Hace unos días me hice con el Blu-Ray de una de mis películas favoritas, Closer de Mike Nichols, y protagonizada (en debido orden) por Natalie Portman, Clive Owen, Jude Law y Julia Roberts. Basada en una popular obra de teatro, esta es la exitosa adaptación cinematográfica de la historia de cuatro personajes que entrelazan sus historias de amor y sus virtudes y carencias afectivas para demostrar al resto de la humanidad que, lamentablemente, en lo referente a relaciones sentimentales somos más hipócritas de lo que pensamos. Y esto, me temo, se aplica a todos.
Alice (ehem, ehem) es una norteamericana que se ha trasladado a vivir a Londres. Alice es fuerte, segura de sí misma, dulce, rebelde y misteriosa. Pero también es emocionalmente intensa, llena de melancolía, y asume perfectamente el rol de “la víctima”. El claro ejemplo de la pasión desbordada que acaba volviéndose en su contra. Alice es, sin duda, y dentro de este mar de mentiras y autoengaño, la más sincera consigo misma, pero también el animal herido, la sufridora por excelencia. Ese es su cometido en la vida.
Dan es un londinense guapo, atractivo, joven, con ambiciones profesionales frustradas y que tiene esperanza en remontar. Como en su vida profesional, le pasa lo mismo en su vida privada. Dan es mentiroso, vengativo, de esos que te hacen creer que se han enamorado de ti pero en realidad sólo te están utilizando como puente hasta que encuentre algo que (cree) sea mejor que lo que tiene, para repetir de nuevo la historia. Y, por supuesto, es el celoso por excelencia. Tendrá celos de ti si sales con alguien nuevo pese a que es él quien te ha dejado. Dan es el hombre puente, aquel de quien no puedes evitar que te atraiga pese a que sabes que no puede durar. Ese tipo de personas que te arruinará la vida pese a que eres consciente de ello. Dan se autoengaña constantemente, se hace creer a sí mismo que está con quien debe, pero no es sino un signo de patética cobardía. Está solo. Siempre lo estará.
Anna es otra norteamericana afincada en Londres. Fotógrafa divorciada, es tímida y reservada. Se nota que la han hecho daño en el pasado. Ella es la sumisa, la fácil, la cobarde, la carente de personalidad. Anna es la que nunca dice no. La que siempre tendrá dudas, la que se emparejará con el primero que le muestre algo de afecto, incluso si eso implica volver con alguien con quien juró que no volvería. La típica persona que no puede estar sola y, si lo está, se convierte en una sombra de sí misma.
Larry es el cochino de este grupo. Vicioso, grosero, maleducado, cachondo. Ahí, curiosamente, reside su atractivo. Verbalmente es tan bestia pero a la vez tan honesto y sincero, que no puedes rebatir sus argumentos. Él no tiene tabús, el dice lo que piensa (y lo que pensamos todos pero no nos atrevemos nunca a decir por pudor). Él no te ocultará que se ha tirado a una prostituta solo porque tenía un calentón, pero que solo ha sido eso. Larry es apasionado, ama de una manera peculiar, pero ama. Y no tiene escrúpulos a la hora de conseguir sus objetivos, sean los que sean. Dentro de esos defectos, nadie puede negar que Larry es un hombre coherente dentro de su naturaleza. Es el defensor, el sexual, esa persona agresiva (verbalmente, nunca físicamente) que nos atrae por su excesiva y superlativa personalidad.
La vida de estas cuatro personas se va a entrelazar ¡y de qué manera!. Como en el mejor de los cocktails, veremos qué pasa cuando en este cuadrado de emociones se entremezclan las personalidades tan dispares de estas personas. Y ahí, señores, está la miga de Closer. Una película en la que uno no puede evitar identificarse, donde no se puede sino pensar que somos muchas veces unos vampiros emocionales, donde la necesidad de amar y amar en sí son cosas que no sabemos distinguir muchas veces, donde mezclamos nuestro propio egoísmo en un mar de mentiras y autoengaños y, aún así, a veces vemos las cosas como realmente son y nos damos cuenta de que podemos llegar a amar y ser amados.
La frase de la película es: Si crees en el amor a primera vista, nunca dejarás de mirar. Gran verdad esa, al menos hasta que te das cuenta de que las cosas no son siempre así. Una auténtica lección de moralidad, esta película es mágica en cada una de las escenas, donde puedes desgranar cada conversación hasta formular una tesis independiente, una de esas películas que te hacen pensar constantemente en la naturaleza a veces tan despiadada y cruel de las relaciones humanas.
Pese a su más que evidente origen teatral (la película es un acto tras otro con saltos temporales que solamente notamos en cambios de hábito de los personajes, como el fumar), esta película injustamente tratada por el público en su momento es una auténtica obra de arte donde brillan especialmente Natalie Portman (Alice) y Clive Owen (Larry), por cuyos papeles fueron nominados al Oscar y ganaron sus respectivos globos de oro.
Obra maestra donde las haya, un 10 absolutísimo y merecidísimo. Si aún no la habéis visto, ya tardáis. Y se me olvidaba: el comienzo y cierre de la película está marcado por una canción de igual genialidad, The blower’s daughter de Damien Rice, un par de posts más debajo de esta parrafada.
