14 de noviembre de 2010

La crueldad de las rupturas colaterales


Hoy me gustaría hablar, habiendo ya pasado un par de semanas desde que ocurrió, y habiéndolo asimilado y pensado con calma, acerca de una pequeña anécdota que viví y que, si bien en sus momentos iniciales me produjo un ligero malestar (solo eso, afortunadamente), luego simplemente se convirtió en una reflexión más en mi cabeza.

Hace unos días, quedé con mis amigos para ir a comprar un regalo de cumpleaños a un centro comercial. Lo que compramos fue una bicicleta, y tras hacerlo nos estuvimos dando una vuelta por las distintas tiendas. Evidentemente, y como llevábamos la bici encima, no podíamos entrar todos a las tiendas, así que en algunas de ellas me quedé yo al cargo de la bici mientras ellos miraban.

Fue entonces cuando, entre el bullicio, vi a unos metros acercarse hacia mí a la que ahora es mi ex-cuñada y a la que hace algo más de cuatro años que no había vuelto a ver. Ella iba hablando con una amiga. Mi primera reacción, espontanea y sin pensar, al ver que se acercaba a mí, fue mirarla y sonreirla, esperando poder intercambiar unas palabras y quizá un Hola, ¿qué tal va todo?. La verdad es que me alegré de verla. Cual fue mi sorpresa cuando ella, al posar sus ojos sobre los míos, apartó inmediatamente la mirada y pasó por mi lado como si nada.

Evidentemente, me quedé en ese momento con una enorme cara de idiota y me quedé no afectado, pero sí perturbado. No me lo esperaba, la verdad... pero habiendo pasado los días, y entendiendo quizá lo violento y súbito de esa situación, entiendo perfectamente su reacción. Quizá en otra circunstancia hubiera sido muy distinto.

Mi reflexión trata acerca de, evidentemente, lo volátil de las relaciones humanas, sean de la índole que sea. De aquellas que entran en tu vida, te aportan algo (este es, afortunadamente, el caso) y luego, de manera colateral, acaban desapareciendo. Mi relación con mi ex terminó de la peor forma posible, lamentablemente, por aquel entonces y, evidentemente, tuve que cortar toda relación con mi cuñada. No es más que algo relativamente lógico dentro de estas casuísticas.

Lo que me ocurrió el otro día no es sino una de las muchas veces que nos vemos todos en una situación así, estando en un lado o en el otro de la pista: ¡la de veces que habré perdido yo una amistad porque esta acabó a malas con un buen amigo mío, fuera cual fuera la naturaleza de su relación!. Amigos que se pelean con otros, ex-parejas, familia... y ¿todo para qué?. Para nada, esa es la gran verdad. Nos guste o no, un amplísimo porcentaje de las amistades que tenemos, buenas o muy buenas, están en un delicado equilibrio porque dependen de terceras personas. Es un pensamiento relativamente triste, ya que seguramente a estas personas en su momento las llegamos a querer con todo nuestro corazón o como mínimo a cogerles cariño. Y no deja de ser cruel que tengamos que vernos en la situación de tener que romper con ellas... pero por desgracia, son las reglas del juego, se deben asumir y simplemente avanzar y seguir adelante. Unas veces más fácilmente, otras veces menos.

El otro día simplemente sentí una pequeña perturbación, pero lo racionalicé rápidamente y ahí se quedó, sin más. Seguramente, si esto me hubiera pasado hace tres años, me hubiera dolido mucho más. Es lo bueno del tiempo: tanto para lo bueno como para lo malo, aleja toda sensación. Qué putada... o qué alívio.

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