Era una noche como cualquier otra. Eran las tres de la madrugada, un día más de una semana más, y yo estaba en la cama intentando conciliar unas horas de sueño antes de mi jornada laboral del día siguiente. No había nada raro en esa situación: había cenado ligero, había visto la tele un rato, surfeado por internet un poco más, y me fui a la cama a leer y a quedarme dormido.
Entonces ocurrió, como otras veces: en medio de la noche desperté sudando, temblando asustado y me entró el pánico. Había tenido una pesadilla, la misma que se me viene repitiendo de vez en cuando desde que tengo uso de razón. Y la maldije. Y lloré, y desesperé. Estaba solo. La oscuridad se apoderó de mi.
Intenté pensar en una imagen que apartara la oscuridad de mi de una vez por todas, que dejara el dolor de lado, que me devolviera la cordura y la tranquilidad. Y apareció...
Entonces ocurrió, como otras veces: en medio de la noche desperté sudando, temblando asustado y me entró el pánico. Había tenido una pesadilla, la misma que se me viene repitiendo de vez en cuando desde que tengo uso de razón. Y la maldije. Y lloré, y desesperé. Estaba solo. La oscuridad se apoderó de mi.
Intenté pensar en una imagen que apartara la oscuridad de mi de una vez por todas, que dejara el dolor de lado, que me devolviera la cordura y la tranquilidad. Y apareció...
Y con esa imagen, la luz, el sosiego y la paz volvieron a mi corazón.