los que queremos nos ofrecen y, sobre todo, devolver el afecto de ese gesto recibido con alguna caricia, verbal, no verbal... simplemente explícita. Todos seríamos así mucho más felices.

Un abrazo.