13 de septiembre de 2010

La vacaciones son para el verano

Hoy toca la reincorporación laboral de turno tras un par de semanas francamente maravillosas de vacaciones que he disfrutado de lo lindo junto a mi Sera en el sur de nuestro país, concretamente en Huelva. Y madre mía, ¡qué falta me hacían!, especialmente tras un verano francamente complicado en muchísimos aspectos, no solo en los laborales. Es verdad que dicen que los contratiempos nunca vienen de uno en uno y es verdad; pero si algo he aprendido estos últimos meses en una pequeña pero importante lucha interior es a que hay que mostrarse lo más positivo que se pueda, ya que es un esfuerzo gratamente recompensado. Máxime en una persona que tiende a ser tan negativa como yo lo soy.
Pero volviendo a las vacaciones, estas no han podido ser más tranquilas ni al mismo tiempo, movidas: la semana que pasamos en la provincia de Huelva, concretamente en el pueblecito de El Rompido, ubicado entre Santa Cristina y Punta Umbría nos descubrieron tanto a mí como a Sera unas playas de una calidad francamente inigualable, como las de Nueva Umbría o Rompeculos (sí, de nombre muy jocoso, pero hacedme caso y pasáos por allí en algún momento a ver si no os deslumbra por su belleza), paraísos ubicados en medio de pasajes naturales y, como bien nos gusta a nosotros, con zona nudista.
En medio de esa semana también hicimos un viaje express al Algarve portugués, donde paseamos por la pintoresca ciudad de Faro y, aún mejor, fuimos a ver el atardecer al Cabo de San Vicente, la zona más occidental de nuestra península y, dicen algunos, que de toda Europa. El atardecer y el acantilado justifican plenamente una visita absolutamente mágica. La fotografía que adorna este post está tomada allí por las hábiles manos de Sera.
Una vez terminada la semana hotelera, pasamos el resto de los días en Almería junto a unos parientes y amigos de mi chico, que nos hicieron sentir como reyes. También, de paso, hicimos la visita de rigor a Vera, famosa por su comunidad nudista ¡muy justificadamente!. Jamás había comido en un restaurante en pelota picada al aire libre, jaja... y fue realmente divertido y agradable.
Ahora estoy sufriendo un ligero (muy ligero, por suerte) síndrome de vuelta al trabajo que me tiene entre perezoso y tristón, pero con las pilas cargadas. Intuyo que en los próximos meses habrá cambios de índole personal (no necesariamente laboral), y eso me hace mirar al corto plazo con una sonrisilla tonta en la boca. Y es que, ¿qué hay mejor que tener planes y esperanzas, de esas pequeñas como una flor e insignificantes en apariencia y profundidad, pero que significan un mundo entero para tí?.
Un abrazo y feliz "vuelta al cole".