Cuando era niño, me gustaban mucho las "maquinitas". Se me viene a la cabeza ahora un verano de mi infancia, que no sabría determinar cuando fue exactamente (pues lo que recuerdo son apenas resquicios), en los que hice una pequeña jugarreta a mis abuelos. En verdad creo que yo debía tener 9 o 10 años.
Yo me pasaba los días en casa de mis abuelos Pepe y Pilar, y mi madre me dejaba allí cuando ella se iba al trabajo por las mañanas. Y mi madre dejaba 20 duros encima del frigorífico para que yo fuera con ese dinero a comprar una barra de pan para la comida. Pues yo llegaba a casa de mi abuela dormido, y así seguía durante un par de horas más.
Por aquel entonces estaban muy de moda los salones de juegos recreativos en los barrios, y el único que me interesaba era un videojuego de las Tortugas Ninja que había en los recreativos de barrio de Oroquieta. El problema es que yo era tan pequeño que no me dejaban ir allí solo.
Todas las mañanas me iba sobre las 10 y algo de la mañana de casa de mis abuelos, diciéndoles que me iba al parque de al lado de casa a jugar, y a comprar el pan. Era mentira, claro está, pues en verdad lo que hacía era escaparme a los recreativos para gastarme 75 de las 100 pesetas en la maquinita de videojuegos. Y al volver compraba la barra con el dinero restante. Esto funcionó muy bien durante un mes. De hecho, mi ilusión del día a día era que llegara la mañana para irme a jugar a la maquina.
Cuando me preguntaban qué hacía con el dinero que faltaba, yo decía "Me he comprado un helado". Y al final acabaron asumiendo que cada día me compraba un polo por las mañanas cuando iba a por el pan.
Pero un día me pillaron. En mi avaricia caí en una trampa que me tendí yo mismo. Porque un día mi madre dejó 200 pesetas, y yo, inocente, pensé que era un "aumento de asignación". Y me gasté el dinero, y resultó que estaba destinado a otras cosas. Cuando me preguntaron dije lo de siempre, y se enfadaron tanto conmigo que decidieron que el pan, a partir del día siguiente, lo compraría mi abuelo. Que no podía gastarme 200 pesetas al día, porque era impensable para un niño de mi edad el gastarse tanto dinero.
Tenían toda la razón. La verdad es que no hice bien, y aprendí de aquello que no se puede ser una persona tan egoísta ni mentir tan descaradamente y sin remordimiento.
La excusa que me pongo a mi mismo es que esas 75 pesetas iban destinadazas a la felicidad dentro del mundo propio de un niño pequeño.