24 de diciembre de 2005

Esta noche es nochebuena

Hoy es 24 de diciembre. Se me agolpan muchos y bellos recuerdos en la mente cuando pienso en esos mismos días de años pasados. Me encantaba levantarme el día 24 en casa de mis abuelos, me iba a comprar el pan tras desayunar, y cogía a mis dos primos, Ángel y Rubén, y nos íbamos a pedir el aguinaldo a las vecinas. Al final siempre nos sacábamos un dinerillo, y nos podíamos dar algunos caprichos.

Cuando se acercaba la tarde nos cambiábamos en nuestras casas, y en mi caso, me iba a casa de mi abuela Luisa o de mi bisabuela Mamaía, y los niños nos encerrábamos en un cuarto que vaciaban a propósito, y jugábamos y hacíamos el tonto. También nos bajábamos a la calle a correr, jugar al escondito… Al final acabábamos todos durmiendo en el suelo, en los sofás… y al despertarnos hacíamos la comida navideña de rigor. Todo este ritual continuó incluso tras el divorcio de mis padres, y la nochebuena iba para mi papá, y la nochevieja para mamá.

Según fui creciendo algunas cosas cambiaron… evidentemente ya no era tan niño, pero nos poníamos a bailar los primos adolescentes, hacíamos el burro… nos hacíamos los “mayores”. Era muy divertido. Y cuando ya éramos lo bastante mayores, y en esto fui yo el primero, cogíamos el coche y nos íbamos a una discoteca a pasar el resto de la noche.

Este año me enfrento a un cambio a toda esa historia de recuerdos y buenos momentos vividos. Hoy, por primera vez en mis 25 años de vida, no veré a mis tíos, ni a mis primos por parte de padre. Es una situación extraña y dolorosa, pero tampoco me siento mal propiamente dicho. Tengo presentes muchas cosas hermosas pasadas en la cabeza y, lo más importante, tengo presente las que son presentes.

En un rato, me arreglaré. Me marcharé a Orcasitas a ver a mi tía Juani, mi tío Alfonso, y mis primos Gemma y Dani. Tras eso, iré a ver a mi tío Ángel y mi tía Pepa, y a mis adorables angelitos Víctor, Jorge y Ángela. Se me echarán en los brazos, como siempre, y como buenos trastos que son. Y yo me emocionaré al ver a mis pequeños, por ser la fecha que es, y por las cosas que han sucedido. ¡Pero es maravilloso!. Qué primos tan increíbles tengo, tendríais que verles.

Tras todo eso, me iré a casa de mi tía Chelo, donde cenaremos los que somos, ni más ni menos. Ahí tendré la siempre cálida compañía de mi tío Antonio, con quien a buen seguro pasaré casi toda la velada hablando.

No tengo nada de qué entristecerme. De hecho, no me siento triste. Sí, me puedo poner a pensar en lo que se ha perdido, pero creo que tengo que pensar más bien en lo que ahora tengo. Y es mucho, creedme. Muchísimo.