12 de octubre de 2005

Hormiga urbana

Definitivamente, en la vida uno no puede permitirse el lujo de dar por sentadas ni siquiera las cosas más elementales. Es algo que veo día a día y de lo que, dependiendo del momento, soy más o menos consciente.

Hace ya unas semanas, quizá diría que meses, que en mi trabajo se están fraguando una serie de cambios que en los últimos días se están precipitando de una manera descomunalmente rápida. El asunto es el siguiente: mi departamento ha tocado el talón de Aquiles de la gran compañía, y esto no ha debido parecerles bien, con lo cual han tomado medidas y pretenden hacer suyo aquello que, evidentemente, debieron pensar y no pensaron. El problema está en que no quieren contar con los que hemos creado este asunto al margen de ellos, lo cual a mis inmediatos jefes no les está sentando nada bien.

Pero luego estoy yo. El currito. El que conoce seguramente mejor que nadie aquello por lo que se está peleando. En concreto hablamos de un programa informático, y yo soy su único conocedor y programador. Están hablando y peleándose por mi bebe, y aunque no es exclusivamente mío (hay más personas implicadas en distintos asuntos, como puede ser el creativo), no puedo evitar que, al ser yo el que se ha currado las casi 50.000 líneas de código que posee, tenga una sensación de propiedad superior a la de los demás.

Lo peor que llevo es que estoy dentro de un juego de otras personas, que son los jefes: cada uno con sus intereses, lealtades y deslealtades, aspiraciones, ambiciones… y ya está. Y yo soy el currito, el acólito obediente, el que tiene que aguantar la angustia que supone la espera ante la decisión que puedan tomar estas personas. ¿Qué aporto yo a todo esto?. La faceta de la ilusión. Porque nadie tiene más interés en ver cómo mi invención vuela alto, cómo despega con alas nuevas. Y en cierto modo no puedo evitar sentir un casi obsceno orgullo de contemplar la que se está montando con algo de mi propia creación. ¿Y por qué no?. Al fin y al cabo es el único privilegio que puedo permitirme en todo esto.

Porque sí, yo y mi trabajo somos parte de un todo en el cual realmente ni se aprecia totalmente el esfuerzo realizado y, sobre todo, a la persona. Soy una hormiga rodeado de gigantes. Unos me cuentan que esto me va a joder, otros que me va a beneficiar... y yo ya no sé qué creer, tan sólo me limito a esperar a ver qué pasa.

Cuando me refería a no dar por sentadas las cosas, me refería a las expectativas de futuro que parece que van inevitablemente hacia ti. Eso es lo que me pasa: por mucho que creamos que los derroteros van a ir por algún lado, nunca vemos los factores externos que pueden alterar esos planes hasta que llegan inesperadamente, como lo que cuento en estas líneas.

En fin... mucha paciencia, y ante todo, mucha ilusión. ¿De qué sino alimentamos nuestro ego e ilusión ante el futuro inmediato?.

Un abrazo.

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