Anoche se me pasó una idea por la cabeza. Una simple analogía, un pensamiento, pero que me apetece dejar reflejado en estos mundos virtuales.
Todos nos hemos visto en la situación, alguna vez, de salir corriendo hacia la parada del autobús. Vas andando por la calle, tranquilamente, y de repente te das cuenta de que el autobús avanza inexorablemente hacia la próxima parada, que se encuentra a unos cuantos cientos de metros delante tuya. Y comienza la carrera. Y corres y corres, deseando con todas tus fuerzas que no se te escape, porque llegarás tarde si lo pierdes. Y corres y corres. Y durante ese tiempo, te agobia la idea de no llegar. Ese lapso de tiempo, afortunadamente breve, es una auténtica locura: se te entrecorta la respiración, te pones nervioso, te entra la histeria.
Pero finalmente, consigues llegar. Coges el autobús, empiezas a sudar y entonces te das cuenta de que no era para tanto. Que sabías que lo ibas a conseguir. Y como el que toma un dulce y luego un salado, la sensación de estar ya donde debes estar se agudiza y se hace mucho más placentero. No es igual esa sensación cuando cómodamente estabas esperando en la parada, con la franca certeza del autobús al acercarse de que lo cogerás, que cuando has tenido que esforzarte por ello, sufrir por ello.
Y esta analogía, me temo, se puede aplicar a muchos ámbitos de la vida. Muchos son los autobuses que pasan por nuestras vidas, y unos los perdemos y otros no. Pero cuando coges uno en estas circunstancias, ¿no os sentís más vivos que nunca? A mí, al menos, así me pasa.
Un abrazo.
Todos nos hemos visto en la situación, alguna vez, de salir corriendo hacia la parada del autobús. Vas andando por la calle, tranquilamente, y de repente te das cuenta de que el autobús avanza inexorablemente hacia la próxima parada, que se encuentra a unos cuantos cientos de metros delante tuya. Y comienza la carrera. Y corres y corres, deseando con todas tus fuerzas que no se te escape, porque llegarás tarde si lo pierdes. Y corres y corres. Y durante ese tiempo, te agobia la idea de no llegar. Ese lapso de tiempo, afortunadamente breve, es una auténtica locura: se te entrecorta la respiración, te pones nervioso, te entra la histeria.
Pero finalmente, consigues llegar. Coges el autobús, empiezas a sudar y entonces te das cuenta de que no era para tanto. Que sabías que lo ibas a conseguir. Y como el que toma un dulce y luego un salado, la sensación de estar ya donde debes estar se agudiza y se hace mucho más placentero. No es igual esa sensación cuando cómodamente estabas esperando en la parada, con la franca certeza del autobús al acercarse de que lo cogerás, que cuando has tenido que esforzarte por ello, sufrir por ello.
Y esta analogía, me temo, se puede aplicar a muchos ámbitos de la vida. Muchos son los autobuses que pasan por nuestras vidas, y unos los perdemos y otros no. Pero cuando coges uno en estas circunstancias, ¿no os sentís más vivos que nunca? A mí, al menos, así me pasa.
Un abrazo.
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