28 de noviembre de 2006

La calculadora del amor

El dilema de la apostasía

Según la R.A.E.:
apostatar.
(Del lat. apostatāre).
1. intr. Negar la fe de Jesucristo recibida en el bautismo.
2. intr. Dicho de un religioso: Abandonar irregularmente la orden o instituto a que pertenece.
3. intr. Dicho de un clérigo: Prescindir habitualmente de su condición de tal, por incumplimiento de las obligaciones propias de su estado.
4. intr. Abandonar un partido para entrar en otro, o cambiar de opinión o doctrina.


Llevo bastante tiempo meditando esta posibilidad, la de renunciar a pertenecer a la Iglesia católica de forma voluntaria, pues considero que moralmente es obsceno por mi parte ser miembro de una institución con la cual no me identifico en absoluto y cuya afiliación me fue impuesta antes de tener pleno uso de razón. No se trata de falta de respeto ni falta de fe ni odio ni nada de eso. Simplemente, no creo en la Iglesia como institución.

Me considero creyente. De ninguna religión en concreto, pero creyente. Ese es, no obstante, un tema bastante amplio que tratar por mi parte, pero lo resumiré diciendo en que creo que hay un Dios o poder superior o como lo queráis llamar (no necesariamente el que nos quieren vender), pero también creo que nadie tiene derecho a guiarme por la vida diciéndome cuales son los valores morales que debo adoptar como aquellos que me salvarán del infierno. No, al contrario: la única religión o doctrina en la que creo es en la de la buena fe, vivir lo más honradamente posible y aprender a convivir y sobreponerse a nuestros lados oscuros. Creo en la gente, el buen corazón y el entendimiento, en vivir la vida alegremente y con valores morales basados en el sentido común y el buen juicio, siempre en base a nuestras propias limitaciones, pues no siempre conseguimos estos objetivos. Nada más. La iglesia, como institución a nivel general, no representa para mi estos valores.

Tengo buenos recuerdos de mi vida en la iglesia, de la Catequesis, y reconozco que muchas cosas buenas de mi vida giran en torno a mis enseñanzas religiosas, como la buena amistad que mantuve con mi profesor de religión, Jesús, en el instituto. Tampoco meto en el saco a toda la iglesia en general: me consta que hablamos de algo demasiado grande como para generalizar, a nivel institucional como humano. Pero eso no me hace cambiar de parecer: creo que, sinceramente, les hago un favor a ellos y a mí mismo realizando esta acción. Tampoco puedo negar la importancia histórica de la iglesia y lo trascendental de su papel en la historia del mundo. Eso merece todos mis respetos.

No obstante, pese a estar decidido al 100% y tener mis papeles preparados ya para enviarlos hoy o mañana a lo sumo, hoy me he encontrado con un obstáculo que temo sea insalvable: las creencias de mi familia.

Esta mañana, inocente de mi, le pregunté a mi madre la fecha de mi bautismo, la cual evidentemente desconocía, y mi madre me preguntó por qué quería saberlo. Al explicarle mis intenciones (de manera absolutamente despreocupada; no pensé que pudiera afectarle o tomárselo a pecho) y delante de mi tía también, las dos me echaron una mirada que parecía que les había confesado mi intención de suicidarme. Y se me hizo un nudo en la garganta.

A esto le siguió una charla en plan ¿pero a ti qué más te da?. Lo que tú llevas lo llevas dentro y punto, no tienes por qué hacer eso. Mi tía no hablaba, pero estaba claro que pensaba que estaba cometiendo una especie de sacrilegio.

Esto, como ya digo, es para mi una necesidad moral más que una necesidad imperiosa en sí, y evidentemente puedo vivir sabiendo que mi nombre está en los registros de la Iglesia, pero… ¿qué hago ahora?. Mi madre debe pensar que estoy firmando en el acta para entrar al infierno y lo mismo mi tía, y a estas horas estoy seguro de que esto ya ha sido comunicado al resto de mi familia. Y aunque mi madre ha sentenciado diciendome Haz lo que quieras, que para eso ya eres mayorcito, es evidente que buscaba que me sintiera como me siento ahora: descorazonado.

No sé qué haré. Mi corazón tiene claro cómo debe actuar, pero aunque reconozco que quiero ser consecuente con casi todo lo que hago en la vida, a veces hay trabas mayores que tu propia entereza.

Un abrazo.