15 de noviembre de 2005

Resident Evil, o la pérdida de la magia


La primera vez que supe de Resident Evil tenía 14 años. Ahora tengo 25, con lo cual ya hace 11 años que esta saga me ha acompañado. Y una vez aprendida la lección de matemáticas para tontos, me gustaría comentar algunas impresiones al respecto de este Survival Horror de Capcom:

Se juntaron muchas cosas que hicieran ese juego especial para mi. Como acabo de decir, la primera vez que oí hablar de Biohazard (nombre del juego en Japón), fue a través de mi clásica Hobby Consolas. Las referencias eran excelentes y me moría de ganas de hacerme con él para jugarlo. No hacía mucho que tenía mi flamante Playstation, comprada de segunda mano tras vender mi Super NES conseguida gracias a mi valía en un concurso de videojuegos (con ese espanto que se llamaba Killer Instinct).

El caso es que cuando me fui de vacaciones con Alex y sus padres, Esperanza y Jose, a Calpe, estaba un poco impaciente por volver. No por el juego, sino por mi recién estrenada casa. Hacía sólo una semana que teníamos nuestro hogar (el mismo en el que vivo ahora), y sabía que en cierto modo mi madre estaba encantada de tenerme fuera, pues un adolescente de vacaciones de verano cuando tantas cosas hay que hacer en la casa suele ser un estorbo (o al menos eso pensaba ella, aunque con cosas como el parqué y el barnizado se puede entender).

Pero finalmente volví. Pasé mi primera noche en casa, en la habitación que actualmente es mi despacho. Aún no se había ido del todo el olor de Barniz, y fue una noche Colocón, Colocón. Mi madre, como siempre, se fue de viaje y me dejó encargado de vigilar las distintas obras de la casa. Nuestro pintor de confianza, Wenceslao, iba a estar los días siguientes pintando la casa, pues apenas teníamos muebles aún, y también tuve que pasar días allí metido vigilando el montaje de la cocina, del salón, blablabla... un auténtico suplicio teniendo en cuenta que era Julio, que hacía mucho calor y que me apetecía como un loco pasar los días en la piscina.

La salvación a todo eso fue el Resident Evil. La primera vez lo alquilé en el Blockbuster, y aún tengo muy vívido el recuerdo de las sensaciones que me produjo. Ahora parece poca cosa con tanto realismo tecnológico, pero nunca se había visto hasta la fecha algo tan sumamente crudo y realista. Esa noche estaba solo en casa y en la habitación, sin apenas más compañía que mi cama, muchas cajas y la tele. Me acojoné, la verdad. Esa noche dormí pensando que un Zombi iba a entrar por la puerta a devorarme. Al día siguiente no podía pensar en nada más que en volver a jugar, aún así.

Alex lo vio conmigo y me hizo compañía esos días. Como era un niño caprichoso, se lo compró nada más verlo. Y eso me hizo un bien colateral a mi, pues devolví el juego alquilado y el resto de los días lo tuve de gratis. Yo no me lo compraría hasta mucho después, cuando bajara de precio.

Esos días del verano de 1996 se caracterizaron básicamente por mi nuevo hogar y las nuevas sensaciones que me trajo aquel videojuego. ¡No es ninguna tontería!. Las cosas más simples, las más banales en apariencia, son las que luego permanecen en nuestra cabeza.

Las aventuras de Jill Valentine, Chris Redfield, Barry Burton, Rebecca Chambers y Albert Wesker llegaron a obsesionarme y me hice fan incondicional. ¡Imaginaos cuando llegó la noticia de la segunda parte!. Me moría de ganas por tenerlo. No fue hasta algo más de dos años después, a finales de 1998, cuando llegó Resident Evil 2 a las tiendas. Por entonces, yo ya trabajaba como comercial en PC City y podía costearme ciertos lujos, como gastarme 7.000 pesetas en un videojuego. Pero ese juego no sólo significó algo especial para mi, sino aparentemente en mucha gente, pues nunca en España se habían hecho colas a las 22:00 horas de la noche por el lanzamiento de un videojuego. Ahí estaba yo, 3 horas antes, haciendo cola en el Centro Mail de Atocha para hacerme con él. Estaba conmigo mi buen amigo Santos, ahora en paradero desconocido. Tengo alguna foto de eso (¡incluso llegué a salir en Hobby Consolas!), pero no la tengo a mano, lo siento.

El juego no decepcionó en absoluto. Fue tan sorprendente, tan superior a su primera entrega, que hasta grabé en VHS todas las secuencias CG del videojuego y las llevé a clase de Comunicación Audiovisual en el instituto para que mi profe, Adolfo, con quien me llevaba muy bien, las pusiera como ejemplos de innovación audivisual ante el resto de los alumnos.

Pero el tiempo siguió pasando inexorablemente, y mi vida fue cambiando. Las cosas como los videojuegos me seguían llenando mucho, y siempre lo harán en cierto modo, pero ya no eran algo especial, ninguna prioridad. Llegaron cosas mucho más importantes en mi desarrollo personal. Por eso, cuando salió Resident Evil 3: Nemesis, también fui a la cola que se montó, esta vez en el Centro Mail de Callao, en su lanzamiento un viernes. Pero ya no fue lo mismo. Y no recuerdo de ninguna otra vez que haya vuelto a pasar algo así: no ha habido lanzamientos “estrella” desde ese Febrero de 2000. Qué le vamos a hacer. La generación de “frikis” de videojuegos que fuimos los que realmente partimos el bacalao hemos crecido.

El resto de la saga se limita para mi al Resident Evil Code: Verónica, el mejor hasta entonces (año 2001) y el lanzamiento del reciente Resident Evil 4, cuatro años después. Y ¿por qué ya no era lo mismo?. Lo de siempre y ya dicho: yo no era el mismo. Los videojuegos ya no son mi prioridad, que sí mi afición y mi orgullo en el corazón.

Hace 2 semanas me compré mi esperado Resident Evil 4, el cual estoy actualmente jugando junto a mi chico. Me lo compré como una cosa más, en un Mediamarkt, de pasada. Y me dio un poco de yuyu, si ustedes me entienden. La magia había desaparecido. 11 años de magia perdida. Sigue siendo un espectáculo, sigue siendo emocionante, pero a mi ya no me llenan estas cosas como antes.

Es en este tipo de situaciones cuando me doy cuenta de la persona que fui y la persona que soy.

Un abrazo.