Hoy me siento más que nunca dentro de la historia de Peter Pan, en la cual el Sr. Darling se hartaba del comportamiento infantil de su pequeña Wendy y de ese momento en adelante iba a hacer que se comportara como una persona mayor. Ese conflicto siempre está presente en nuestras vidas: el del niño que siempre llevamos dentro con el adulto que acaba imponiéndose conforme avanzan nuestras vidas, en algunos casos eclipsando completamente toda presencia toda esa pequeña maravillosa inocencia que inherentemente llevamos en nuestros corazones.
Digo todo esto porque fui a ver ayer por la noche Superman Returns y, sinceramente, no pensaba que una película que esperaba ver con cierta ilusión pero no en exceso me revolviera tantas cosas por dentro, o me hiciera pensar en ese yo que a veces olvido que sigue existiendo.
Antes de ponerme a reflexionar, voy a sacar mis ojos de adulto y hacer una crítica a la película que ayer vi. Este film de Bryan Singer (Sospechosos habituales, X-Men 1 y 2) es absolutamente irregular, llena de grandes momentos pero también de otros absolutamente innecesarios, aburridos y tontos. No se puede negar el mimo y la ilusión puesta en el proyecto, siendo absolutamente respetuosos con el universo Metrópolis que ya desplegaban los films de Richard Donner, incluso haciendo guiños a otras sagas de DC como la de Batman. Pero no funciona en la actualidad repetir hasta la saciedad lo que ya hemos visto anteriormente, y esta película es realmente pedante en ese sentido. No comprendo ese look setentero a la hora de vestir de los protagonistas en un mundo moderno por mucho que se quiera rendir homenaje a las películas anteriores, máxime cuando todo lo que les rodea es de un mundo contemporáneo. Puedo también perdonar las fantasmadas absurdas del tipo super-rizo-inalterable o un traje a prueba de cualquier cosa. Y el exceso de excentricidad de los personajes malvados o de la inocencia excesiva de los buenos. Pero la verdad, más que ver una nueva película de Superman, salvo algunas cosillas nuevas, he visto una versión moderna o remake de la primera película que, perdónenme, me emocionó bastante más. De hecho la volví a ver hace una semana en casa en DVD y me volví a emocionar con mis insustituibles actores de siempre, parafernalia audiovisual a un lado.
La película no aburre salvo en algunos momentos bastante pesados y lentos, y tiene algunas secuencias memorables como la impresionante escena del avión. Mención aparte a la fabulosa infografía que nos regala impagables secuencias aéreas del hombre de acero surcando los cielos y el espacio, y también a la BSO de John Ottman que no reniega de la original de John Williams y que escuchada completamente remasterizada en el cine te provoca en más de una ocasión que la piel se te ponga de gallina.
Pero insisto: el problema principal de esta película radica en intentar plasmar el mismo espíritu de la original de manera artificial y fallida, llegando a parecer que estamos viendo lo mismo una vez más, pero con bastante menos gracia o emoción. Ponerme a Marlon Brando de nuevo repitiendo lo que ya dijera años atrás en varios momentos de la película casi a modo de plagio nostálgico, mostrar a los personajes con sus características peculiares sin naturalidad alguna (la ortografía de Lois Lane, la torpeza de Clark Kent, la picaresca estúpida pero entrañable de Jimmy Olsen) o ponerme a unos actores que no están a la altura (salvo Kevin Spacey y Parker Posey), junto con un guión más bien flojo que parece una simple excusa para hacer revivir al superheroe, hacen que me quede con un amargo sabor de boca en el resultado final. No es creíble. La Lois Lane (Kate Bosworth) de esta película es ridícula, y Superman es un caracartón con exceso de Photoshop en cada uno de sus planos. Quizá es que yo tengo en un altar a Christopher Reeve o a mi adorada Margot Kidder, la única y verdadera Lois Lane. La película, por cierto, está dedicada a Christopher y Lana Reeve, y al ver sus nombres en la pantalla sentí una profunda emoción. Christopher Reeve hizo que, cuando era niño, pudiera creer que un hombre era capaz de volar.
