
Ayer al salir del trabajo, y ante las pocas ganas que tenía de marcharme a casa pese a la
bronquitis que aún padezco desde hace bastantes días, decidí ir al cine a ver
Hijos de los hombres, última película del Mexicano
Alfonso Cuarón, que desde
Harry Potter y el Prisionero de Azkaban no había vuelto a dirigir.
La idea: el
Apocalipsis de la humanidad en forma de desesperación por la falta de descendencia infantil. Nos encontramos en el año 2027 en el Reino Unido. Hace más de dieciocho años que no ha nacido
ni un solo bebé en el mundo a causa de una incapacidad general de las mujeres para concebir niños, solo Dios sabe por qué. Y en un mundo sin perspectivas de futuro, en el cual la humanidad se extinguirá en menos de un siglo si nada lo remedia, los humanos nos dedicamos a hacer lo que mejor se nos da cuando estamos desesperados:
daño al prójimo, radicalizar nuestras
posturas, aferrarnos a ideologías
absurdas.
En medio de todo este caos, observamos cómo Gran Bretaña se ha convertido en un país completamente
aislado, en el que los inmigrantes ilegales son
perseguidos y tratados como perros de forma despiadada y cruel. Grupos de activistas luchan contra esta opresión sin darse cuenta de que ellos mismos están llenos de mierda. Y entre todo este caos, de este mundo sin esperanza, aparece
Theo, interpretado por Clive Owen, que se verá inmerso dentro de una misión crucial para el futuro de la humanidad sin esperarlo, y la cual llevará a cabo movido por sus propias convicciones y experiencias traumáticas del pasado.
La película, durante todo su metraje, resulta abrumadoramente
dura y
sin concesiones. La visión de la desesperación y el caos que reina en el mundo está perfectamente reflejada desde las mentalidades de los personajes hasta los sucios y repugnantes escenarios de las urbes que dan forma al mundo futuro. Técnicamente, la factura técnica es correcta, con moderados efectos especiales utilizados para lo justo y necesario al servicio del film, pero donde este realmente sobresale es en sus
impactantes secuencias magistralmente dirigidas, como una en la cual Clive Owen recorre toda una barriada y entra y sale de edificios en medio de una batalla campal, en la cual la cámara no corta la acción ni un solo momento, y donde todo se cruza y entrelaza. Esta secuencia está evidentemente trucada (la sangre se limpia
sola de la cámara cuando salpica), pero no por ello deja de ser
impresionante, por solo citar una de las muchas escenas que te ponen el corazón a 100. La música es igualmente correcta y siempre utiliza fragmentos de una misma pieza, algo que está hecho a propósito y que sienta como un guante a la estética y motivo de la historia.
El peso de la película cae total y absolutamente sobre un
magnífico Clive Owen, que emociona y sobrecoge desde el principio hasta el final, con pequeños papeles secundarios de
Julianne Moore (en esta película, simplemente correcta) y
Michael Caine (soberbio: realmente no podría sacarle más jugo a su personaje pese al limitado metraje del que dispone). La segunda protagonista de la película es la prácticamente desconocida y jovencísima
Claire-Hope Ashtitei, de apenas 19 años.
Y ahora voy a mis propias conclusiones: me ha parecido una
obra maestra, una visión de una forma de Apocalipsis de la humanidad que a priori no parece posible pero tampoco
inviable. En un mundo sin risas de niños,
nada tiene sentido. En un mundo de adultos, sin ese componente de ternura que nos inspira la siempre mágica presencia de la inocencia de los pequeños, ¿qué puede suceder?. Nada bueno, en absoluto. Los adultos siempre nos buscamos formas de destruirnos los unos a los otros: religión, guerra, política, diferencias de raza y condición… si a eso le añadimos la falta de esperanza en un futuro, en una siguiente generación de vida, ¿dónde buscar cobijo?. ¿En el amor, en la amistad?. ¿
Qué nos queda?.
La
fe y el
azar son la clave, como bien dice Michael Caine en esta película. La fe mueve montañas, la fe hace que nos planteemos metas, razones para vivir. El azar, por otra parte, tiene también su papel dentro del libre albedrío de la vida. Si no fuera por este azar, no llegaríamos a conocer ciertas realidades, personas, situaciones.
Theo y
Julian se conocieron por azar, dentro de un acto de fe. Así como nosotros conocemos a las personas más importantes de nuestras vidas por puro azar, y llegamos a ciertas fases de nuestra existencia por la misma razón. La fe y el azar son dos de los pilares básicos de nuestra efímera existencia en este mundo. Y pese a que siempre te planteas dudas acerca de estas, sigues adelante. ¿
Por qué molestarse en tener fe si la vida se encarga ella sola de tomar
sus propias decisiones?.
La respuesta, creo, es que si el llanto de un niño es capaz (de forma literal) de
detener todo el horror latente en un mundo sembrado de llanto, dolor y odio, es que aún existe esa
esperanza a la que la fe hace siempre referencia. Porque la fe es la creencia en aquello que no podemos ver.
Recomiendo a todo el mundo que vea esta fabulosa película, sin dudarlo un momento.
Un abrazo.