En su definición académica, el Limbo es un lugar donde van las almas de las personas sin bautizar y que no han alcanzado el uso de la razón, o el sitio donde permanecen los espíritus de santos en espera de la redención de la humanidad. Esto es, por supuesto, basado en dogmas de la religión cristiana.
Pero yo no voy a utilizar esa definición, aunque sí voy a emplear su verdadero significado para establecer un paralelismo entre este y una situación personal, por enrevesado que pueda parecer.
Estoy en un Limbo. Peculiar, único, propio, pero ahí me encuentro. Me siento entre dos mundos y a veces creo que o bien no sé por cual decidirme, o por el contrario soy incapaz de entrar en ninguno de ellos por completo.
Hay muchas mañanas que me despierto, como me ha pasado en días previos, en que me viene la mente preguntarme quién soy. Y no encuentro la respuesta. ¿Dónde empiezo yo, dónde termina el resto?. Últimamente mi personalidad se ha visto bastante anulada por factores externos, en parte por imposición y en parte por sumisión (y esto último no deja de ser una elección personal, desde cierto punto de vista). Y eso me ha sumido en una pequeña crisis de identidad, seguido de una inevitable tristeza. Pero no hablo de los términos crisis o tristeza como algo extremo, sino como algo que me roza, que siento ligeramente. Algo que me hace preguntarme cosas, reflexionar, indagar en mi yo interior. Entrar dentro de uno mismo, e intentar comprender, es uno de los retos más importantes a los que nos vemos obligados en la vida. Y por lo menos tengo el gusto de decir que yo lo hago con mucha más serenidad de lo que pensé en un principio que sería capaz.
¿Quién no se ha sentido en un Limbo en más de una ocasión?. ¿Quién no ha dudado de sí alguna vez, de su esencia, de aquello que quiere, aquello que busca, que no puede encontrar?. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué es lo que queremos realmente?. ¿Cómo saber si nuestros sueños son verdaderos?. ¿Quién eres tú?.
Si tuviera que describirme a mi mismo, creo que utilizaría adjetivos tales como bienintencionado, honrado, honesto, sensible, receptivo, cariñoso... pero también impaciente, visceral, aniñado, pedante, obstinado, inseguro... y a veces me cuesta mucho reconciliar la primera parte con la segunda.
Hay gente que es capaz de vivir con sus dos yo de una manera más o menos homogénea que otros no podemos. Yo soy en la mayor parte del tiempo como el aceite y el vinagre sin remover en un vaso. Odio mi peor parte, la que no me gusta de mi, la que me hace mostrarme como un pelele.
Pero yo no voy a utilizar esa definición, aunque sí voy a emplear su verdadero significado para establecer un paralelismo entre este y una situación personal, por enrevesado que pueda parecer.
Estoy en un Limbo. Peculiar, único, propio, pero ahí me encuentro. Me siento entre dos mundos y a veces creo que o bien no sé por cual decidirme, o por el contrario soy incapaz de entrar en ninguno de ellos por completo.
Hay muchas mañanas que me despierto, como me ha pasado en días previos, en que me viene la mente preguntarme quién soy. Y no encuentro la respuesta. ¿Dónde empiezo yo, dónde termina el resto?. Últimamente mi personalidad se ha visto bastante anulada por factores externos, en parte por imposición y en parte por sumisión (y esto último no deja de ser una elección personal, desde cierto punto de vista). Y eso me ha sumido en una pequeña crisis de identidad, seguido de una inevitable tristeza. Pero no hablo de los términos crisis o tristeza como algo extremo, sino como algo que me roza, que siento ligeramente. Algo que me hace preguntarme cosas, reflexionar, indagar en mi yo interior. Entrar dentro de uno mismo, e intentar comprender, es uno de los retos más importantes a los que nos vemos obligados en la vida. Y por lo menos tengo el gusto de decir que yo lo hago con mucha más serenidad de lo que pensé en un principio que sería capaz.
¿Quién no se ha sentido en un Limbo en más de una ocasión?. ¿Quién no ha dudado de sí alguna vez, de su esencia, de aquello que quiere, aquello que busca, que no puede encontrar?. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué es lo que queremos realmente?. ¿Cómo saber si nuestros sueños son verdaderos?. ¿Quién eres tú?.
Si tuviera que describirme a mi mismo, creo que utilizaría adjetivos tales como bienintencionado, honrado, honesto, sensible, receptivo, cariñoso... pero también impaciente, visceral, aniñado, pedante, obstinado, inseguro... y a veces me cuesta mucho reconciliar la primera parte con la segunda.
Hay gente que es capaz de vivir con sus dos yo de una manera más o menos homogénea que otros no podemos. Yo soy en la mayor parte del tiempo como el aceite y el vinagre sin remover en un vaso. Odio mi peor parte, la que no me gusta de mi, la que me hace mostrarme como un pelele.
Pero, ¿por qué ese extremismo?. ¿No debería ser más fácil el poder controlar las emociones, lo que nos rodea?. Hablo de las emociones positivas y las negativas por igual, por supuesto. El vivir las cosas con demasiado ímpetu puede llevarte al cielo o al infierno en tan solo un chasquido de dedos. En definitiva: ser pasional, en su definición más literal, puede ser terrible si no se está preparado para serlo.
Dentro del mar de emociones buenas y malas que nos inundan día a día, es bonito pensar que tenemos diferentes personas alrededor que nos equilibran como en una balanza. Así vivimos, y así nos desarrollamos, y así aprendemos. Aunque a veces tengamos la sensación de que nosotros mismos estamos desequilibrando esa balanza.
Supongo que con todo esto que acabo de escribir no pretendo sino reflejar que de un modo u otro, las personas tenemos, dentro de nuestra propia estabilidad como personas, un componente de inconstancia, de duda ante la existencia, de duda ante nosotros mismos. Un Limbo interior.
Pero eso no creo que sea malo: de hecho, a veces ayuda a que encontremos con más certeza nuestro propio sitio. Sólo hay que saber verlo.
Un abrazo.
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