22 de marzo de 2006

El fantasma de Moulin Rouge


Cuando digo “El fantasma de Moulin Rouge” no estoy haciendo ninguna comparación chorra entre El fantasma de la ópera y Moulin Rouge. Básicamente estoy haciendo referencia a cómo esta película llegó a impactarme de manera chocante hace ya unos años, cuando la vi a finales de 2001.

Recuerdo que llegué a verla la friolera de cuatro veces a lo largo de varios meses, y que estuve esperando ansiosamente la edición en DVD. Esta película suponía para mi lo que más me gusta del cine en todos los sentidos: barroquismo visual, desenfreno, humor y drama a la par, grandes interpretaciones, el simple hecho de que fuera un musical (uno de mis géneros fetiche), y, sobre todo, por destilar un sentido de la belleza y el romanticismo que es realmente afín a mi propia personalidad.

Hasta el día de hoy me he sentido absolutamente identificado con el personaje de Christian. Es mi alter ego, sin duda. El hecho de que fuera un soñador romántico, ilusionado, confiado, inocente en su corazón... pero también incapaz de evitar sentimientos negativos como los celos, el dolor, la posesión enfermiza... fueron algunas de las razones por las cuales pensé este chico es como yo. Pero Christian sólo tenía un problema: nunca se había enamorado. Y entonces apareció Satine, esa hermosa mujer llena de un dolor que le conmovió hasta arrebatar para siempre su corazón.

Cuando vi esa maravillosa secuencia de Your song sobre los cielos de París, me puse a llorar como un tonto. Y ¿quién me iba a mi a decir que eso no era nada comparado con lo que vendría después?. Ahora, en este mismo instante, mientras escribo estas palabras, si pienso en las dos secuencias de la película en las que suena esa maravillosa canción llamada Come what may, reconozco que se me pone la carne de gallina.

Pero el amor no es como se describe en esta película. No es sino una exposición superlativa del mismo, una ilusión, un sueño. Porque supongo que todos los que somos románticos desearíamos vivir una historia de amor tan intensa como la de Christian y Satine. Y la verdadera naturaleza del amor, como se decía en Romeo y Julieta, y que también está presente en esta película, es el drama. ¿Y qué es sino amar sino sufrir?. ¿Qué es el placer sin el dolor?. Sí, lo sé; no tienen nada que ver, pero si lo pensamos bien, estas cosas están mucho más relacionadas de lo que a priori parece.

No sé por qué me ha dado por escribir esto. Supongo que de repente me he acordado, me ha venido a la mente, que tengo un Christian dentro de mi, y que por muchos palos que me lleve en la vida siempre seguirá ahí. Por eso digo que el fantasma de Moulin Rouge sigue presente. Porque para mi es mucho más que una película, es parte de mi vida y, en cierto modo, parte de mi propia historia. A veces pasa. Esa es la magia del cine, una de las muchas magias que tiene.

Sí, ahora mismo me encantaría poder cantar Come what may, pero ante la imposibilidad de hacerlo, me conformaré con otro tema no menos notorio: quisiera ser Nicole Kidman, subirme al elefante del amor, y cantar aquello de One day I’ll fly away...

Un abrazo.

1 comentario:

Rafa Delgado dijo...

Cooooooooooome whaaaaat maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay