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El cielo, anaranjándose segundo a segundo, ofrecía un espectáculo visual inigualable, con millones de matices degustables por incluso el ojo menos exquisito. La tierra, la espuma, las costas distantes, el viento, el cielo, la bóveda suspendida en lo alto, el sol, la luna, las estrellas e incluso yo mismo éramos una misma cosa. Elementos absolutamente discordantes en perfecta armonía. El viento me helaba cálidamente, el reflejo de la pálida luz se reflectaba con profundidad en mis pupilas. Las lágrimas brotaron irremediablemente ante tal colapso de sensaciones.
En un flash de inmediata llegada, volví atrás en el tiempo. Viví el presente. Intuí el futuro. Ahí, solo, mirando a ese crepúsculo de inconmensurable belleza, lamenté lo perdido, me alegré por lo vivido, me encontré de nuevo con la persona que no siempre alcanzo a ser. Agua, viento, arena, carne, sangre, recuerdos, vida entremezclados en una combinación de puro elixir de existencia superlativa. Ahí me encontraba yo, rodeado de esa nada y ese todo, llorando. Feliz, triste y vivo… una vez más.
Y cuando menos lo esperaba, unos brazos me rodearon y abrazaron. Cuando ocurrió, me di cuenta de que era mucho más que un simple abrazo: acababan de tocar mi alma.
Allí, en Bascuas, donde todo es principio y fin, donde se manifiesta la esencia de la vida.
Un abrazo.
1 comentario:
Escenario idílico, junto a alguien más que especial, sos ,muy afortunado...
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