23 de mayo de 2007

El camino hacia el río

Hoy, por nada en particular, me ha venido a la cabeza un recuerdo de esos de los que te hacen sentir como si, en medio del invierno recién llegado a casa, alguien te cubriera con una manta cálida y te diera un beso en la frente.

Hay un sendero que yo solía recorrer cuando era niño, cuando los días se vivían sin prisa, en un marco de verano caluroso rodeado de la familia y los seres queridos. Esos días eran, por razones puramente nostálgicas, realmente mágicos. La dispersión del paso del tiempo ha hecho que llegue a mitificar esos momentos, añorándolos como si algo me los hubiera arrancado.

Pero centrándonos en ese recuerdo, en ese camino, y sin más preámbulos, diré que se trata de un camino de tierra en medio del campo y de algunas casitas con huerto y/o piscina donde la gente pasaba sus épocas estivales. La casa de mi abuela era una de estas, y estaba situada en lo alto de una calle, que terminaba en una empinada cuesta arriba que era incluso imposible de subir en bicicleta (pero sí bajar por ella si ascendías con tu bici a pie). El camino, lleno de surcos de arena, era muy caluroso durante el día en verano, y a nadie se le podía ocurrir siquiera la idea de andar descalzo a la casa del vecino, aunque todo invitara a ello. Cuando uno bajaba la calle completamente, se encontraba con más campo y huertos grandes, y tenía que tomar la izquierda o la derecha. Siempre debía ser la izquierda la elección a tomar. El camino continuaba de manera más o menos recta o, más bien, ligeramente sinuoso, y podíamos ver pastos, huertos, árboles y campos de sembrado a nuestro alrededor. Mientras el lado izquierdo del camino estaba vallado, el derecho nos permitía movernos libremente. El camino era estrecho, pero los coches tenían que buscarse la vida para poder pasar en caso de que se cruzaran.

Al final de esta recta teníamos el autoservicio, que entre nosotros conocíamos como “la Paqui”, donde cada día bajábamos a comprar el pan y las cosas frescas para comer. A mi me encantaba ir con la abuela y convencerla de que me comprara Tang de Limón, porque me encantaba tomarme un vaso fresquito para merendar. Al final, comprábamos uno cada día, porque a mis primos también había que darles un vaso. ¡A mi me daba mucha rabia!. El egoísmo infantil es así.

Pero el camino aún seguía. Tras pasar la Paqui, podíamos seguir de frente o tomar un desvío hacia la derecha, donde llegábamos a un entramado de calles que descendía hacia abajo, y que nos permitía ver dos cosas interesantes: la primera, una gran casa blanca que, por aquel entonces, era el bar “El Chotis”. Cuando era niño íbamos mucho a tomar el aperitivo allí con mis padres y tíos, y por las noches también a veces salíamos a dar una vuelta. Y por la noche, recuerdo con una vividez increíble, había un circo para niños. Yo soñaba con que el presentador, una de las noches, me escogiera para ser el torero. Un hombre disfrazado de toro se plantaba delante de un niño que, con la destreza que pudiera, le toreara, mientras la gente vitoreaba al peque. Una noche, finalmente, fui el torero, pero posiblemente el peor de todos los que salieron en todo ese verano. Qué se le va a hacer.

Más abajo, y este es el segundo punto de interés, el camino se estrechaba un poco y se rodeaba de un montón de zarzales con moras. A mis primos y a mi nos gustaba ir a recoger moras y comérnoslas tal cual. Eso no es que fuera muy higiénico o saludable, pero o nos las comíamos o nos las llevábamos a casa. ¡Y qué buenas estaban, esas deliciosas moras silvestres!.

