17 de marzo de 2006

Nostalgias inevitables

Apenas me puedo creer que lleve más de una semana sin escribir en el Blog. Cierto es que desde el parón que hice en Enero a causa del estado anímico tan lamentable en el que me encontraba, he considerado que escribir un poquito cada día acerca de temas más o menos relevantes (o superficiales, ¿por qué no?) es de gran ayuda para mi y, en cierto modo, ayuda como bálsamo y relajante ante las presiones laborales del día a día y las que se mueven por otros derroteros.

Y sin embargo, cuando la fuerza del día a día se empeña, puede contigo, tal y como me está sucediendo últimamente. ¿Qué puedo decir, que tengo mucho trabajo y estoy en medio de un pico laboral?. Pues aunque sea la excusa más vieja del mundo, lo cierto es que no tengo otro motivo para explicar mi ausencia virtual. Estoy francamente extenuado y ayer, por ejemplo, si sumo el número de horas que pasé programando frente a la pantalla, diré que se aproxima a 16. Casi nada, ¿eh?. Y como ya he dicho más de una vez, esto es en buena parte por exigencias de superiores, así como por las mías propias. Hablo, por supuesto, de ese extraño sentimiento de orgullo profesional, perfeccionismo y realización personal del que, a veces para bien y otras para mal, hago gala en exceso.

Pero bueno, creo que ya tocaba comentar que la semana está terminando, que ahora vienen por delante tres días completos de asueto en los cuales no tengo demasiada idea de qué voy a hacer. Absolutamente todas mis amistades, sin excepción, estarán fuera, y los planes que yo había pensado en principio no han terminado de cuajar.

Me encanta pensar que tengo muchos días por delante sin planes definidos, sin una agenda que me oprima el pecho. La verdad es que me hace mucha, mucha falta algo de tranquilidad, la sensación de poder cerrar los ojos y ensimismarme en mis propias divagaciones, sin pensar en nada ni en nadie.

Pero tengo que reconocer que pese a todas las ventajas y cosas buenas que acabo de mencionar al respecto, me siento algo melancólico. Si tuviera que utilizar algún referente, paralelismo o metáfora, diría que me siento como la roca solitaria en lo más alto de una gélida montaña que observa como el veloz y siempre cambiante viento pasa delante de ella sin apenas percatarse de su presencia. Si esto fuera una película con narración, esta diría “...y la vida siguió su curso...”.

Habida cuenta de que soy un hombre irremisiblemente trascendental, consciente de que ni soy una roca solitaria ni habito en una gélida montaña, aún así el sentimiento de moderada soledad persiste. ¿Miedo a estar solo?. Es posible, al fin y al cabo es uno de esos miedos inherentes a cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad.

Supongo que este fin de semana me dedicaré a pasear, a hacer alguna compra, a adelantar trabajo (algo muy común últimamente), quizá salga a tomar una copa aunque sea solo, me haré algún cine, visitaré a alguno de mis tíos, a mis amigos María, Jose y su niña Paula... no es tampoco un mal plan, ¿verdad?.

La verdad es que me gustaría que se me pasara un poco la ligera congoja que tengo cuando pienso en cierta situación que me tiene algo atormentado, aunque por suerte de forma leve. Una vez más, no creo oportuno mencionarla en este Blog, pero tampoco la puedo obviar. Las cosas cambian, giran, se retuercen sobre sí mismas y se dan la vuelta desde adentro de forma inesperada, fugaz y veloz. Es mareante. Y yo ya tengo la cabeza como un bombo.

Lamento no haber podido escribir estos días, y sobre todo no atender debidamente a ciertos amigos virtuales (y muy reales) que tengo por aquí. Todos tenemos épocas de vacas flacas.

El próximo día espero poder hablaros de cosas más interesantes, como mi próxima emancipación. ¡Ya veremos!. En todo caso, tengáis fiesta o no este lunes, estéis en Madrid u os hayáis ido a lugares como Lozoya, Canarias, Almería, San Juán, Londres, Motríl, Atenas o Praga, pasad muy buen fin de semana, que yo pensaré en todos vosotros.

Un abrazo.