El juramento me ata. Y por tanto, nada puedo hacer ya. Porque me pediste que lo respetara, que respetara la decisión que habías tomado. Y, hasta la fecha, así lo hago. La petición no fue tal, fue un ruego y casi una necesitad. Era imposible negarse, y menos cuando hay un mínimo de ética dentro de mi. Bastante había ya roto mis propias creencias y mis bases existenciales.
Ahora, en cierto modo, me arrepiento de haber hecho el juramento. Me siento como los hijos de Fëanor, que para bien o para mal, no podían librarse de la maldición y lo perdieron todo a causa de ser fieles al juramento de su padre hasta el final. Así, me temo, acabaré yo.
Ha pasado un tiempo considerable ya, pero no puedo, de igual modo, hacerlo. Es como si todo hubiera sucedido ayer. No soy capaz de perdonarme a mí mismo. Lo he hecho ya todo, excepto eso. No lo consigo, y me siento atado con cadenas inquebrantables que cada vez me dejan la piel más malherida y magullada, ensangrentada. Por favor, que aparezca un doctor como el de Olvídate de mi y borre de mi mente todo lo acontecido. ¡Por piedad!.
¿Qué puedo hacer para encontrar la fuerza que me hace falta? ¿Cómo perdonarme a mí mismo si tú no lo haces ni lo harás nunca? ¿Qué derecho tengo a pedir la absolución? ¿Puede un acto malo eclipsar mil buenos?
No sé qué hacer. Cada vez siento que pierdo más no ya el juicio, sino las ganas de vivir.
Es tan frustrante...