Se iba acercando el final de este camino. Al final del sendero de las moras, Llegábamos al linde del río Alberche. Ahí había otro bar y un cine de verano, por todos conocidos como “La Dulia”. Ahí es donde también pasábamos tardes y noches tomando algo entre amigos y familia, entre cervezas para los mayores y coca-colas para los niños. Y lo mejor era que, durante el día, frente a la Dulia había una escalerita de cemento que invitaba a meterte en el río. Nos quitábamos las zapatillas allí y entrabamos en él. Ahora ya no me cubre apenas, pero recuerdo que me llegaba el agua casi al cuello. Lo bueno era que, como era un río muy arenoso, no cubría luego demasiado y estaba lleno de islitas de arena para que pudiéramos instalarnos allí con nuestras toallas. Y, si mirabas en sentido a la corriente o avanzabas un poco, llegabas hasta el puente de piedras que daba acceso desde la carretera al pueblo.

Son miles los recuerdos que tengo de ese camino: mañanas, desplazamientos entre casas de familia y amigos en esa misma calle, carreras en bici, ir a hacer recados, a pasear por el río, o simplemente a enseñárselo a quien hubiera venido conmigo.

Ese camino aún existe, aún está allí, y aunque lo que le rodea ha cambiado mucho en estos años, permanece. Pero, lamentablemente, yo ya no tengo derecho o potestad para volver allí. No es que lo eche de menos como tal (el pasado es el pasado, y mi camino ya no pasa por ese sendero), pero si echo la vista atrás y pienso en los paseos por él con gente que ya no está a mi lado, como mi padre, mi abuela, u otras personas, reconozco sentir una enorme nostalgia.

Y es que ese sendero siempre estará en mi corazón.

Un abrazo.

Películas recientes

Últimamente he visto bastante cine… aleluya, porque estaba de un reseco últimamente a la hora de ir a ver películas que daba miedo, máxime con mi enorme afición cinéfila. Destaco un par de películas interesantes: Sunshine, una película de Danny Boyle (director de Trainspotting), a priori de ciencia ficción, con un interesantísimo argumento: en el futuro lejano, el sol se está apagando y la tierra está sumida en un invierno glacial. Unos astronautas viajan hacia el sol con el objetivo de reactivarlo, en la última esperanza de la humanidad, lanzando una potente bomba con todos los recursos naturales de los que disponía la tierra. No habrá más oportunidades. Pero el viaje deparará más de una sorpresa a los miembros de la nave…

Sin llegar a ser perfecta, tiene una realización técnica fabulosa y unos actores cuanto menos decentes. Y es angustiosa, muy angustiosa. Pasa de la ciencia ficción al suspense y de ahí al terror en unos giros argumentales realmente extraños. Pero el conjunto es bueno, me gustó mucho la idea y el desarrollo del film.

Otra de las películas que he visto ha sido la última de James Bond, Casino Royale, con el atractivo Daniel Craig (a mi me lo parece, ¡qué ojazos!) como protagonista. A mi cualquiera de las que hiciera Pierce Brosnan me parecían una mierda pinchada en un palo… cada vez que me acuerdo de El mundo nunca es suficiente, me dan ganas de llorar. La razón de mi visionado pese a mis reticencias es que me regalaron la película en Blu-Ray por haberme comprado la PS3. Pues nada, el caso es que quedé sorprendido, porque la película es fantástica. Una fantasmada absoluta pero muy bien pensada y con un desarrollo interesante y emocionante, incluso en escenas tan aparentemente aburridas como una partida de poker. Por lo demás, lo de siempre: mucho lujo, localizaciones exóticas, chicas explosivas, malos malísimos y acción a mansalva (de la buena). Si la película peca de algo es de exceso de metraje: al final, se hace innecesariamente larga. Pero es digna de ver sin duda, y me recuerda a la remontada de la saga Misión Imposible con Tom melena al viento Cruise, cuya segunda entrega era un bodrio considerable (ver la crítica de cinecutre.com) y sin embargo la tercera es una auténtica joya. Lo mismo.

Últimamente me centro mucho en mis pajas mentales (mi blog es así, señores, qué le vamos a hacer) y apenas hablo de cine o series (sigo enganchado a Lost y Desperate Housewives, cuyas respectivas terceras temporadas están terminando ahora), algo que alimenta mi vida audiovisual día a día. Pues lo dicho, ahí van dos recomendaciones de diferentes géneros. Eso sí: ninguna os cambiará la vida.

Este jueves a las 19:15 tocan… ¡los piratas!.

Un abrazo.