Y ahora vamos a lo realmente bueno: a la sensación de nostalgia, grandiosidad y emoción que desprende la película, heredada de la leyenda forjada por el film original de Richard Donner y el personaje de DC en que se basa. Cuando comenzó la película y empezó a sonar el Score original de la película (nunca me había parado a pensar en cómo se parece al Main theme de Star Wars, por cierto) de John Williams, remasterizado, mientras los impresionantes títulos de crédito empezaron a desfilar ante mis ojos, no pude evitar que se me pusiera la carne de gallina e incluso se me saltara alguna lagrimita. Tampoco puedes evitar emocionarte con las acciones del hombre de acero contra los malhechores, elementos cómicos aparte. Y es que hablamos de Superman, señores, Kal-El hijo de Jor-El de Kripton. Y como bien apunta este último, Los seres humanos desean hacer el bien por encima de todo aunque perversas y grandes dudas alberguen en sus corazones. Las personas necesitan a alguien que les guíe y enseñe el camino, un ídolo, un modelo a seguir, un símbolo. Aunque sea un personaje de ficción, él, Superman, es ese símbolo. Yo y todos los que tenemos un niño dentro lo sabemos bien.
Y es que hasta este punto quería llegar: a la ilusión, al calor y los sentimientos que despierta el recuerdo de un personaje amado en el corazón de un adulto que recordó que una vez fue un niño. Todos tenemos una memoria dispersa en lo referente a nuestros primeros años de vida, hasta que empezamos adquirir aquello que denominamos conciencia, y a veces y solo a veces nos llegan retazos de recuerdos distantes. Es curioso que, ayer, cuando terminara de ver la película y contemplé atónito un estallido general de aplausos en la sala, sintiera cierta vergüenza. Yo también deseaba aplaudir, y no pude hacerlo no sé muy bien por qué. Sentí alegría y cohibición, fue como si el adulto que hay en mi luchara contra el niño que peleaba por imponerse y tomar el control. Y entonces ocurrió: recordé algo que me había pasado de pequeño y acabé aplaudiendo como los demás. Aparté al Sr. Darling de lado y me convertí en Wendy, la chiquilla que siguió a Peter Pan al mundo de Nunca jamás. Y volví a ser el niño que fui, el niño que soy, el niño que siempre seré.
Y con mis ojos de niño comprendí entonces que la magia de la película de ayer no reside en los actores, o en la factura técnica, o en las críticas que pueda encontrarle como adulto frío y coherente. La magia de Superman reside en acordarse de ese ídolo que todo niño busca, en el recuerdo de una inocencia e ilusión que se ha perdido por el andar de la vida, en las ganas de convertirse en una persona mejor. Puede que suene exagerado, pero en tan solo un instante me di cuenta de que la influencia de héroes como Superman han influido en mi persona conforme crecía y, en cierto modo, esa influencia me ha convertido un poco en él. Porque acabamos convirtiéndonos en aquello que consideramos admirable en un sentido u otro.
El recuerdo que llegó súbitamente a mi anoche fue de cuando yo apenas contaba con 5 años. Recordé que yo había querido ser Superman. Recordé que, estando en clase, me vestí con una capa roja e hice una pequeña representación teatral con un compañero de clase que hacía de Lex Luthor e intentaba vencerme con Kriptonita. Y yo acabé venciendo. El pensar que haya contadas cosas que recuerde de mi infancia más inicial y una de ellas sea esta me llena de una especie de nostalgia y emoción que me embriagan como un dulce vino.
Y así, con mis ojos de niño, recobro los de adulto para volver a mi mundo. Creo haberlo dicho en más de una ocasión, y sí, vale, reconozco que es pedante, reiterativo y redundante, pero nunca me cansaré de decirlo: nunca quiero dejar de sentir este tipo de emociones. No quiero dejar marchar al niño que hay en mi. Nunca dejaré, en cierto modo, de ser Peter Pan, Wendy Moira Angela Darling, Superman, y otros tantos y tantos personajes que, por ficticios que sean, son más reales en mi corazón que aquellos que se consideran personajes de la realidad.
La realidad es aquella que uno forma dentro de su ser. Ni más ni menos.
Un abrazo fuerte.
14 de julio de 2006
Con ojos de niño, con ojos de adulto
Etiquetas:
Cine
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