25 de febrero de 2006

Te quiero, parte 2

Anoche estaba en casa tranquilamente metido y de repente me dio por escribir las empalagosas (pero maravillosas) frases que tenéis publicado en el post de ayer. Ahora al releerlo me estoy dando cuenta de que es el colmo de la ambigüedad, y quizá esa fuese mi primera intención cuando lo escribí.
Veréis: cuando me pongo en plan sentimental, soy una persona excesivamente trascendentalista y me pongo a exhaltar la magnificencia de las cosas más insignificantes. A mi, personalmente, es un rasgo de mi personalidad que me encanta, porque creo que tiene más connotaciones positivas que negativas. Entiendo que a veces, no obstante, parece que haga o diga cosas que están absolutamente fuera de contexto o no tienen sentido. No es así. Cada cosa que digo o algo siempre tiene un móvil, un motivo, una razón.
Los Te quiero de ayer no eran para una sola persona. Me encontraba sólo en mi habitación escuchando algunas baladas de Kelly Clarkson y de repente, como si nada pudiera contenerme, abrí el Word y empecé a escribir lo de ayer. Sin pensar mucho en lo que ponía cada linea, dejándome llevar por lo que me inspiraba escribirla.
Supongo que lo bonito sería que todos esos Te quiero fueran dirigidos a una única persona. Pero no es así. Ni falta que hace. De hecho, dista bastante de estar dirigido a una sóla persona. El simple hecho de querer algo de alguien alejado del puro interés es algo muy bonito, el acto de querer en sí. Ayer es lo que intentaba expresar. Aunque suene muy ridículo, absurdo, tonto... bueno, podéis llamarme lo que queráis, pero me encanta estar tan lleno de amor.
¡Soy un maldito romántico, un maldito sentimental!. Y que dure mucho, por favor.
Un abrazo.