Un abrazo.
Alice (ehem, ehem) es una norteamericana que se ha trasladado a vivir a Londres. Alice es fuerte, segura de sí misma, dulce, rebelde y misteriosa. Pero también es emocionalmente intensa, llena de melancolía, y asume perfectamente el rol de “la víctima”. El claro ejemplo de la pasión desbordada que acaba volviéndose en su contra. Alice es, sin duda, y dentro de este mar de mentiras y autoengaño, la más sincera consigo misma, pero también el animal herido, la sufridora por excelencia. Ese es su cometido en la vida.
Dan es un londinense guapo, atractivo, joven, con ambiciones profesionales frustradas y que tiene esperanza en remontar. Como en su vida profesional, le pasa lo mismo en su vida privada. Dan es mentiroso, vengativo, de esos que te hacen creer que se han enamorado de ti pero en realidad sólo te están utilizando como puente hasta que encuentre algo que (cree) sea mejor que lo que tiene, para repetir de nuevo la historia. Y, por supuesto, es el celoso por excelencia. Tendrá celos de ti si sales con alguien nuevo pese a que es él quien te ha dejado. Dan es el hombre puente, aquel de quien no puedes evitar que te atraiga pese a que sabes que no puede durar. Ese tipo de personas que te arruinará la vida pese a que eres consciente de ello. Dan se autoengaña constantemente, se hace creer a sí mismo que está con quien debe, pero no es sino un signo de patética cobardía. Está solo. Siempre lo estará.
Anna es otra norteamericana afincada en Londres. Fotógrafa divorciada, es tímida y reservada. Se nota que la han hecho daño en el pasado. Ella es la sumisa, la fácil, la cobarde, la carente de personalidad. Anna es la que nunca dice no. La que siempre tendrá dudas, la que se emparejará con el primero que le muestre algo de afecto, incluso si eso implica volver con alguien con quien juró que no volvería. La típica persona que no puede estar sola y, si lo está, se convierte en una sombra de sí misma.
Larry es el cochino de este grupo. Vicioso, grosero, maleducado, cachondo. Ahí, curiosamente, reside su atractivo. Verbalmente es tan bestia pero a la vez tan honesto y sincero, que no puedes rebatir sus argumentos. Él no tiene tabús, el dice lo que piensa (y lo que pensamos todos pero no nos atrevemos nunca a decir por pudor). Él no te ocultará que se ha tirado a una prostituta solo porque tenía un calentón, pero que solo ha sido eso. Larry es apasionado, ama de una manera peculiar, pero ama. Y no tiene escrúpulos a la hora de conseguir sus objetivos, sean los que sean. Dentro de esos defectos, nadie puede negar que Larry es un hombre coherente dentro de su naturaleza. Es el defensor, el sexual, esa persona agresiva (verbalmente, nunca físicamente) que nos atrae por su excesiva y superlativa personalidad.
La vida de estas cuatro personas se va a entrelazar ¡y de qué manera!. Como en el mejor de los cocktails, veremos qué pasa cuando en este cuadrado de emociones se entremezclan las personalidades tan dispares de estas personas. Y ahí, señores, está la miga de Closer. Una película en la que uno no puede evitar identificarse, donde no se puede sino pensar que somos muchas veces unos vampiros emocionales, donde la necesidad de amar y amar en sí son cosas que no sabemos distinguir muchas veces, donde mezclamos nuestro propio egoísmo en un mar de mentiras y autoengaños y, aún así, a veces vemos las cosas como realmente son y nos damos cuenta de que podemos llegar a amar y ser amados.
La frase de la película es: Si crees en el amor a primera vista, nunca dejarás de mirar. Gran verdad esa, al menos hasta que te das cuenta de que las cosas no son siempre así. Una auténtica lección de moralidad, esta película es mágica en cada una de las escenas, donde puedes desgranar cada conversación hasta formular una tesis independiente, una de esas películas que te hacen pensar constantemente en la naturaleza a veces tan despiadada y cruel de las relaciones humanas.
Pese a su más que evidente origen teatral (la película es un acto tras otro con saltos temporales que solamente notamos en cambios de hábito de los personajes, como el fumar), esta película injustamente tratada por el público en su momento es una auténtica obra de arte donde brillan especialmente Natalie Portman (Alice) y Clive Owen (Larry), por cuyos papeles fueron nominados al Oscar y ganaron sus respectivos globos de oro.
Obra maestra donde las haya, un 10 absolutísimo y merecidísimo. Si aún no la habéis visto, ya tardáis. Y se me olvidaba: el comienzo y cierre de la película está marcado por una canción de igual genialidad, The blower’s daughter de Damien Rice, un par de posts más debajo de esta parrafada.
Un abrazo.
1 comentario:
Impresionante peliculón. En ningún momento me esperaba ver lo que luego me ofreció. Tan directa, pero tan sutil a la vez... Es una auténtica maravilla.
Me han entrado ganas de volver a verla :-)
Un abrazo.
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