17 de junio de 2008

El destino que nos une y nos separa

Este pasado fin de semana he pasado unos días en mi querido Sanxenxo aprovechando que el lunes lo tenía libre por convenio de la empresa, algo que necesitaba con muchas ganas ya que, como ya he mencionado en varias ocasiones, es un lugar terriblemente especial al cual necesito acudir de vez en cuando. Me lo pide el alma. Esta vez no pudo venirse mi querido Sera, ya que tenía unos compromisos ineludibles en su pueblo, pero tuve la grata compañía de mi amigo Guido, directo desde Ámsterdam, con el cual pude recorrer el precioso paisaje de las Rias Baixas de Pontevedra una vez más, y de paso descubrirle a él este maravilloso lugar.

Pero no es ahí donde quiero detenerme hoy. Galicia apareció en mi vida de mano de un muy, pero que muy buen amigo mío con el que, lamentablemente, acabé muy mal. No creo que sea cuestión de entrar en detalles, pero fue una relación de amistad muy íntima que se fue deteriorando poco a poco hasta terminar de un modo desastroso. Aunque los malos momentos venían muy de atrás, fue hace aproximadamente dos años y medio cuando esa amistad llegó a su fin, y recuerdo que lo pasé realmente mal.

En el transcurso de estos dos años y medio aprendí a aceptar la situación, a veces sintiéndome culpable y otras ofendido. Pero, en su esencia, lo que importó fue que aprendí a seguir adelante y punto. Porque al fin y al cabo estas cosas en la vida ocurren.

Dos años y medio transcurridos, escuchando solo de oídas sobre este ex–amigo mío, el sábado pasado nos vimos ambos forzados a vernos por causa de terceros. Supe de esto muy poco antes de que sucediera y no me puse apenas nervioso ni alterado: sabía que, posiblemente, todo se limitaría a palabras sueltas y educadas o posiblemente a que nos ignoráramos mutuamente. Para mi sorpresa, lo que ocurrió fue algo sorprendente, y posiblemente lo que menos me esperaba...

Cuando nos vimos y saludamos, fue todo muy cordial y frio, así como las horas posteriores. Yo no estaba en lo más mínimo alterado, porque había aprendido a que no me afectara, y psicológicamente estaba muy bien preparado. Había pasado bastante tiempo y ya no dolía en absoluto. Hablando de este modo, suena como si le despreciara, pero nada más lejos de la realidad: se trataba de pura indiferencia, esa indiferencia que muchas veces tenemos que aprender a aplicar si queremos proseguir nuestro camino.

Sin embargo, la tarde se acercaba y surgió el ir de paseo. Entonces, nos fuimos los cuatro (él y su pareja, yo y Guido). Pasamos una tarde de charla en algunas terrazas hasta la noche, y después cenamos juntos. Tan sencillo como eso. No nos callamos nada, pero obviamos recocijarnos en la pasado. No hubo grandes alardes de disculpa por ninguna parte, pero estaba claro que hubo una cesión por ambas partes. Hubo entendimiento sin haberlo: los dos estabamos en una actitud de pasotismo pero al mismo tiempo afable y comprensiva. Era como si volvieramos a conocernos.

Sin embargo, tras haber sucedido todo, me ha quedado claro que todo lo que nos pasó ha pasado factura. No reconocí en esa persona que estuvo conmigo el sábado y el domingo a mi antiguo amigo. No era ni mejor ni peor, ni me sentí triste ni aliviado: era otra persona, sin dejar por otra parte de serlo. ¿Dos años y medio? Cuando hacía menciones a nuestras aficiones comunes, y a cosas que en este tiempo le han apasionado y que a mí también, es entonces cuando le veía. También ocurría cuando hacíamos mención a las experiencias del pasado, a momento bonitos y divertidos de años atrás. Pero se volvía a difuminar al instante ese esbozo del pasado.

Y así debe ser. El sábado estuve frente a una persona que no me daba igual y al mismo tiempo me daba, alguien nuevo, una persona que acaba de conocer y que podía caerme bien. Solo cuando veo foso del pasado es cuando recuerdo un amigo que tuve y que ya no está. Ha evolucionado y se transformó en quien vi el sábado.

Y me siento bien, porque como las cosas habían cambiado tanto en nuestro interior y exterior, se acabó todo lo que nos separó del pasado. Pero sin unirnos en el presente. Nos dijimos adiós y punto, y ya veremos lo que pasa... o no. Se ha abierto una puerta que puede que se recorra y puede que no, en una de esas situaciones que es mejor dejar al libre albedrío antes que forzarlas. Ya hemos hablado, ya hemos comentado un par de cosas que enviarnos por correo… y ya está. No nos une nada más. Pero lo más importante, y ahí está lo bonito de este relato, es que antes que mencionar la posible apertura de una puerta, es que se ha cerrado otra. Una puerta que, aunque solo ligeramente entreabierta, dejaba una etapa aún sin cerrar y ahora sí que ha acabado del todo, y ya se ha dejado atrás un enorme relato de amargura y sinsabores, aunque también el de otras historias preciosas que, por fortuna, quedan en el corazón.

¿Quién eres, persona que me crucé?. Eres el amigo que perdí, eres la persona con la que viví buenos momentos de mi vida, la persona con la que acabé fatal y la persona que volví a conocer el otro día. Eres el niño que eras, el adulto que eres. No sé quien eres ahora, pero una vez te conocí bien.

Y este relato de dos almas cambiantes que se unieron y se separaron no deja de ser un buen ejemplo de cómo el destino, como dice la canción de Amaral, nos separa y nos une a través de la vida, si es que eso del destino existe.

En todo caso, no quiero olvidarlo. Al fin y al cabo las páginas que uno escribe en su vida son imborrables, y no hay nada más importante que el saber recordar, aunque teniendo cuidado de saber cuándo hay que dejar de mirar hacia atrás.

Un abrazo.